XII

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Repito la advertencia: Lenguaje vulgar

Prepárense;

***

Era un espacio abierto, alejado de las avenidas principales y de las tiendas. Como una extensión de campo inserto en una ciudad grande, que no esperarías que estuviera ahí si no estuviste en una nunca, y que contenía algo que le recordó a Abi a una fotografía que vio alguna vez, quizás entre las que su hermano le enviaba de sus viajes interminables.

El cielo se estaba apagando, pero muy lentamente, como una tarde de verano, con nubes grises agrupándose y que antes no habían notado.

Observó los vagones abandonados asaltados por graffitis de colores, de lo que antiguamente habría sido una pequeña estación de trenes, ahora llena de hierba alta entre los rieles en desuso que se perdían hasta donde alcanzaba la vista. Ahora se encontraban en la periferia, después de haberse alejado de toda esa parte elegante de Santa Gracia, y estaban acercándose a los suburbios.

Unos de los vagones estaba abierto, Sam se trepó en él cuando estuvieron cerca, impulsándose hacia arriba para llegar al techo por un costado exterior del vagón, donde había una escalera. Le extendió la mano, ayudándola a subir también.

Anduvieron un rato por allí arriba, jugueteando un poco y haciendo equilibrio, como niños pequeños, e intentando descifrar qué decían los graffitis que llegaban hasta el techo, hasta que se rindieron, sentándose uno junto al otro, agotados por el peso del día y todo lo que habían andado.

Desde allí, la mirada de Abigail se pegó a lo lejos, adonde se encontraban los rascacielos que se veían imponentes y espejados, reflejando el cielo. No le sorprendía que el muchacho conociera un lugar como ese, ya que él parecía saber de la existencia de todo lugar interesante de esa ciudad.

El mirador había sido un ejemplo. No parecía que mucha gente fuera allí, salvo los que supieran de su casi artística existencia.

—Esto es hermoso—dijo ella, después de un silencio largo, inclinando la cabeza hasta casi tocar el hombro del muchacho.

Sam miraba hacia el horizonte, los últimos rayos de sol apagándose por las nubes cargadas de tormenta, yendo al encuentro de casas distantes, provocando aquella sensación melancólica cuando se termina el día, y la oscuridad desconcierta y se vuelca en soledad.

Tenía algo amargo en la garganta, y en el pecho, que se había instalado luego del incidente del casi beso con Abigail. Por más que lo intentaba, no conseguía dejar de pensar en eso, y en esa conclusión sobre sí mismo a la que había llegado.

Se sentía tan impotente de vez en cuando, que tenía miedo de arruinar el día que habían pasado, como lo hubiera hecho antes, pero sentía que lo haría. Estaba seguro de que en algún momento estallaría.

Un suspiro salió ahogado de su boca, llamando un poco la atención de ella, tan bonita y agradable, viva y feliz a su lado. Sabía que estaba disfrutando esto más que nadie, el estar viendo esos edificios tan llamativos. Él también lo hacía. Contemplarlos, le hacían reflexionar, de alguna manera que ni él entendía.

—Siempre me sorprende— dijo. Abi lo miró.

—¿Qué cosa?—

—Lo altos que son— respondió. Ella chasqueó la lengua.

—Como los sueños de los hombres—

—Siempre ves las cosas de esa forma—

—¿Cómo?—

AnástasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora