✾Capitulo 3: La curiosidad mató al gato.

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En la mañana salí rápidamente de mi casa. Pedí el día libre para descansar; quería ir a la clínica por curiosidad. Me despedí de Juan y tomé el camino hacia donde Fer, quien me esperaba eufórico fuera de la clínica. Estaba feliz de que volviera a su trabajo.

—La curiosidad mató al gato, Ana. Bienvenida de nuevo —estaba entusiasmado por tener con quién compartir temas relacionados con su trabajo.

Su novia era una Barbie. Pasaba su tiempo en el cirujano, pintando sus uñas o con amigas en su gran mansión. No entendía cómo un hombre tan inteligente como mi amigo había caído tan bajo.

—Eso parece —respondí sonriéndole.

—¿Volverás donde Alejandro?

Me quedé callada unos segundos.

—¿Puedo ir sola al tercer piso? Quiero sorprenderlo —dije mintiendo. Solo quería visitar el cuarto de al lado, pero no podría decirle eso a Fer. No sabía cómo lo tomaría.

Fernando asintió, no muy convencido.

—Vale, terminaré de arreglar unos papeles aquí y subo a verificar que todo esté en orden —me dijo, y seguido de ello salí apresurada. Necesitaba llegar y hacerlo rápido. No quería que Fernando descubriera la mentira.

(...)

—Alejandro, ¿Estás seguro de que él no es peligroso? —tenía miedo por mi vida, pero también tenía demasiada curiosidad.

—No te haría daño —dijo seriamente.—Es peligroso, pero no te hará daño.

Eso me hace titubear un poco.

¿Debería creerle?

Mierda, ¿por qué soy tan curiosa?

Logré abrir la puerta. Le dije a la enfermera que se encontraba con el chico misterioso que el jefe Fernando había permitido otra visita para el chico de ese cuarto; la mujer me miró por unos segundos algo dubitativa.

—Ten —me pasó las llaves del cuarto—. En este momento está leyendo, así que no trates de presionarlo porque su genio es explosivo.

Agradecí por la advertencia y me dirigí hacia adentro. Vi cuadros que parecían muy viejos, pinturas del siglo pasado, tétricas pero entretenidas. Al lado de la pequeña cama estaba un sujeto, hombros anchos y alborotados cabellos, sosteniendo un libro. Se trataba de El Diario de Ana Frank. Qué interesante. También amo ese libro.

Cerré la puerta y con pasos suaves pero seguros tomé una silla que estaba cerca y me senté en ella.

—Perdón la interrupción —aclaré mi garganta—. He tenido un encuentro extraño con Alejandro —pausé unos instantes—. ¿Tú lo conoces?

No recibí respuesta, solo seguía perdido en su libro y no inmutaba acción alguna. Así que seguí hablando.

—Soy un poco antisocial, y tú no haces el trabajo más fácil —mencioné sonriente, a lo que este chico no volteó a mirarme ni nada por el estilo.

Me quedé viéndolo unos minutos. Seguía perdido en su lectura, apenas parpadeaba. Movía frenéticamente su pierna izquierda, pero era lo único que hacía. Estaba recostado en la pared y se veía relajado. Su respiración era suave, sostenía el libro con bastante fuerza, por lo que pude notar un poco sus nudillos blanquecinos.

—Veo que no quieres la compañía de nadie, al menos estoy cumpliendo lo que prometí. —iba a tocar el pomo cuando, por primera vez, escuché su ronca y gruesa voz.

—Quédate —habló, esa voz tan dura, fuerte y oscura a la vez.

Esa voz... Qué extraña voz.

Voltee me vista hacia el, no me miraba, solo dijo eso como si yo fuese un fantasma, como si le estuviese hablando a la pared.

Obsesionado por ti ©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora