Capítulo 5

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No puedo dejar de pensar en su cutis hermoso, en la suavidad que alude, en sus cabellos castaños, lisos y largos. Esas expresiones frívolas como un montón de copos de nieves reunidos entre tanto cae la nevisca en un paisaje montañoso, de rocas portentosas, cielo nublado y sol leve.

Suspira mi alma ante la idea de conseguir una salida antes que a ella. Retumba mi estómago con la inferencia de no poder encontrarla, o que ella sea sólo un fantasma de mi cerebro malcriado, de mi imaginación elocuente, de mis delirios neurológicos, del desequilibrio de mis emociones o de mis mundos cognitivos.

Una caverna, veo frente a mí una cueva, justo después de un pozo de agua fresca, limpia y vaporosa, rodeada de pequeñas plantas verdes de hojas minúsculas y florecillas violetas, que te invitan a mojarte un poco, para luego entrar en la cueva. Mi curiosidad es imperiosa, es intemperante, algo intranquila, no me deja sólo pasar por allí sin adentrarme en esa gruta que desde afuera parece oscura, llena de sombras, obnubilaciones y preguntas.

Cruzo el pozo, me lleno de agua, paso la caída fresca de la cascada cristalina que trae consigo algunos peces y plantas arrastradas, por una corriente que luego se convierte en un pequeño riachuelo, rodeado de hermoso pasto, jardines floreados y odoríficos entornos.

Al entrar en la cueva, ésta se agranda, y después de un pasillo angosto, hay un salón donde se escapan rayos de luces solares, y estalactitas y estalagmitas en los alrededores. Una impotente puerta de caoba con incrustaciones de dioses griegos se ciñe al frente. Está Zeus con su rayo, Apolo dando zancadas, Hades con su monstruosa figura, Atenas con sus prendas virginales, Afrodita sensual y Ártemis rodeada de un bello boscaje sujetando su arco.

La puerta medio abierta deja escapar en eco la conversación de tres hombres, que en lengua griega parecen no ponerse de acuerdo con algún asunto de plena importancia para la humanidad. Doy un vistazo a lo que contiene en su contigüidad, veo un hermoso salón con esculturas de mármol, pilares, estatuas de los Dioses; siendo la de Hera la más despampanante, o quizás la que más llama mi atención; palabras en alfabeto fenicio y escenas de guerras en sus paredes.

Entro poco a poco por el salón, mientras los tres hombres dialogan en un estrado de lo que parece una especie de Senado o Asamblea. Deslizo mis manos por la pared, donde se encuentran escenas de la guerra de Troya, Agamenón invadiendo, Aquiles recibiendo en su talón la flecha de Paris ante el estruendo de hombres heridos y moribundos que son víctimas de la codicia; ésa que no conoce de razas ni tiempos para subyugar la voluntad de los hombres. Continúo deslizando mis dedos por las escenas talladas en las paredes, y encuentro las expansiones de ultramar, las Guerras Médicas, Leónidas en las Termopilas, Temístocles en Platea. La guerra del Peloponeso, espartanos destruyendo los campos fértiles de los atenienses, en el mismo momento en el que Pericles con los brazos llevados a su frente, ve cómo se expande la peste por la ciudad abarrotada de fétidos cadáveres, sangre y maldad.

Más allá, cuando mis pasos se aventuran y se adentran, veo a Alejandro Magno triunfante en Gaugamela, el saqueo a Persépolis, la campaña en Afganistán con el juicio a Filotas, el escarpado cruce del Hindukus, la batalla de Hidaspes y la expedición por el Indo. Sigo caminando y veo el velorio en Babilonia y la repartición de las tierras, el alzamiento de los Cartagineses, la conquista romana, el deterioro del paganismo, la ruptura de los Juegos Olímpicos y el alzamiento de Constantinopla.

Es como entrar a un museo de historia griega, ver a los baliseos, la edificación de la triple muralla, las guerras contra los árabes, el triunfo del emperador León... en un momento de mi recorrido me percato que ya no hay voces deliberantes, subo mi vista hacia el estrado y observo a los tres ancianos fijamente mirándome, sin decir ninguna palabra. Los tres con sus túnicas blancas, sus sandalias griegas, sus cabelleras canosas, me miraban absortos como si nunca hubiesen visto a otro humano rondar por esos parajes, como si majadero les hubiese detenido una contienda que había durado alrededor de dos mil años.

Camino de uno mismoWhere stories live. Discover now