Final - Parte 1.

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- ¡Luis por el amor de Dios! - grité al borde del llanto. - ¡Vete de una puta vez! ¡Joder, vete! - Luis continuaba mirando al suelo fijamente con el ceño fruncido y mordiéndose los labios por dentro. Puso sus manos sobre las mías y yo las retiré de su tacto como pude. - Vete. Por favor, Luis. - mi voz se rompió y apreté los ojos dejando caer un par de lágrimas. Mi argumento de resumía en la insistencia desesperada. Era un ruego, una súplica y él permanecía inmóvil. - Por favor.

Amagó varias veces con responder, pero el nudo de la garganta no le permitía hacerlo del todo. Desistió en un suspiro y volvió su mirada a mis ojos. Intentó sonreír mientras retiraba, en un gesto más habitual de lo que me gustaría, las lágrimas de mis mejillas.

El tacto de las yemas de sus dedos a través de la piel que cubría mi pómulo, mientras mi mandíbula y con ella el resto de mi cabeza descansaba en los dedos que le quedaban libres, me transmitía la poca calma que alguien me podría transmitir en una situación como esta.

Casi sin querer volví a abrir los ojos, volví a la realidad. Luis me agarró y me aprisionó contra su pecho, tirando de mí lo suficiente para que la cadena que me agarraba se tensara y me recordaba que no podía escapar.

No se movía. Verlo en frente de mí, paralizado me angustiaba, me pitaban los oídos y la boca se me secaba. No podía ni tan siquiera estirar los brazos para empujarlo a irse y él con los suyos liberados se limitaba a perder la oportunidad abrazándome.

- No me voy a ir.

Lo sentenció. No admitía objeción, reclamo, recriminación, sugerencia. No se iba a marchar y el alma se me partía en pedazos amontonándose bajo sus pies.

Su mano siguió la curva de mi cara dibujando el contorno con el que soñaba despierto las noches de insomnio. Pasó su pulgar sobre mi labio inferior en un gesto lleno de ternura y yo me permití sonreír un poco.

- Luis, vete. Por favor márchate. - susurré oyendo ya voces en el exterior del vehículo. La presión en el pecho crecía y Luis seguía arrodillado frente a mí sin intención de dar un solo paso.

Respiró hondo y deslizó una de sus manos por mi pelo desde la raíz a las puntas llevando los mechones que caían sobre mi espalda hacia delante. Lo vi mirarme a través de la capa de lágrimas que se desbordaban en los ojos de ambos.

Se estiró una de las mangas de su jersey azul oscuro y la utilizó para secar con cuidado mis ojos y mis mejillas. Una vez había terminado conmigo se permitió hacerlo consigo mismo.

La puerta se abrió proyectando la figura del cuerpo de Luis en la pared. La luz de sus linternas nos cegó por un momento. Él se cubrió los ojos con el antebrazo por un segundo y yo, sin poder hacer lo mismo, tan solo retiré la mirada de la puerta.

- ¡Eh! ¡Uno se ha soltado! – gritó uno de ellos. Inmediatamente unas tres personas entraron de un salto al vehículo y aprisionaron el cuerpo de Luis contra uno de los laterales. La chapa dio un gran estruendo con el golpe que le ocasionaron y yo cerré los ojos con fuerza.

- Tú, por aquí. – escupió uno de ellos mientras me desencadenaba para luego tomarme del brazo y arrastrarme debajo de la furgoneta.

- ¡Espera! – me resistí. Su agarré se intensificó. Intenté zafarme pero el dolor de su fuerza en mi antebrazo me hizo detenerme. – Yo no me voy sin Luis. – traté de clavar los talones en el suelo y aquel hombre, al que no podía ver la cara, ya que iba cubierto terminó por arrastrarme con mis pies resbalando por la gravilla.

- Le verás ahora. – respondió secamente y empujándome.

Apenas rodeamos el vehículo, llegamos a un edificio de color blanco. Era la única construcción que se veía, la carretera ni siquiera estaba asfaltada y la frondosidad de los árboles que la rodeaban apenas dejaban ver una puerta de metal oxidada.

El hombre agarró la manilla sin soltarme a mí y empujó la puerta, que se abrió un un chirrido.

El interior estaba completamente oscuro. El silencio del interior me provocaba escalofríos. El olor a humedad era insufrible.

Me condujo a paso agigantado hasta una de las puertas al final de ese pasillo. Me arrojó al interior y antes de que pudiera levantarme del suelo y poner un pie que evitara que me quedase allí por Dios sabe cuánto, la puerta se cerró de un portazo, que vino seguido del sonido seco del pestillo.

Suspiré y me dejé romper.

(...)

Los ojos me picaban ya de tanto frotarlos. No sabía cuánto tiempo llevaba aquí. Las piernas se me cansaban de estar sentada, pero cuatro metros cuadrados para caminar no eran demasiados.

El cuarto estaba únicamente iluminado por una bombilla vieja que parpadeaba de vez en cuando y en la esquina de la izquierda había una pequeña gotera.

El miedo poco a poco había ido siendo sustituido por la angustia. Silencios de horas aprovechados buscando oír una respiración al otro lado de la puerta, cualquier golpeto a través de la pared con un ritmo con el que hacerme saber que se trataba de él.

Hacía un rato me había incluso planteado la idea de que la gotera fuera su medio de comunicarse. De decir que estaba ahí. Pero, qué no se vuelve palabras después de medio día encerrada en una habitación en la que apenas me podía tumbar completamente boca arriba.

Me asusté cuando el pestillo volvió a ceder para que le mismo hombre apareciera tras la puerta. Volvió el miedo. Me deslicé por la baldosa del suelo alejándome lo más posible de él hasta dar con la espalda en la pared. Aparté la vista de él llevándola hacia la pared, como si eso fuera a librarme de cualquier cosa que pudiera hacerme. El no leer el miedo en los ojos, tratándolo como el animal que era.

- El señor Samons me ha mandado a buscarte.



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Para empezar, diré que es el final.

No es un final feliz, tan solo es un final.

Por cierto, que una paleta ha montado un # para comentarlo por si os cunde #FinalSinLuz

Sin LuzOù les histoires vivent. Découvrez maintenant