El tiempo debería suicidarse, amarrar a sus horas una cuerda, y colgarla del vacío, luego dejarse caer, y acabar con esto.
El tiempo debería acortarse, sé que va en contra de sus principios, pero entre mis sueños a veces no soy yo, si no él quien lo ejerce, toma las tijeras y recorta al segundero, sangrando números e ideas, empieza a llenar el vacío de desiluciones.
El tiempo debería dejar de ser y empezar a no ser, quizá por la simple curiosidad o por el tormento de los años, debería desnudarse de las décadas y dejar las huellas de los meses marcados en la arena, arena mojada por el mar de una playa fúnebre.
El tiempo debería volver, herido al fallar en su propósito, trastornado y loco, perdido entre la mirada profunda e inquisidora de los minutos, arropado con el futuro, debería tomarse un té, y respirar el humo que exhaló el pasado.
El tiempo debería, y lo hace, y lo hizo y seguramente lo volverá a hacer, porque entre nosotros y él, seguramente él desearía aún más suicidarse y acabar rápido con esto.
