II

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Le dijo que la llamara Abi. Al parecer sólo su padre le decía Abigail, porque entonces estaba bien, porque cuando él la llamaba así tenía cierto dulce paternal que ella atesoraba mucho, y que sentía que se "profanaba" de alguna manera cuando alguien más le decía así.

Abi era, por lejos, la persona más parlanchina del mundo.

Él le dijo que se llamaba Samuel, casi por compromiso, y a ella le pareció que su nombre tenía mucho sentido, a pesar de que no le aclaró por qué.

Los letreros de neón brillaban a su alrededor, adquiriendo fuerza. Era una tarde de sol distante que ya casi había desaparecido, pero dejando estelas de luz que aún no se iban por completo. Cruzaban la calle, cuando ella volvió a hablar.

— ¿Vives aquí? — le preguntó. Samuel frunció el entrecejo.

—¿Aquí? —

—Sí, aquí, en la ciudad—

Ella miraba a su alrededor con una sonrisa de entusiasmo que no disimulaba, y que a lo mejor, tampoco podía físicamente disimular.

Sam hizo una mueca. Abi era, por lejos, la persona más irritablemente entusiasta del mundo.

—Sí—.

—Nunca había estado por aquí—.

—¿No? — Ella negó con la cabeza, aún sonriente.

—¿Conoces la Academia Madame Noëlla Pontois ? —

—No —

—Es un internado de ballet —

—Ah —

—Estuve allí por varios meses, está del otro lado del centro, pero nunca salí como para ver más allá de un par de calles—.

Él la observó de reojo, sorprendiéndole su falta de autoprotección, el hecho de que prácticamente no tuviera recato alguno en contar detalles de su vida abierta y sinceramente.

Podría haberle dicho que era peligroso, que no debería confiar tanto. Pero no lo hizo, porque no le incumbía, y porque ni siquiera quería hacerlo.

La energía de esa chica era demasiada, tanta que lo estresaba, y sólo habían pasado como veinte minutos. Sin embargo, en todo ese lapso, lo que más le sorprendió de ella fue que jamás se dio cuenta de sus respuestas monosilábicas, ni siquiera en la falta de calidez de su expresión. Y si lo hizo, le importó bastante poco.

Abi continuó un poco más, hablándole de los escasos tiempos libres que tuvo en el internado, y que había estado ansiando un momento como ese, el salir y explorar un poco. Los letreros se reflejaban en sus pupilas cada vez que levantaba la mirada y los observaba con esa alegría que parecía no abandonarla nunca.

Le comentó también que el semestre había terminado.

—¿Vuelves a casa? — le preguntó él, esforzándose por agregar al menos dos palabras más a su pobre diálogo. Las comisuras de la muchacha se curvaron aún más hacia arriba.

—¿No es lo mejor sentirse en casa? —

***

La esperó con las manos en los bolsillos, con el hombro recargado en un pilar junto a los asientos de espera. El sonido metálico de un tren arribando repercutió en el espacio de techo muy alto y vidrios de cara al cielo pintado de atardecer. Ella caminó hacia él en cuanto abandonó la ventanilla de la boletería, aferrada a la tira de su bolso. Samuel se irguió y la miró inquisitivo, manteniendo las manos en los bolsillos.

AnástasisWhere stories live. Discover now