21- Al fin te encuentro

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#kagome

Una luz me arrastra alejándome de la calidez que durante todo este tiempo me acariciaba. No sé cuántas horas llevaré dormida pero la tranquilidad que antes me albergaba, esa que me adormecía y hacía desaparecer todo rastro de preocupaciones, ha desaparecido.

Siento frío, mucho frío. La nube que soportaba mi peso se ha disipado y mi cuerpo contacta con una completa dureza. Siento humedad impregnar mi piel. La rigidez de mi organismo me desespera, intento moverme pero es un caso fallido. Concentro toda mi mente en desplazar aunque sea unos milímetros el brazo izquierdo. Comienzo a sentir un pequeño hormigueo y hago más hincapié en esa zona. La fatiguez no tarda en apoderarse de mi ser. Hago un último esfuerzo y consigo despegar mi extremidad de lo que creo que es el suelo. Lo levanto hacia arriba. Un material que desconozco provoca un corte en la parte inferior del hombro, desgarrando el tejido y, probablemente, tiñéndolo de sangre. Como en una cadena, el daño me recorre de la cabeza a los pies. La intensidad ha comenzado a subir de grado y, para mi mala suerte, este no se detiene. Mi hombro queda en un segundo plano cuando un dolor punzante decide persistir en mi pecho para quedarse.

Abro mis ojos poco a poco. Hay oscuridad y eso me asusta pero, a su vez, un fino único rayo de luz incide en mi visión y no me permite acostumbrar mi vista al espacio. Me gustaría poder cubrirme de esa mínima pero incesante iluminación con mi mano, sin embargo, ni siquiera soy consciente de cómo consigo respirar.

Decido dedicar varios minutos a recuperar algo de fuerzas antes de comenzar a moverme. Mi atención se dirige sobre todo a mi respiración, la presión me impide hacerlo correctamente y me obligo a controlarla. Cierro los ojos y pienso que el relajar todas las articulaciones me ayudará.

No soy consciente del tiempo transcurrido cuando consigo ponerme al final en una posición más cómoda. Apoyo mi espalda en una de las paredes de lo que creo que es una cueva y permanezco sentada. Estoy realmente aturdida. No sé cómo he llegado hasta aquí, ni siquiera qué ha pasado. Rebusco en mi mente algún detalle que pueda ayudarme, pese a ello, una niebla cubre todo lo que viene a ser mis últimos recuerdos. La imagen más reciente se sitúa en la habitación de Inuyasha, si no me equivoco yo estaba en su cama algo afectada. Levanto la tela que cubre mi abdomen y veo como grandes manchas oscuras se extienden desde la zona de mi estómago hacia el pecho. Me asusto unos instantes, pero no tardo en darme cuenta que había tomado algún tipo de antídoto. Recuerdo haberme sentido mejor, incluso sé que salí a dar un paseo con Inuyasha aunque no recuerdo el lugar. Tal vez viniésemos aquí.

Miro a mi alrededor. Una cueva. ¿Qué narices haríamos aquí? ¿Cómo es que hay tanta vegetación fuera? ¿Por qué estoy sola? ¿E Inuyasha?

Es justo en ese momento en el que una sombra ocupa el espacio por el que asomaba la claridad. Al principio sólo diviso una figura pero, a medida que se acerca, compruebo que ese ser infundado en un kimono rojo, no es nadie más que él, la persona a la que tanto ansiaba ver.

- ¡Kagome, al final te encuentro! - sus brazos apresurados rodean mi cuerpo y me pegan al suyo con desespero.

- Inuyasha...

- ¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño?

- Sí, estoy bien. Pero... No entiendo nada, ¿qué ha pasado?

- Naraku te había atrapado, ¿no lo recuerdas?

Muevo mi cabeza en señal negativa. Todo esto es muy confuso para mí. ¿Naraku?

- Kagome... No imaginas lo loco que he estado buscándote todo este tiempo.

- Yo... Lo siento.

- Tú no tienes la culpa, sólo hay un responsable en esta situación y créeme que lo pagará.

- Inuyasha...

Sus labios se unen a los míos en un ligero movimiento. Me relajo ante su dulce contacto, suave, tranquilizador. Sus manos se deslizan en mi cintura y noto que profundiza el beso, siento la ansiedad, la necesidad, el miedo... Todo en un simple contacto.

Sus dedos se cuelan bajo mi blusa y me tenso de inmediato. No detiene sus movimientos y me comienza a preocupar lo que quiera hacer. Una de sus manos recorre mi muslo y a medida que asciende veo mi límite cada vez más cerca. Al final, no lo resisto más y me veo obligada a detenerle.

- No, para. No sé qué está pasando pero no me siento bien, Inuyasha.

Me atrevo a levantar mi vista hacia sus ojos, dubitativa. El corazón comienza a latirme apresuradamente. Sus iris dorados se han tornado de un color azulado, mientras que el rojo de sus ojos ensangrentados lo rodean. Me fijo en sus mejillas y contemplo unas marcas moradas que las atraviesa. A su vez, unos colmillos asoman de su boca.

Trato de alejarle realmente asustada por este extraño aspecto y comportamiento. ¿Es esta acaso la transformación que él tanto temía? Con mis brazos lo empujo con todas mis fuerzas viendo que es tan efectivo como pretender desplazar un edificio. A medida que más esfuerzo empleo y más agotada me encuentro, más crece su sonrisa perturbadora. Me dejo caer sin remedio, esto es demasiado.

De pronto, sus dedos aprisionan mi garganta y una especie de garras se clavan de forma leve. Como acto reflejo llevo las mías hasta mi cuello con intención de detenerlo, pero es inútil. Siento la falta de oxígeno en mis pulmones y el agobio se apodera de mi ser. Lloro sin remedio, no puedo creer que sea incapaz de controlarse en una situación así.

Su mano libre se cuela bajo la tela de nuevo y el dolor me inunda al hundir sus garras en mi piel.
De repente, toda muestra de aflicción desaparece. Su figura empieza a volverse borrosa y aprecio un cosquilleo desde donde sus cinco dedos me herían, hasta el centro de mi vientre. Me ha desgarrado.

- ¡Inuyasha, basta!- escucho en un susurro a la vez que una fuerza me libera de él. ¿Sesshomaru?

No lo resisto más, ahora mismo sólo quiero tranquilidad. La oscuridad trata de llevarme de nuevo y no opongo ninguna resistencia.

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