Era un día soleado, a pesar de que el clima era algo frio el sol brillaba en todo su esplendor, resplandeciendo sobre el azul cielo que adornaba aquella mañana.
Era un 14 de febrero, día de San Valentín y las parejas a su alrededor caminaban tomadas de la mano, a cada tienda que miraba los chocolates se ofrecían como regalo al igual que las rosas rojas de la pasión.
Los hoteles estaban ocupados compitiendo con las reservas de restaurantes para esa noche. Pero él no tenía a nadie.
Kim Himchan era carismático, sociable y se jactaba de tener a muchas personas que le querían, que le adoraban, pero no tenía a ese alguien especial que debía llenar su vida. No iba a decir que estaba triste porque no lo estaba, tenía demasiada suerte en la vida como para estarlo, tenía gente que le quería, tenía un trabajo y buena economía, una familia hermosa...
Pero no dejaba de estar ese vacío que se acentuaba en ese día.
Se sentó en una de las plazas principales de su ciudad, su vista cansada y sus pies adoloridos agradecieron aquella parada. El calor solar chocó contra su rostro y se quitó la bufanda por unos momentos.
De pronto sus ojos le vieron, era un joven al que le calculó más o menos su edad, quizás un poco menor que él. Tenía mejillas redondas y una boca pequeña que provocó una sonrisa en Himchan, deseaba pellizcarlo sin razón aparente; su cabello estaba cubierto por una gorra y su ropa era casual.
Llevaba en sus manos un vaso de café y en la otra una bolsa de papel marrón. Sus ojos estaban fijos en el camino que sus pies iban a recorrer a futuro y ni siquiera le vio.
El corazón de Himchan latió con fuerza, un extraño sentimiento le cubrió y cuando el joven fue chocado sin querer por una joven que corría para cruzar la calle, provocando que el café y su bolsa cayeran al suelo derramándose, Himchan no pudo hacer más que correr hasta él.
¿Por qué lo hacía? No tenía una respuesta; pero escuchó como el joven vociferaba maldiciones, al parecer su desayuno se había arruinado.
— ¿Estás bien? — Preguntó el mayor con preocupación.
— Sí, gracias. — Respondió el joven levantándose del suelo, nada tenía que hacer allí, todo estaba arruinado.
Miró con frustración las cosas en el suelo y Himchan sintió algo de pena.
— Soy Kim Himchan — Sonrió y el menor no pudo despegar la vista de él; cautivadora persona que le había prendado a su ser. — ¿Puedo invitarte un café? No pude evitar notar que tu... ¿desayuno? Se arruinó.
El otro no supo si fue su rostro de pena o lo atractiva que esa persona se hizo ante sus ojos, pero sonrió.
— Me llamo Yoo Youngjae, y acepto encantado.
Y con esas simples palabras, sonrisas de por medio y un café de celestino, la relación de amor de ellos comenzó y el vacío que Himchan sentía ya no volvió a existir.
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