Capitulo 11

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Durante el trayecto hasta el restaurante traté de no preocuparme por lo que el viento podría estar afectando a mi estilisado y cuidado peinado. Me dediqué a dejarme atontar por la imagen de Derek abriéndome la puerta del coche en la entrada de casa de melisa. Matt jamás me abrió puerta alguna, ni siquiera cuando iba de parto. Estaba demasiado preocupado por si manchaba su nuevo Lexus al romper aguas. Sacudí la cabeza. «Hoy no toca pensar en Matt». Tenía una cita: una cita real, de las de verdad, con alguien a quien conocía y que me había invitado a salir.

Derek aparcó el coche en una esquina de Chic&Pintoresco, una zona de Bell Harbor tan retro que parecía en blanco y negro. A lo largo del adoquinado bulevar arbolado se alzaban los edificios históricos de la ciudad.

Se bajó del coche y me pregunté si me abriría la puerta de nuevo. Simulé ajustarme la camisa, demorándome lo suficiente hasta comprobar que daba la vuelta y se dirigía hacia mi lado del vehículo. ¡Ah, qué caballero! De haber un charco, ¿lo cubriría con su capa? Un momento: no llevaba capa. Qué más daba. Pero la idea me hizo sonreír.

— ¿Qué te hace gracia? —me preguntó.

—Oh, nada, me alegra que hayamos encontrado un aparcamiento tan grande.

—Ah —musitó Derek tras observar la calle casi desierta de coches.

El BMW descapotable de Derek quedaba a ras de suelo e Iba a ser difícil bajar del coche sin romperme el tobillo. Pero Derek me tendió la mano, tomó la mía y me ayudó a bajar del coche. ¡Dios! ¡Scott era un genio eligiendo zapatos! El inocente gesto de Derek me provocó un cosquilleo pecaminoso. Me había sujetado con suavidad pero con firmeza, apretando lo justo. Y no me soltó la mano al dirigirnos hacia el restaurante. Contuve una risita tonta de niña pequeña y el deseo de balancear nuestros brazos unidos adelante y atrás.

A Matt no le gustaba que fuéramos de la mano. Decía que le resultaba opresivo. «Maldición, deja de pensar en Matt ». Pasamos por delante de una tienda de arte que lucía en la entrada frondosas macetas y por el bistró donde había almorzado con Jordán y Scott.

Al otro lado de la calle había una tienda de cometas, una de golosinas y una heladería de aspecto anticuado con un toldo a rayas rojas. El pavimento de la acera era de ladrillo y estaba inmaculado. Había un banco cada varias manzanas con un diseño que imitaba la rueda de un carromato. Y los pájaros en los árboles piaban a coro el Himno a la alegría de Beethoven. Bueno, esto último creo que me lo estaba imaginando.

— ¿Te apetece sushi? —Me preguntó Derek señalando un restaurante en la siguiente manzana que lucía un dragón de piedra en la puerta—. Un compañero de trabajo dice que está muy bien.

—Genial —respondí, sin querer reconocer que no había probado el sushi en mi vida. Entre la gran variedad de prejuicios de Matt estaban los que tenía contra todos aquellos restaurantes con palabras extranjeras en el menú, así que eso dejaba fuera los asiáticos, hindúes e incluso algún que otro italiano.

Cruzamos la avenida, todavía de la mano, y entramos. El restaurante era elegante, tenía una fuente de piedra tallada en el centro y una gran cristalera con vistas al lago. Era un lugar hermoso y sereno, y tan sofisticado que no tenía ni mostrador para pedir comida para llevar.

Una grácil gacela con una melena espesa y preciosa se nos acercó, blandió sus enormes pestañas y se dirigió a Derek:

—Buenas noches. Bienvenidos al Matsusaka. Soy Eliza, a su servicio — dijo, e hizo una ligera reverencia.

Me sentí al mismo tiempo invisible y enorme. Me recoloqué la camisa.

—Gracias —respondió Derek—. Querríamos una mesa cerca de la ventana, por favor.

Mi Segunda Primera Vez ||Sterek UA||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora