Sus labios pronuncian una y otra vez aquellas palabras en un mudo silencio, un silencio que come ansias y que aísla su anhelo de la realidad.
No deja de preguntarse lo mismo una y otra vez. Sus manos se elevan y acomoda un mechón de su claro cabello.
¿Acaso Yongguk le amará tanto como él le ama?
Las luces del escenario iluminan a su amor, al hombre que le robó el aliento desde hace tiempo, quien se convirtió en parte de su existencia, siendo el foco de ésta, haciendo que el pequeño Zelo sólo fuese un desenfoque de la fotografía que su vida representa.
Pero hoy esa fotografía se moverá; está cansado de guardar silencio, ésta cansado de preguntárselo a sí mismo, y de ver de lejos la figura de su amado brillar bajo la luz incandescente del escenario.
Sólo espera a que termine la canción, sólo espera a estar a solas con él; porque su corazón sufre, porque nadie puede mantener tanto el silencio de un amor si ese amor está siempre con él.
Cuando sus ojos oscuros le miran su corazón se derrite, esa mirada serena que tiene y ese brillo único que ilumina cualquier oscuridad, cualquier obstáculo que le haga caer. Porque la mirada de ese hombre es capaz de hacerlo temblar, la mirada de ese hombre es su fuerza, y todo él se convierte en las alas que le ayudan a emprender un vuelo ligero y tranquilo; sin prisas por la vida.
Su sonrisa es blanca como la nieve, contagiosa como una enfermedad de la que no quiere tener cura, y tan hermosa como sólo él puede admirarla. Sus labios extendidos, su encía mostrándose divertida y sus dientes de perlas son la combinación perfecta para que el corazón del maknae se llene de calor, para que su interior sea cobijado por un manto protector.
Porque así es Yongguk, es un caballero que le protege, es un abrigo que le cubre contra el crudo frío de todo lo malo que pueda amenazarle. Yongguk le cuida, Yongguk le adora... pero ¿le ama?
«Te amo... ¿tú me amas?»
Vuelve a repetir para sus adentros y cuando baja del escenario sus nervios son más fuertes; ironía, puede estar frente a miles de personas, puede hablar frente a ellas, cantar, bailar... pero no puede confesarle sus sentimientos a él.
Va hasta su camerino con el corazón en la boca, toma la caja de bombones que había guardado para éste día, para San Valentín; se acerca a él y sonrojado con su mirada brillosa sólo puede pronunciar la misma pregunta que se ha hecho hasta hoy.
— Te amo... — Sus manos se extienden con la caja en forma de corazón y la sonrisa esperanzadora se desliza en los labios del mayor. — ¿Me amas tú?
Y claro, claro que le ama, y por eso las palabras sobran cuando le besa.
Al fin la incógnita de su corazón fue resuelta.
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