16. Contraluz

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Cepeda.

Pestañeé un par de veces cuando me pareció verla acurrucada contra la camilla. Mirándome con esos ojos que cada día veía con un matiz color diferente y siempre más bonitos que nunca.

Mi sonrisa se torció un poco hacia el lado bueno y ella sonrió de la misma forma.

La ventana le quedaba a la espalda. El sol brillaba aquella mañana y toda su silueta se iluminaba de luz. No miento si digo que en vez de estar ella a contraluz parecía estarlo el propio sol.

Un nudo en el pecho desató en cuanto su sonrisa liberó los dientes tímidamente. Se extendía hasta las puntas de los dedos. Era vértigo, nervios, ilusión. Era ella.

Empecé a dudar de si estaría muerto. Si era verdad lo que decían del cielo, pero joder pocas veces me sentí tan vivo como cuando la vi allí. Bien. Entera. Sonriendo.
Era la primera brisa después de una noche de tormenta. La última promesa de alguien que ya no podría cumplirlas. La flor sin arrancar que ruega con su propio aspecto que la dejes crecer. El plan de huída, miles de idiomas perdidos, las mareas, los recuerdos y las ganas de seguir. Era un risa contenida, las cosquillas en la barriga, la respuesta al mensaje en la botella. Era volver, era marcharse, era nunca haberse ido. Era...- Aitana. - la mujer de la que seguía enamorado. Sin impedimentos. Sin colapsos, ni culpables. Sin víctimas, sin tiempo perdido.

Sonrió al oírme nombrarla. Tal vez le gustaba tanto oírse en mi voz como a mí me gustaba en la suya. Con su voz rota, gritona, enfadada, dormida, afónica o en un mísero mensaje de voz a las cuatro de la mañana.

Quise extender mi brazo, sacarme de la duda en la que no me importaría quedarme. Ver si la atravesaría, si no estaba al alcance, si no estaba aquí. No podía ser que brillara de esa manera.

Y viendo mi intención fue ella quien agarró mi mano haciéndome saber que sí estaba aquí, conmigo, intacta, que todo podía volver a empezar.

Me tomé unos segundos para admirar cómo se sentía el tacto de sus dedos en mi mano. El calor que desprendía con solo un toque.
Deslicé todo el pulgar por su mano como intentando que recordase el camino a casa después de mucho tiempo fuera. Respiré tranquilo solo cuando soltó por fin aquel suspiro de tranquilidad que sabía que llevaba dentro.

- Os voy a dejar que habléis. - afirmó la canaria mientras se dirigía a la puerta. Antes de que pudiera salir por ella, esta se abrió dejando pasar a Mimi y Amaia.

- ¡No os lo vais a creer! Le preguntaron a Amaia si Al- miraba alternamente a Ana y Aitana hasta que reparó en mí y sonrió muy abiertamente. - ¡Cepe!

- Solo les dije que era un cerdo. - continuó Amaia ajena a la situación ya que aún no había cruzado la puerta del todo. - ¡Luis! - sus ojos se iluminaron y ambas corrieron a abrazarme.

(...)

Jugueteaba animadamente con la goma del pelo que antes llevaba en la muñeca. La estiraba, la envolvía entre sus dedos, intentaba que sonara como una cuerda y después le daba la vuelta. La Aitana de veintiocho años quizás me hubiera enamorado aún más que la de dieciocho.

El sol ya no brillaba y ella seguía resplandeciente. Apoyada contra mi camilla y dando de vez en cuando golpecitos con los pies mientras tarareaba. Definitivamente, yo podría estar muerto y esto ser el cielo.

Su pelo estaba tan cerca de mí que toda mi almohada olía a ella, a besos en el flequillo, en la cabeza, donde sea.

- ¿Sabes? - interrumpió la atmósfera de la única forma que no podría molestarme. Siendo ella. - He estado pensando que al final nunca te llevé a la nieve. - se produjo un silencio. - ¿Fuiste con Graciela? - dudó si preguntar y negué con la cabeza.

Sin LuzUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum