kapitel einunddreißig. (31)

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No sabía exactamente cuánto tiempo me habían mantenido dormida, pero sí sabía que, en cuanto desperté, me sentía con más energía que nunca. Al menos con muchas más después de bastante tiempo. Seguía en el hospital, inmovilizada en esa cama que me asfixiaba. A cada segundo que pasaba ahí se me iban los pocos ánimos que todavía tenía en mi cuerpo. 

Debía salir. Tenía que irme. No soportaba estar ahí ni un minuto más.

En la habitación estaban Volker y otro hombre al cual me costó un poco más de tiempo reconocerlo, y en cuanto lo hice mi corazón latió con fuerza preguntándose si era felicidad o incomodidad lo que sentía al verlo.

—¿Lenz? —Pregunté entre dientes y en voz baja intentando sentarme contra la cabecera. Tal vez no esperaban que despertara en ese momento, pues los dos lucían bastante sorprendidos.

—Vreni... Despertaste. —Añadió Kerr, parpadeando atónito. Se acomodó el estetoscopio en los oídos y se acercó para tomar mis signos vitales.

—Sí, espero que sí —me reí—. ¿Pero qué...? ¿Cuándo llegaste a San Francisco? —Le pregunté a mi hermano.

Hace unos días. De haberme enterado antes yo... Lo siento muchísimo, Verena. Reaccioné mal. De hecho, reaccioné terrible. —Habló en su alemán fluido y distintivo. Su rostro lucía bastante agobiado y movía las manos de manera tan extraña que por un momento creí estar soñando. Volker terminó de examinarme y suspiró.

—¿Cómo te sientes ahora?

—Descansada, pero igual de preocupada. ¿Qué fue lo que pasó...? ¿Sigue Milen aquí?

—Sí, está afuera con mutter. ¿Quieres verlo? —Ofreció mi hermano.

Volker y yo no compartimos miradas, pero pude sentir la suya fija sobre mi cabeza. Como si quisiera que volteara para decirme "no". Carraspeó indiscretamente, así como en las películas, pero hice caso omiso. Me limité a asentir en dirección a mi hermano y él rápidamente abrió la puerta para llamar a Milen. Escuché que mi madre quiso entrar, pero Lenz le pidió que se quedara afuera y que él le haría compañía.

Dos segundos más tarde, que se sintieron como una eternidad, Milen se adentró en la habitación. Llevaba unos jeans desgastados que le quedaban a la perfección y una camiseta gris marcando sus bíceps. Era raro verlo vestido así. Sus enormes ojos azules se posaron sobre los míos y sentí los vellos de mis brazos erizándose.

—Volker, déjanos solos, por favor. —Le pedí.

—Verena... —Murmuró Milen después de que Volker se fuera a regañadientes. Se acercó a mí como si temiera que le gritara o que lo golpeara, pero mi expresión serena le dio la confianza para que terminara de sentarse al borde de la cama. Buscó mi mano y se la llevó a los labios—. Me metiste un susto de mierda, carajo.

—Lo sé.

—Las niñas están creciendo muy bien, ¿lo sabes? He venido a verlas todos los días, quise que nos dejaran traerlas contigo pero no me dieron el permiso. Al menos para que pudieran sentir a su madre... —Sus ojos se aguaron y evité a toda costa llorar con él. Poco me importó lo sucedido la última vez que estuvimos juntos: la noticia sobre su plan de llevar todo esto a un tribunal y pelear por nuestros derechos paternales—. Ahora que estás despierta puedo volver a pedirlo. Son hermosas, Verena. Ambas tienen tus labios y Marlene tiene la línea de lunares en el mismo brazo que tú.

—Por Dios, sí quiero verlas... Pero no aquí. Milen. Te lo pido a ti porque creo que eres el único que puede entenderme, así que por favor, quiero que hagas lo posible para que me dejen ir. Quiero irme a casa, no soporto estar aquí ni un minuto más. Siento que me vuelvo chiquita en esta cama y que la vida allá afuera pasa sin mí.

Lo que harías por nosotros ©Where stories live. Discover now