Especial I ▪Fresita▪

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Unos ojos verdes, profundos, gatunos y peligrosamente atractivos me envuelven en la oscuridad, diciéndome con un pequeño brillo justo en la mitad que ya no hay vuelta atrás, que sin importar si he o no cambiado de opinión, mi voz y mi voto se han ...

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Unos ojos verdes, profundos, gatunos y peligrosamente atractivos me envuelven en la oscuridad, diciéndome con un pequeño brillo justo en la mitad que ya no hay vuelta atrás, que sin importar si he o no cambiado de opinión, mi voz y mi voto se han perdido al cruzar la puerta de su jaula; de repente he dejado de ser el ave que siempre está arriba de todos, volando y mirando desde la lejanía y he pasado a ser el pájaro enjaulado que espera con impaciencia a que el gato lo ataque, mirando solamente sus ojos salvajes que desde adentro, ojos que lo saborean salivando entre sus colmillos.

Un pitido que puede considerarse justo ahora como una salvación, me saca del profundo sueño. Sobre el sofá donde he dormido, mi cuerpo amanece en la misma posición en que me acosté anoche; sin importar lo duras de las pesadillas que me ataquen, mi cuerpo no se mueve en absoluto al estar sumido en la inconsciencia.

Ladeo la cabeza y miro la ventana; a pesar de tener dos cortinas detrás, puedo ver que afuera aún está oscuro, son las cinco y diez minutos de la mañana, la misma hora de levantarme cada día.

Me siento en el sofá con las piernas cruzadas y doblo las cobijas que mi tío me ha asignado y las coloco a un lado, con las dos almohadas encima, coronando lo que ahora parece ser mi habitación pasajera. Ubico los pies sobre la alfombra mullida y me levanto, acomodando mi camisón de dormir y pasando la mano por mi cabello.

Busco en mi maleta —que temporalmente es mi armario— una toalla y mis artículos de aseo para entrar a ducharme a las cinco y veintidós de la mañana.

Toda mi vida es un esquema, una rutina, un listado de cosas que debo hacer a diario en un orden especial o me siento intranquila. No soy precisamente una obsesiva compulsiva —lo sé, mi padre me llevó al psicólogo en varias ocasiones y fue descartado—, es más que me gusta tener orden conmigo misma, me es indiferente si las demás personas que viven conmigo o cerca de mí son o no ordenadas, pero mi mente sí debe ser una bodega llena de archivadores perfectamente catalogados con mis tareas del día a día.

En el espejo del baño, el vapor del agua caliente ha dejado su rastro y paso la mano por una sección para poder reflejarme. Paso con suavidad mi dedo debajo del párpado del ojo derecho, donde el poco de maquillaje que no quité anoche, se ha corrido con el agua; mis ojos, usualmente de un brillante tono café, ahora están algo opacos, como si el bombillito del entusiasmo que siempre estaba tras ellos, simplemente se hubiera fundido, y sin poder evitarlo, por un milisegundo, veo dentro de ellos unos iris verdes e indeseados. Cierro los ojos con fuerza y tomo aire, decidida a dejar eso de lado antes de salir. Me miro una vez más en el espejo y me sonrío, un gesto que es solamente superficial pero que es suficiente para intentar llevar bien el día.

La sonrisa repele el miedo, aleja la tristeza y atrae las sonrisas de los demás —me digo en voz baja, al igual que cada mañana—. Sé dulce, sé amable, sé correcta.

Aprovechando que Emily y las bebés se levantan luego de las seis y que mi tío llega a esa misma hora de su trabajo, puedo cambiarme con tranquilidad en la sala, cosa que no me toma demasiado tiempo al haber alistado mi ropa de hoy, ayer.

Un Cliché desComunal •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora