Capítulo 14

29 1 1
                                    

Pasaron tres años de guerras antes de firmar la tregua, tres años en los que partimos al poblado de los samuráis y había comenzado mi entrenamiento de la mente unida a las acciones del cuerpo, de la resistencia, flexibilidad, fuerza y equilibrio de mis habilidades físicas. El manejo de la espada y mi confección como uno de los guerreros del servicio.

Tres años en los que viví un romance intenso con Daciana, donde nuestros espíritus se regocijaban en un manto de amor celestial, llevándonos a sonreír pese a tanta discordia.

Poco a poco cada recuerdo de Alina se iba borrando de mi memoria, pero en ocasiones soñaba con ella, con su amor, sus bellas formas, la estética de su beldad, sus labios, sus ojos tricolores. Sentía un punzante dolor en el pecho cada vez que recordaba que ella era mi esposa, la emperatriz reinante y maquiavélica que desproveía a todos de la alegría.

Una noche di un beso en la frente de Daciana mientras dormía. La vi recostada en posición fetal, durmiendo apaciblemente, con sus manos juntas debajo de sus mejillas, su rostro sereno y sin ningún tipo de tensión. Era una princesa cautivante, pues sus cabellos sueltos se regaban por su pecho y espalda como una llovizna tenue que crea la sensación de una cortina gris sobre la pradera herbosa y florida.

Partí solo, tomando una mochila de color marrón, con un poco de comida y una vasija para recolectar agua. Me fui en un noche salpicada por estrellas que encendían el cielo nocturno, donde alguna que otra nube se movía con pasividad entre el vacío. Las aves nocturnas revoloteaban entre los árboles, el canto del búho, el sonido de las alas de los murciélagos en caza, el esténtor que se filtraba entre las hojas y las ramas.

El sendero lo caminé sin problemas, escalé las pendientes, atravesé los bosques de árboles espesos, recogí agua en mi botija y la bebí de vez en cuando para ahorrarla. Cazaba con el arco y la flecha, ardillas, roedores y conejos, acompañándolos de algunas plantas comestibles que encontraba por los parajes.

Llegué al ducado una mañana de en el cual el sol estaba oculto por los nubarrones, una ligera llovizna regaba los árboles de florecillas blancas y diminutas, que con el movimiento que le proveía los vendavales, caían en el suelo realizando un movimiento circular que les hacía parecer una bailarina de ballet danzando en el vacío, mientras caía ineludiblemente. Era como un estrellarse con clase y arte, con posicionamiento bello, con estilo.

Todo allí era lóbrego, una humareda brotaba del los fosos que se acompañaban de las madres inclinadas llorando con sus niños apoyados en sus regazos, niños muertos o a punto de estarlo.

Los hombres trabajaban en construcciones de poca importancia, como edificaciones de castigo para los infractores, carreteras para los corceles del imperio, la confección de armas, como si se tuvieran preparando para una guerra cada vez más inminente. La prontitud y el estrés de los trabajadores eran símiles a las bestias arengadas por la fusta del amo.

Cuando pasé la Puerta Alta, como se le llamaba comúnmente a la entrada del ducado, el bullicio de cientos de humanos se alzaba en el vacío. Sembraban, tejían, bordaban, criaban animales de corral, hacían armas o utensilios de común manejo, pociones, perfumes, entre otros enseres.

La productividad estaba a flor de piel, algo curioso, pues creía que debía darle libertad a un pueblo moribundo ante una opresora que los había subyugado con hierro y sangre, pero no era así, todo se encaminaba bien, todos tenían trabajo y comida para mi asombro, aunque se les notaba un semblante displicente y melancólico, como el de una bestia herida que al sufrir tantas derrotas no le quedó otro remedio que inclinarse.

Mi asombro era inusual, me era inevitable no estar lelo, boquiabierto volteando para todos lados. Pensé que me había equivocado de poblado, pero no era así, allí estaba el palacio, tal cual como lo recordaba, las altas torres, el terreno escarpado, el río previo a la entrada, las casas características, todo era tal cual, pero sombrío y agitado.

Camino de uno mismoWhere stories live. Discover now