El entre sus rizos colocaba devoción, flores de colores entre las ramas enredadas de su cabello. Él era el brillo incandescente, y ella el mar tenue; pero ambos encajaban con perfección, sus piezas habían sido diseñadas para estar juntas, para construir algo más grande, más hermoso, para crear su propio mundo de amor.
Ambos eran polos, negativo y positivo que al juntarse formaban un campo de electricidad que encerraba sus emociones, ambos dentro de una burbuja, una llena de luz y sombras, ellos eran la combianción, la mezcla de dos universos, de lo oscuro y lo claro, de las nubes y la arena, de las flores y las hojas, las manos y los besos.
Ellos eran, lo eran todo y a la vez no eran nada; existían, existían para ellos, solo en su burbuja, el mundo no los veía, eran uno solo, pero siempre se escondían entre la invisibilidad de su afecto.
Eran los dos dando pasos silenciosos en un mundo vacío, ambos tan iguales pero tan distintos, ambos tan pequeños solos, y tan grandes juntos.
Eran tuercas pequeñas formando un reloj gigante.
