18. Promesa de meñiques

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He puesto La Oreja de Van Gogh de fondo aunque no pegue demasiado porque era necesario, vamos a ver. Es el mejor grupo de la historia y quien lo niegue no quiero que me lea más. Esa escoria no la quiero cerca.

Nos confiéis mucho con las ñoñerías, dije que habría mucho drama y si estoy haciendo cosas bonitas tened en cuenta que será para joderos después. Un biquiño.

Voy a publicar los miércoles, por cierto.














- ¿Amaia? - la llamé cerrando la puerta del piso tras de mí. - Ya he llevado a Aitana a casa. Cuando quieras vamos al aeropuerto.

Tomé conciencia en el momento que la puerta golpeó indicando que estaba cerrada del increíble aroma dulce que emanaba de algún lugar del piso.

- Estoy en el salón. - oí.

- ¿A qué huele? - pregunté mientras colgaba el abrigo en el perchero. Fuera lo que fuera que olía tan bien, seguía sin conseguir alejar mi cabeza de todo lo que me había perseguido el camino de vuelta. Suspiré. Debía exteriorizarlo y no había nadie mejor para escuchar mis mierdas que aquella mujer que oía venir caminando desde el salón al recibidor. Sin rodeos. Soltarlo de una vez.

- Mira, los he comprado en la panadería de abajo están para chup -

- Sigo enamorada de Luis.

La bandeja que llevaba repleta de pastelillos llenos de crema y diversas decoraciones coloridas tembló sobre sus manos. Moví los brazos como loca intentando salvar aquella increíble merienda, pero todos terminaron tirados por el suelo. Snif.

- Joder, Amaia. Yo no pienso limpiar ese chocolate del suelo. Es que siempre igual, macho. - Dije agachándome. - Y estos dos me los pienso comer igual. Ley de los cinco segundos. - Agarré dos de esas especie de magdalenas y en cuanto me levanté, Amaia me dio un manotazo haciendo que se volvieran a caer. - ¿Pero qué haces? - la miré enfadada y ella se mantuvo en silencio por unos segundos.

- Lo siento muchísimo, Aitana. Al principio me pareció gracioso. Iba a tirártelos y gritar, "¡ahora no importa el chocolate, céntrate en lo que acabas de decir! " Pero ahora que lo veo... Me siento fatal de haberte tirado las magdalenas. Tenía que haber dejado que te las comieras. Es que buah, Aitana a veces no pienso las cosas. Lo siento mucho de verdad. Qué tonta soy, qué horror, por favor. Te compraré otras dos y limpiaré todo esto. Es que por favor, de verdad.

Intenté mantenerme seria, pero finalmente estallé en una carcajada.

- Amaia, no importa. - la seguí hasta la cocina, donde ella mojaba una balleta para limpiar la madera del suelo.

- Sí que importa. A mí me habría parecido fatal. Estaban riquísimas. Bueno, tú no lo sabes porque te las he tirado al suelo. Dios mío es que lo siento mucho, te voy a comprar unas ahora mismo. - sentenció tirando la balleta y saliendo por la puerta.

Tan solo tuve que esperar unos minutos ya que la tienda se encontraba justo debajo del piso. Aproveché para limpiar el suelo todo lo que me permitía la carcajada aún remitente. Sí, las magdalenas estaban buenísimas.

Después de llevar a Amaia al aeropuerto y despedirme de ella repitiéndole una y otra vez que no pasaba nada por lo de las magdalenas, me puse camino del hospital de nuevo. Ya eran las nueve menos cuarto de la noche y empezaba a atardecer.

- Hola. - suspiré cansada entrando en la habitación. Él estaba viendo la televisión.

- ¿Cómo lo está pasando Aitana Ocaña después de los recientes suc- Luis bajó el volumen de la televisión todo lo que pudo al ver de lo que trataba la noticia. Me acerqué decidida y le arrebaté el mando para volver a escucharla. - Hablamos con su representante Edward Samons.

Sin LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora