|CAPÍTULO O7|

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La tercera hora de clases de un lunes se me hace tan pesada que me duele el cuerpo

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La tercera hora de clases de un lunes se me hace tan pesada que me duele el cuerpo. Bien, puede que no sea Biología lo que me tiene adolorida realmente pero el estado adolorido y magullado internamente al que estoy sometida hace que hasta la mínima palabra que dice la profesora me duela en el fondo de los tímpanos. Lo único que hallo como factible es que me va a agarrar un virus de gripe a los golpes y con las dolencias me está avisando de su visita o puede ser la regla.

—La mitosis se divide en cuatro fases: profase, metafase, anafase y...

Fases, desfases, fases. Suena extraño si lo repito seguido. Fases, fases, sefas... no, así no es. ¿mitocardio? No. Mitosis. Biología... La voz de la maestra empieza a alejarse lentamente de mi radio de recepción, de repente ya no estoy en el aula, no escucho a mis compañeros, no puedo casi respirar, tengo la nariz algo tapada, siento mi brazo derecho desfallecer y al estar este sosteniendo mi cara, el bajonazo repentino gracias a la gravedad me hace dar un respingo antes de que impacte mi frente contra mi pupitre.

No fue lo suficientemente sutil para que la maestra no lo viera y con la mente aún algo somnolienta, la veo acercarse a mi lugar, estando en la última columna, a mitad de la fila.

—¿Piensa usted que dicto biología para acompañar su sueño? —Su tono sarcástico no me dice mucho de que esté enojada, pero es lógico que feliz tampoco está.

Opto por la sinceridad.

—No me encuentro muy bien —confieso. La joven maestra cambia su postura defensiva a una más abierta al diálogo. Por instinto me palpa la frente.

—No es fiebre.

—Puede solo ser un virus.

—¿Se sentiría mejor saliendo un momento a tomar aire?

La verdad no, lo que quiero es dormir pero tampoco quiero ser grosera con la maestra así que asiento y me levanto de mi silla. Samantha, que ha estado al frente de la clase —de todas las clases—, camina hasta mí y empieza a tomar mis cosas.

—Yo te guardo las cosas, Emily —informa—. Te veo en un rato y te las doy.

—Gracias.

Salgo del aula y la acción de caminar me despeja un poco los sentidos. Los desolados pasillos a la espera del timbre de receso se me antojan algo tenebrosos y opto por ir a un baño y enjuagar un poco mi cara.

Teniendo de referencia la soledad de los pasillos, esperaba soledad también acá, pero nada más entrar escucho un tenue sollozo viniendo de alguno de los cubículos. Olvidando mi buena educación de no ser tan curiosa, me quedo callada esperando si quizás habla por teléfono la persona y puedo saber el chisme, mas parece que está sola y en silencio. Ingreso en otro de los cubículos sin hacer tanto ruido y espero. Unos segundos después la persona se sorbe la nariz, y al instante, escucho su puerta. Espero por seis segundos de cortesía y bajo el agua del váter aún cuando no lo he usado y salgo como si nada. Mi sorpresa se acentúa cuando veo a la dueña del mal rato.

Un Cliché desComunal •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora