III

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Abi tenía como chispas en la mirada cada vez que sonreía. Eso fue lo primero que fue capaz de notar aquella noche, cuando entraron al lobby y se la encontró observando las luces de neón del hostal formando la palabra "wanderlust".

Su cabeza estaba inclinada hacia un lado, su cuello fino libre de todo cabello, cayendo como cascada de bucles en su hombro. Y miraba, sin parar, como con chispas en los ojos.

Sam volteó la cabeza, con brusquedad, hacia la menuda chica detrás del mostrador cromado de recepción, torciendo la boca.

— ¿Y Christian? — le preguntó. Denia alzó las cejas, como si remotamente hubiera estado esperando que al menos le dijera hola.

— No vino hoy—respondió. Sam soltó un bufido corto, y chasqueó la lengua.

— De acuerdo. Necesito un lugar para ella, por algunas noches—.

La muchacha miró por sobre su hombro, interceptando fijamente de manera inexpresiva a la chica que permanecía con los pies juntos, tamborileando los dedos en su cadera y sonriendo.

Su boca formó una línea.

— No tenemos sitio— sentenció. Sam alzó una ceja.

— ¿Qué? —

— Un grupo de extranjeros entró esta mañana. Es un hostal pequeño, lo sabes. Ya no hay sitio —

El muchacho maldijo por lo bajo, llevándose una mano al cabello, impasible.

— Escucha — insistió — ella necesita un espacio. Perdió el tren y no tiene dinero para quedarse en otro lugar.

— Lo lamento, Sam, pero todo está ocupado. —

— De acuerdo —.

— Pero podría quedarse contigo, en el apartado de tu ático, ¿o no? —

— Es realmente malo— repuso. Ella se encogió de hombros.

— Es la única opción—.

Otro bufido. De nuevo su mano restregando su rostro.

— De acuerdo—dijo. Una sonrisa pequeña se formó en la boca de Denia.

— Y no es tan malo, se puede dormir a gusto ahí—.

Él clavó sus ojos en ella y su mirada fue gélida. La muchacha borró su sonrisa, y pareció encogerse en su sitio de manera súbita.

— No es exactamente lo que has hecho cuando estuviste ahí arriba— gruñó.

Denia permaneció sin decir palabra. La conversación había terminado. Sam se volteó de nuevo hacia Abi, y caminó hasta ella.

— No hay lugares disponibles. Un grupo de turistas se instaló esta mañana—.

— Oh, está bien. Podré buscar otro sitio—.

— Pero — continuó él, haciendo caso omiso — si quieres puedes quedarte conmigo.

Ella lo miró arqueando un ceja.

— Vivo en el ático del edificio. No estarías literalmente conmigo, —aclaró— sino en el apartado continuo. No es la gran cosa, pero sirve para dormir—.

La vio vacilar. Era la primera vez que lo hacía tan notoriamente en toda la tarde. Asumió cuál era la raíz de su duda, por lo que aclaró con el tono igual de neutral que antes.

—No vamos a dormir cerca, si eso es lo que te preocupa. Y por si había dudas, no voy a intentar nada contigo—sentenció. Abi se tragó una risa.

AnástasisWhere stories live. Discover now