VII

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Abigail era de un pueblo pequeño con poca historia, de hectáreas cultivadas a sus alrededores y árboles en todos los jardines. Pastos salpicados de flores, casas de color blanco.

Le dijo que le hubiera gustado decir que le parecía aburrido allí, pero que eso sería mentir horriblemente, porque pensaba que era uno de los lugares más bonitos de todo el mundo, aunque no hubiera viajado y conocido todo el mundo.

Le gustaban las cosas triviales de ese lugar, como que la gente saludara al andar por la calle, que el aire fuera puro y por las noches hubiera mucha calma. También le contó un poco de su adolescencia tranquila con sus amigos de la iglesia adonde iba, mientras ojeaba libros de hojas amarillas o se probaba sombreros antiguos en los puestos, soltando carcajadas cada vez que se miraba al espejo.

A veces, Abigail era calma.

Cualquiera hubiera pensando que él era calmo al verlo o tratarlo un poco, alguien tranquilo hasta que su carácter explotaba; pero no era así en lo más mínimo.

A veces la gente confunde la calma con el silencio; la calma con el caos mudo.

Hacía unos años que él estaba mudo, es decir, que su carácter era más o menos controlable, pero cuando entró en la secundaria, era un terremoto ambulante. Descubrió que había demasiadas injusticias sociales, profesores sin ánimos de enseñar de verdad y un montón de favoritos. Descubrió que necesitaba excusas para tener una pelea con alguien, y darle un puñetazo en la cara en el proceso. Descubrió que estaba lleno de ira en ebullición que quería expulsar de alguna manera contra los demás, pero en ese entonces era algo fofo, nunca había hecho ninguna disciplina que le enseñara a pelear, y era algo delgado, por lo que no le iba tan bien la mayoría de las veces.

No vivía en un pueblito de azúcar ni sacaba buenas notas, no tenía amigos de la iglesia ni ninguna clase de amigos. Vivía con su vecina en los suburbios, con calles agrietadas y un parque de juegos oxidados. No pensaba que fuera el lugar más bonito del mundo, y no lo pensó dos veces cuando dejó la escuela y se fue de allí.

Ahora todo eso parecía un recuerdo difuso.

Le sorprendía la habilidad que había encontrado en Abi, aquella con la que podía revolver sus recuerdos y sacar tonterías a flote que había intentado durante años sepultar. Pero no le molestó mucho, no como hubiera esperado. Incluso le contó, muy vagamente y con pocos detalles, algo de todo lo que pasó en su adolescencia.

Sólo un poco, aquello que no le importaba demasiado.

—¿Eras un temerario en la escuela? —le preguntó Abi, mientras miraba postales. Sam asintió apenas, recargado en uno de los soportes del puesto de madera donde se habían detenido, observándola en lugar de todo lo que estaba expuesto sobre la mesa. Ella bajó lo que tenía en las manos de improviso y lo miró con diversión —. No me digas que eras de los que no se comen el borde de la pizza en el almuerzo.

Sam sonrió vagamente.

—Era de los que quieren romperte la mandíbula si los miras demasiado.

Abi se llevó las manos a la boca.

—¿Y ahora?—

—Igual, pero soy menos propenso a dar el puñetazo— Sam torció la boca — No puedo pagarle la atención médica a nadie.

Abigail estalló en carcajadas, estirando el cuello hacia arriba y sonando estruendosa sin cuidado, desde el fondo de su estómago.

El muchacho nunca había visto algo así, que la gente a su alrededor se volteara a verla, y no le importara. Que las lágrimas se asomaran de sus ojos y las limpiara como si nada mientras buscaba el aliento que no tenía.

AnástasisWhere stories live. Discover now