Capítulo 13

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Allí fuimos recibidos Daciana y yo, con reverencias repetidas y cordialidades que parecían exageradas, pero que para aquellas personas era parte esencial de su cultura. Nunca me había sentido tan estimado o respetado por mis semejantes, como en aquellos parajes, donde algo espiritual se podía respirar desde el vapor que nacía desde la tierra, desde las raíces de los árboles, en el vuelo de las aves, en las posturas y movimientos de sus pobladores, en sus miradas serenas y sabias, que calmaban hasta la más grande de las angustias con sólo echarles un vistazo.

Pasaron varios meses y me enseñaron todo acerca de sus costumbres, dormir en el piso, caminar descalzo, tener disciplina, ser desapegado, defender el honor, comer balanceado, escuchar música zen, repetir el mantra Om. Aprendí a aquietar mis pensamientos y a entender que la vida se trata de una conexión eterna con la energía que fluye en mí y en todo lo que me rodea.

Me enseñaron a utilizar la katana, a fortalecer mis piernas y brazos, a poseer un impecable equilibrio, a concentrarme en el presente. Mi fortaleza era tan importante como mi firmeza, o la graciosidad de mis posturas. La benevolencia era tan relevante como el saber vencer a mi rival, y el desahogo emocional estaba estrechamente aunado con la pluma, con lo literario; que nunca dejaba de cumplir un rol preponderante en la vida de estos hombres.

No sé por qué, pero en esas personas se entrevé una enorme sabiduría, ya que nunca pierden la compostura, siempre tienen el consejo apropiado a las penas; el uso de la energía vital es su pan de cada día; y el perfeccionamiento de sus quehaceres es de tal naturalidad que parecen seres celestiales, no humanos.

¿De verdad, podemos ser tan desarrollados como ellos, tenemos en potencialidad la capacidad de ser tan equilibrados? Eran preguntas que me venían constantemente a la mente, porque, aunque había obtenido algo de espiritualidad junto a ellos, no dejaba de ser un hombre de occidente, con sus gustos egocéntricos y sus preocupaciones constantes.

El arte del ki, el manejo de la energía, la aplicación de ella para sanar, para mantenerse joven o combatir. Una contienda debía durar pocos golpes para quien tuviera la fuerza universal en sus manos. Jiu jitsu el arte del combate. Para ellos hasta la guerra era sagrada, pero no en un sentido fanático, sino más bien en un sentido honorable. Dar la vida por los seres queridos, por defenderlos, era considerado una proeza del tamaño de las de Alejandro Magno.

Era curioso como le daban importancia al crecimiento personal por encima de todo, cuando los seres humanos comunes, prefieren desgastar sus fuerzas en el agrupamiento de riquezas y placeres, ellos le dan un papel preponderante a la introspección, la reflexión, la mirada hacia uno mismo; todo siendo El Dorado de sus desvelos.

A veces cuando me sentaba a contemplar los árboles, podía darme cuenta de sus modestias, todos diferentes, pero ninguno aquejando a los demás, todos sabios en su silencio, pero ninguno se dejaba abatir por la fiereza de la tempestad. Siempre se mantienen elásticos e inmutables ante cualquier problema, y así mismo era el carácter de estos samuráis, que en nada se diferenciaban a las plantas, siendo ellos mismos tales árboles robustos pero flexibles; bellos pero añejos; sabios pero humildes; ricos, pero en saber.

Se cuenta que el hombre sabio entiende que su felicidad es interior y no depende de los desvaríos del entorno. Él conoce a Dios en sí mismo, lo reconoce en todo y lo aprende a utilizar en sus acciones. Se sabe infinito, siempre busca no codiciar o desear.

Todo eso me costaba aprender, pero hacía mi mayor esfuerzo. En ocasiones, cuando trataba de forzarme a ello, sus respuestas eran: déjalo fluir, déjalo pasar, déjalo que sea. El qué, se podrían preguntar: el todo, la risa como el llanto; el grito como la mudez; la colección como la penuria; el dolor como el sosiego; todo, fluido, siendo, pasando, teniendo su momento para morir después al poco rato.

Camino de uno mismoOnde histórias criam vida. Descubra agora