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Ahí estaba de nuevo.
Sin falta, cada noche el sonido del piano se hacía presente. Permitiéndome dormir tranquilamente recuperando todas esas noches en las que no pude. Una increíble ola de tranquilidad me atrapaba cada vez que escuchaba a aquel extraño chico tocar. Y realmente creo que hasta ese momento, su música era lo único bueno en ese lugar; además de aquella adorable niña que siempre me saludaba al encontrarse conmigo. Me causaba intriga el hecho de que aún sabiendo que yo no contestaría, siempre lo hacía. Aún quería saber qué clase de relación mantenía con el pelinegro, ¿acaso eran hermanos? Físicamente no se parecían...pero él cuidaba tan bien de ella, y ella parecía quererle mucho.

Finalmente, después de una semana de haber sido internada en Rydell, decidí buscar cosas buenas del lugar. Después de todo, pasaría ahí...bueno, hasta que me "curara".
No había querido usar mi propia ropa, siempre llevaba puesta la que me daban ahí. Al parecer con la mayoría de los chicos allí pasaba igual. Pues todos usaban ropas blancas similares, casi de la misma tela.
Nadie nos obligaba a hacer nada que no quisiéramos, como portar esa ropa, dormir a cierta hora o algo parecido. Simplemente teníamos terapias programadas, clases de distintas cosas, algunas conferencias e instalaciones suficientes para entretenernos. Había una biblioteca enorme, además del comedor principal, diferentes salas de estar, un gimnasio bien equipado y el enorme y precioso jardín que se encontraba detrás del edificio.
Lo único que no se nos permitía, era salir de Rydell. Tampoco teníamos un calendario de visitas, así que no veíamos a nadie más que al personal y los demás pacientes. Los días no me parecían tan aburridos. Después de todo, a excepción de las terapias diarias, todo en mi rutina era bastante similar a lo que siempre hacía desde la muerte de mi hermano.
Comía muy poco y la mayor parte del tiempo lo pasaba en cama, quizás leyendo o simplemente pensando. Pensaba demasiado.

-Eres música, ¿verdad?- El psicólogo miró mi violín cruzando la habitación.
Yo aún estaba en cama, recargada sobre la pared cruzando mis brazos. Lancé una pequeña mirada al instrumento, antes de volver a él. Agaché la cabeza. Me sentía avergonzada, aún no podía tocarlo. Y eso se sentía tan incorrecto. Sabía que Tae estaba probablemente decepcionado de mi, él amaba que lo hiciera, después de todo.

Aspiré profundamente. No podía volver a mirar a aquel señor.

-Necesitas dejar ir muchas cosas que has cargado contigo por un tiempo. Y sé que muchas de ellas las has llevado desde antes de  tu hermano. Si no es hablando, entonces que sea con música. Déjalo salir, Hye...nadie va a culparte por hacerlo.- Sentí su sonrisa, trataba de reconfortarme. Pero sus palabras eran ciertas, le miré de nuevo mientras se ponía de pie.- Es todo por hoy, Hye. Nos vemos en la siguiente sesión.

Se despidió y salió por la puerta, cerrando ésta detrás de él. El día continuó con las demás citas y terapias.
Pero el tiempo pasaba y yo seguía escuchando las mismas palabras.
La última sesión del día fue con la terapeuta, quien me dio tres frascos más de escencias y cosas que no me interesaban junto con sus indicaciones. Al igual que a los demás, los metí dentro de un cajón en el clóset para no volverlos a sacar.

Al dar las nueve, me encaminé a los servicios femeninos junto con ropa limpia y una toalla. Tomé un largo baño, era la única ahí. Las demás chicas probablemente lo habían hecho unas dos horas antes. A esa hora, los pasillos estaban totalmente vacíos, al igual que las estancias y el comedor. Todos dormían temprano a consecuencia del cansancio que el medicamento les causaba. Pero a mi no me provocaba nada nuevo, siempre estaba exhausta tanto física como mentalmente.
Después de vestirme de nuevo, me dirigí a mi habitación y coloqué en mi ropa sucia las prendas que había usado anteriormente.

