Final - Parte 6.

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(ESTE es el capítulo final final final. Queda un epílogo (junto con el comunicado). Mañana o pasado, pero no va a pasar nada. Esto es el final. )

Estaba solo. La puerta estaba cerrada irremediablemente. Edward era el único que conocía el código aquí dentro. Había llevado su cuerpo hasta la esquina más alejada de la habitación.

Tenía miedo, paranoia, angustia general. La sola idea de encontrarme solo con mis pensamientos, con la culpabilidad que aquel cabrón había despertado en mí, hacía que todo mi cuerpo sintiera incomodidad en toda posición, cosquilleos, escalofríos, pitidos en los oídos.

Cambio la vista hacia ella. Sigue aquí. Por ahora sigue conmigo.

Caminé hacia su cuerpo. Pasé un brazo por debajo de ella y la llevé hasta la mesa, dejándola con cuidado. Pasé mi mano por su mejilla. Estaba fría.

- Lo siento tanto... - susurré de forma casi inaudible. Para mí. Para ella. Para ella en mí.

Todas las facciones de su cara estaban en mi memoria. Sería capaz de dibujarlas a ciegas y aún así me daba miedo que si dejaba de mirarla, olvidará su rostro.

- ¿Algún día podrías perdonarme?

Rocé una última vez la piel de su brazo colgando de la mesa y me dirigí a donde antes estuve sentado. En el suelo aún estaba el jersey que había utilizado para limpiar mis heridas, para evitar que se infectaran. Lo cojo con ambas manos y lo llevo a mi cuerpo. El olor de su piel, su pelo, todo me inunda. Las mañanas despertando a su lado tenían un aroma semejante, las tardes en el sofá, similar y la última vez que la había tenido en mis brazos el más parecido a todos los anteriormente nombrados.

Solo. Perdido sin ella, me subí también a la mesa y me acosté a su lado. Parecía como si en cualquier momento fuera a despertar.

Vi el anillo en su mano. Algo dentro de mi seguía a grito desgarrado.

Busqué en el suelo la pistola. La cogí con la mano derecha y la miré por unos segundos. La sentí en las manos, el peso, la textura, la frialdad del metal. Aún quedaba una bala en el cargador.

Las manos me temblaban. La respiración apenas funcionaba. El corazón parecía querer apurar los latidos que le quedaban y agotarlos todos a una.

Cada vez que me negaba amirar a Aitana dejaba de distinguir algún color que brillaba más en ella.

Mirada al suelo. Color rojo. La sangre queriendo quedarse en aquel lateral de su cabeza.

Mirada al arma. Color castaño. Su pelo desperdigado por la mesa buscando huir del destino que auguraba su dueña.

Mirada al cielo, cubierto por el yeso de la celda. Color negro. Sus vaqueros favoritos.

Ojos cerrados. Oscuridad. No hay luz. Ella no está.

Un golpe en la mesa. Cruje la madera. La música son sonidos. La música es ella.

Juraría que arma pesa lo mismo que su cabeza sobre mis piernas. Obviando lo sádico. Yo solo en una celda con dos cadáveres, de ambos responsable, me permito comprobarlo. La apoyo en mi muslo derecho.

Pesa menos.

Menos que una cabeza repleta de sueños aún a medio cumplir, de un puede salirnos bien, de palabras bonitas para todo el mundo, de cielo, de estrellas, de ella, quizás de mí. Y quién era yo ahora para aportar el peso que torciera la balanza hacia ella. Tenía razón. Soy como él.

Poco a poco. Impulsos de centímetros. El sudor de la mano parece querer oxidar el mango antes de apoyarlo contra mi sien. Quito el seguro. Todavía lento. Cierro los ojos.

Contar hasta tres nunca se había hecho tan difícil.

Uno.

Soy el culpable. Soy el asesino. El gatillo tras su pequeña mano. Soy sus heridas, todas las falsas vendas que mis errores grabaron en ella.

Dos.

No queda luz. Es el apagón del que nunca podré escapar. Seré siempre un interior sin luces. Un vacío oscuro.

Tres.

No disparo.

Uno, dos, tres.

No hay movimiento. Aflojo el agarre. Mi brazo baja con la misma velocidad de su subida.

Cuatro.

Debo seguir vivo. Vivo físicamente. Muerto de todas las demás.

Vivo por ella. Vivo porque ella no lo está. Vivo porque está muerta. Vivo por estarlo a medias.

Cinco.

La dejo sobre la mesa. Separo la mano como si quemarse. Cierro los ojos de nuevo. Lo oscuro me hace verla. La luz me hace verla. No existe un término medio.

Paso una mano por su espalda y ejerzo un poco de fuerza para levantarla a mirarme. Mirarme con los ojos cerrados. Sin transmisiones nerviosas. Con seguramente una bala en la zona cerebral responsable de los sentidos. Mirarme sin hacerlo.

La abrazo contra mí. Fría. No quiero dejar que pierda el calor. No dejarla ir, aunque ya se haya ido.

Beso su frente.

- Tenías razón. Te amo no era suficiente para nosotros.

Solo con ella en mis brazos me permito cerrar los ojos sin tener miedo. Me niego a soltarla.

Solo.

Solo con dos muertes de las que soy responsable.

Solo sin poder salir de aquí.

Solo con el miedo.

Solo con la culpa.

Y el peor de todos. Solo sin ella.





Final

Sin LuzWhere stories live. Discover now