XIII

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—Ahora es cuando me dices algo cursi como que me vas a extrañar aunque no sea cierto, ¿sabes?—

Lo recordaría, aún cuando el tiempo transcurriera de manera inevitable y poco afable, aunque a partir de aquel día se formara una grieta entre ambos que los separara para siempre, o fuera un preámbulo de todo lo que se vendría para sus vidas a continuación. Estaba seguro de que recordaría cada detalle de aquel espacio, de la gente yendo y viniendo, cargando sus pertenencias y despidiéndose de sus familiares o amigos con abrazos largos y sentidos, o con los auriculares puestos y golpeteo insistente de las puntas de sus pies en el suelo, solitarios, mirando la pantalla de sus teléfonos.

Lo recordaría porque le pareció que ella se veía aún más bonita en aquel momento, con esa sonrisa que pretendía ser burlesca pero que le sentaba dulce y pícara, mirándolo con sus grandes ojos color cuarzo azul detenidamente.

El tren partiría en unos diez minutos. Abigail estaba parada frente a él en el andén, con una ropa similar a la que llevaba puesta la tarde que se conocieron, incluso las polainas estaban sobre sus jeans oscuros, luciendo sus pantorrillas con el blanco níveo de la lana.

Sam cargaba su abultado bolso de viaje en el hombro esta vez. Se lo había arrebatado de las manos al salir de hostal a pesar de que ella se negó rotundamente y él se sintió mal al notar lo pesado que era, y darse cuenta de que había sido grosero a niveles épicos la primera noche que la guió hasta allí, porque la había dejado llevarlo por toda la ciudad, aunque eso parecía ser décadas atrás ahora.

Era sencillamente increíble cómo la percepción del tiempo podía cambiar de un momento a otro, cómo una realidad podía transformarse hasta volverse otra completamente diferente. Porque ahora era diferente. Lo sabía, algo en él sería diferente.

Eran cerca de las nueve de la mañana, y todavía tenía el sabor del café amargo pegado a la garganta. El ambiente se veía más nítido después de la lluvia, y el aire se convirtió en vaho cuando bufó, poniendo los ojos en blanco ante la burla de ella, y dejando que una sonrisa sincera tirara de sus comisuras. Abigail se rió estruendosamente, y el muchacho aprovechó ese momento para tirar de su brazo, acercándola a su cuerpo en un abrazo.

Sí, estaba seguro de que lo recordaría.

—No creo que tengas idea de cuánto voy a extrañarte—dijo, permitiéndose registrar la combinación de aromas que se desprendía de ella, el cabello suave al contacto de su mejilla, la vida y la esperanza que ella tenía y le eran características, y que él deseaba poder pasarse a sí mismo— y lo digo en serio, Abi.

La muchacha sonrió, reprimiendo el deseo de esconder el rostro en el hombro de Sam, y dejarse llevar en ese abrazo dulce e inesperado. Sintió un nudo en su garganta, pero luchó para deshacerlo. No debería sentirse triste, sino feliz de la manera en la que había resultado todo. Feliz de haber visto en ese tiempo a Dios tratando con una vida que parecía hecha de piedra, hasta quebrantarla y mostrarle su Gracia.

Debía estar feliz por muchas cosas, pero no podía evitar la nostalgia chocando contra ella, las ganas de quedarse un poco más, su corazón latiendo fuerte, muy fuerte, entre los brazos del muchacho.

Al despertar aquella mañana temprano, después del mísero par de horas que consiguieron dormir luego de presentar declaración a la policía por lo ocurrido en la madrugada, y los nervios todavía a flor de piel, la posibilidad de no volver a verlo cruzó por su cabeza como el flash de una cámara, encegueciéndola. Pero, aunque lo lamentara, tenía que hacerse a la idea, a esa posibilidad.

Ella lo sabía muy bien.

—Yo también voy a extrañarte mucho, Sam—murmuró y lo sintió suspirar cortamente. Tomó aire, y se separó de él, dibujando una sonrisa en sus labios—¿Ahora quién balanceará con su acidez el azúcar de mi personalidad?—

AnástasisWhere stories live. Discover now