Para mi sorpresa, mi estómago gruñió fuertemente. Decidí ignorarlo como otras veces y me acosté a esperar el sonido lejano del piano. Pero además de no llegar, los gruñidos cada vez sonaban más fuerte. Con molestia, salí de la cama y tomé camino al comedor. A pesar de haber rechazado el recorrido de la directora, yo me había encargado de recorrer una y otra vez todo el lugar, hasta conocer el más oscuro rincón. Todas las noches, antes de dormir daba una larga caminata por todo el edificio, e incluso a veces me tomaba el atrevimiento de salir al jardín. Me recostaba en el césped y miraba el cielo. Debido a la poca contaminación de la zona, se podían apreciar perfectamente bien las estrellas que había. Eran tantas y brillaban tanto, que podría decir que no había otra vista que me gustara más.

Al llegar al comedor, busqué algo simple y pequeño. Encontré una manzana y tomé algo de agua. La llevé conmigo al comedor y tomé asiento en una de las sillas. La comía en silencio, por primera vez en mucho tiempo, no pensaba en nada. Simplemente disfruté de ésta y cuando terminé la deposité en la basura.
Al ir a mi habitación, pasé por la estancia principal, el gran ventanal me permitía ver el enorme jardín fuera. Pensé un poco y decidí salir a caminar. O quizá sólo recostarme y mirar las estrellas.

Al final terminé llevando a cabo la última opción. Mis ojos comenzaron a sentirse pesados cuando creí escuchar el piano. En ese momento no sabía si era producto de mi imaginación o realmente podía escucharlo hasta donde estaba. No pude seguir pensando, mi cabeza se sentía tan cansada. La última imagen con la que mis ojos se quedaron antes de que todo se volviera oscuro, fue la de un hermoso cielo estrellado. Jamás había visto uno tan hermoso como ese.

Recuerdo una tenue luz natural que entraba por las orillas de la cortina que cubría por completo la ventana. Era una cortina de tela gruesa color beige. Estaba cubierta por una suave y gruesa tela blanca y recostada sobre una cómoda almohada del mismo color. Las paredes tenían un tono amarillento, le daba un toque cálido a la habitación y un bello rostro mirándome desde el pequeño sillón del otro lado de la habitación.
La forma de sus labios le daba suavidad a su expresión y sus ojos eran tan profundos y brillantes. Su piel pálida y lisa me dieron la impresión de estar viendo a un ángel y su cabello negro caía sobre su frente de manera desordenada.

Estaba desorientada. Ésta no era mi habitación. Pero no me alteré, mi cuerpo estaba tan cansado que ni siquiera podía moverme. Mi cabeza pesaba y mi corazón latía muy rápido. Aún más cuando comenzó a hablar.

-Hay que ser muy idiota para quedarse dormido afuera con un clima como éste.- Su voz era tan suave y grave que causaba un extraño cosquilleo en mi cuerpo.

Parecía cansado, su expresión era levemente dura. Como si estuviera enojado.

-Ugh.- Estiró su cuerpo y movió su cabeza de un lado a otro con una mueca de dolor en el rostro.- ¿Sabes lo incómodo que ha sido dormir en éste sillón?, demonios, me duele todo.

Más silencio.

-Suficiente.- suspiró.- Si no piensas hablar entonces al menos sal de mi cama para que yo pueda descansar mi trasero de una vez por todas.

Al igual que la última vez que estuve a solas con él, simplemente hablé.

-¿Cómo se llama?- Me miró confundido.- Aquella pieza en el piano. ¿Cómo se llama?

Soltó un suspiro mientras se tomaba del cuello y me miró de nuevo a los ojos.

-No lo sé.

-¿Es tuya?

-No lo sé...- ¿Cómo podía no saberlo?

-Está hecha para ser acompañada. ¿Por qué?

-Yo...no lo sé.

-¿Puedes tocarla?- Me miró de nuevo, ésta vez no supe cómo interpretar su mirar.

-¿Por qué habría de hacer eso?- Enarcó una ceja, cruzó los brazos y se acomodó en el sillón.

-Porque quiero tocar contigo.

𝓚𝓮𝔂 || ᴍ.ʏ.ɢWhere stories live. Discover now