Capítulo 7

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Todo era oscuro, en mi mente sólo podía observar sombras, pero por muy poco probable que pareciera, estaba consciente de lo que percibía ¿Cómo era capaz de notar conscientemente el estado inconsciente de mi razón? Más incertidumbres se abrían a mi paso, la lógica era cada vez más expandida o alejada de lo normal.

Lo cierto es que luego de un rato, la oscuridad se fue aclarando, tornándose cada vez más del color negro a las tonalidades grises, a todas las que se pueden prever en una paleta de colores, como un amanecer que de oscuro pasa a gris y de gris asoma los rayos del sol con tonalidades rojizas y azules, mostrando el herboso paraje de las plantas, las riberas, las montañas, los ríos y los poblados.

Después de unos minutos, se convirtió en un blanco puro, que se fue desintegrando, hasta nuevamente presentárseme a mi atenta mirada un espacio con objetos y fenómenos. Esta vez me encontraba en un campillo muy odorífico, con girasoles por doquier, un sol brillante y radiante, acompañado de nubes blancas esponjosas; en un estado de paz como el de una ternera mamando el lácteo de las ubres de su vacuna madre.

El aire era fresco, con una brisita suave y reconfortante que movía ligeramente las flores y acariciaba mi rostro. Las abejas trabajaban con pasividad en los girasoles, que los había por centenas, todos de radiante belleza, y de colorido tan vívido, que parecía que estuviera vislumbrando otro nivel de la calidad de imagen o las formas originales de estas flores.

Caminé por la floresta de girasoles, a veces rozando con mis dedos sus contornos, sintiendo sus tallos, sus pétalos, sus pistilos. Sin ningún esfuerzo, ni escatimo, caminé por ese hermoso lugar. Mi respiración y ritmo cardíaco se fueron apaciguando, mi lucidez se estabilizó, y disfruté enteramente el sendero.

Al finalizar mis pasos por las flores, llegué a una pequeña colina sencilla de escalar, con una cumbre que me podía otorgar la visibilidad necesaria para establecer la congruencia del espacio. Allí estuve un buen rato, contemplando cada sitio, viendo antílopes saltando, cocodrilos inmóviles en los ríos, mariposas volando entre las plantas, aves vagando de un árbol a otro, caminos verdes, tierras marrones, piedras por doquier...

Realmente no se parecía, aunque pudiera tener elementos genéricamente similares a mi travesía previa, a la inconsciencia de momentos anteriores en la que la oscuridad se convirtió en grises cada vez más claros.

Era realmente extraño que no existiera una congruencia en los caminos y en el espacio, lo que me llevó a preguntar ¿Cómo había llegado hasta allí? No recordaba haber transitado ninguno de los parajes que alcanzaba a vislumbrar, excepto claro, el campillo de girasoles.

Resolví bajar de la colina y retrotraer mis pasos, quizás así iba a entender la asociación de caminos que me permitirían desplazarme con sentido, pues si no entendemos la lógica del espacio ¿cómo podemos movilizarnos?

Pasé nuevamente por los girasoles, pero por muy ilógico que sonara, transité durante horas este campo por la dirección contraria, y nunca me llevó a ningún lugar diferente. Todo se resumía a un campo de girasoles encendidos por el brillo de la luz solar.

De vez en cuando volteaba, viendo cada vez más lejana la colina que me había servido de vigilancia. Pero realmente no ocurría nada distinto en ese espacio, si volteaba hacia los lados o seguía mi ruta frontal, sólo podía ver campillo, tras más campillo, y el horizonte ofrecía más del mismo campillo de girasoles.

En ese momento pensé ¿Quizás pueda demostrar la infinitud del universo? Pero me era imposible, pues, aunque creía haber llegado a los confines de éste, recordé que mi vida es finita y jamás podría demostrar la infinidad del espacio de ser realmente sempiterno.

No podría saber si estaba en un campillo de magnitudes tan inmensas que retaría la vida de un bebé, viéndolo crecer, envejecer y morir, sin nunca llegar al final del paraje, o era una especie de laberinto al que mi tropel me había conducido.

Camino de uno mismoWhere stories live. Discover now