Capítulo 2

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Me encontraba en el bosque, donde claras luces nacían desde las ramas, el sonido de un río calmo, el festín de los pájaros al comer las frutas, frutas derramadas en migajas desde la copa de los árboles.

El musgo reinaba en el suelo, subiendo entre los troncos de los árboles, cubriendo a las rocas en un aire fresco y húmedo, en unas gotas que acariciaban a las flores, y cedían ante la gravedad cuando ya no soportaban más su posición.

El sonido de la naturaleza qué tan leve y relajante, el caminar de un felino entre las plantas, el salto de una serpiente de una rama a otra, la movilidad de la brisa entre los contornos que, aunque estáticos, les imprimía movimientos. Fresca pasividad, aunque en una mente enturbiada por no saber en cuál lugar se encontraba, por no entonar las percepciones con la placidez del sosiego áurico.

Se exalta el corazón, agregado en una naturaleza perfecta, de armonía reinante y paciencia.

Al llegar a un pequeño espacio abierto, rodeado de árboles altos y de musgo preponderante, escuché las notas de dos hermosos instrumentos, el arpa clásica y el violín juguetón de la belleza lírica, mientras las cuerdas le nutrían de armonía.

Un caballero de sombrero y traje escuchaba atento, sentado en un taburete de la más resplandeciente madera, a las dos hermosas doncellas que deleitaban la sonoridad del ecosistema con las notas de sus instrumentos.

La arpista de piel bronceada, ojos penetrantes, luz ávida en sus posturas y gestos, con un vestido blanco y adornos florales en sus sienes, que deleitaba a las miradas curiosas con la suavidad y carnosidad de su pierna siniestra.

La violinista rubia como una princesa goda, de ojos verdosos tal gema preciosa, embestidas sulfúricas desde su arte a mi pecho, que ya no por la actividad, ni la duda, sino por el pasmo de mi espíritu, aceleraba su andar.

La presentación era emotiva, las artistas se encontraban sumergidas en las profundidades de la bella interpretación; desafiando la esencialidad del arte.

Sus ojos se cerraban y abrían, sus gestos se coloreaban según el matiz de las últimas notas asociadas, eran actrices que contaban una historia con sus mínimos detalles, en la interpretación de las escalas y las armonizaciones.

Bello, muy bello, con esas manos féminas que hacían parecer al algodón rústica estaca llena de polvo y sangre, arma asesina que usaría una madre para proteger a su hijo del agresor.

Pero impresionante, la postura del caballero era frívola. Rostro sereno como si ningún pensamiento pasase por sus neuronas, como si la hirviente sangre no existiera entre sus venas y se tratara de un muñeco de cera perfectamente confeccionado por las elocuencias del artista.

Me acerqué a los ángeles apresados en la deseosa carne femenina, me senté a un costado del hombre que en elegancia embestía al barón más encopetado de Inglaterra, apoyé mi mandíbula entre mis manos y mis codos en mis piernas entrecruzadas, y me fui, al menos en consciencia, del lugar natural a la obra de teatro musical que edificaban las doncellas con sus tibias manos.

Era un lugar oscuro, con gamas y gamas de colores que revestían fuegos artificiales de la China antigua, colosal espectáculo de colores que estallaban en mi consciencia al escuchar las simples notas acompañadas por las energías de las doncellas, notas que cualquiera toca pero que pocos expresan con tal pasión y desde tales espíritus.

Al cabo de un rato ambas mujeres abandonaron los instrumentos y cantaron a capela

Luz de mi alma

encuentra sus pasos,

pues el camino se hace ancho

cuando la fatiga

Camino de uno mismoWhere stories live. Discover now