Tú, a quien le pertenezco.

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***Advertencia de... Uhm... ¿Lemon?***

Entrelazaron sus dedos por inercia, con las manos recargadas en el esponjoso edredón de plumas. Se miraron avergonzados a los ojos, pero no podían evitarlo, había algo que los empujaba, magnéticamente, a seguir acercándose. 

Una especie de shock cruzó rápidamente por la cabeza de Link y de Zelda exactamente al mismo tiempo. Un recuerdo que llegó con la química del calor producido en el roce de sus dedos, habían estado ahí antes, lo sabían perfectamente, pero jamás habían cruzado la línea. Zelda se acercó a Link nuevamente, colocando su frente en el cuello del rubio, lo hizo con la gracia de un ave volando, besándole el cuello con una dulzura torpe. El gesto envió un impulso eléctrico que recorrió la columna del muchacho eclosionando en sus caderas. 

 —¿Nos vamos a meter en problemas por esto?— rió Link. 

— Nah, mi padre ya no puede vernos... Creo.— rió de vuelta Zelda. 

— Ese chiste fue inesperadamente cruel, incluso para ti.

— Cállate, tú empezaste. 

Los besos pasionales se intercalaban con las risas coquetas de ambos. Las aves que habían anidado cerca de la ventana componían una música dulzona junto a ellos. Las manos del rubio comenzaban a hacer un registro del cuerpo de la princesa, para saber dónde atacar cuando fuese el momento. Ella no se quedó atrás. Sus largos dedos se pasearon por la camiseta del héroe, por sobre los cinturones y hebillas, por todos los inconvenientes a considerar antes de dar el siguiente paso.
Ninguno de los dos se atrevía realmente a darlo, de todas formas. Sabían lo que querían. ¡Hylia sabía cuánto realmente lo querían! ¡Lo que habían esperado por ello!

Fue Zelda quien, agobiada por la vergüenza, decidió darle la espalda al héroe. Recostándose sobre su pecho. Comenzó a deshacer el broche del cinturón con el que cargaba la tableta sheikah lentamente. Link advirtió el movimiento de la princesa y deslizó sus manos por sobre sus caderas, abrazándola por la cintura. Se dispuso entonces a desabrochar cada una de las hebillas que llevaba encima la rubia. Siempre que tocaba una nueva, se detenía por un segundo y miraba a la princesa, expectante, pero ella en ningún momento lo detuvo, ni si quiera podía mirarlo.

Cuando se acabaron las hebillas y cinturones, lo demás era fácil. Link deslizó sus manos por debajo de la túnica de campeón azul que llevaba la princesa, igual a la suya. El vientre de la princesa era tremendamente suave y para Link, parecía casi un insulto usar sus manos duras y frías para tocarlo, él era un guerrero después de todo.

—¿Estás bien? —cuestionó el rubio.

—Mhm... — la princesa apuró el tacto del héroe, paseando su dedo índice por sobre su muñeca izquierda.

Link se sentía mareado. Estaba terriblemente abrumado con la situación, no terminaba de tragarse que se pudiera ser tan inmensamente feliz en un momento como ese.  Zelda se hizo un nudo en el vientre y tomó a Link por el dorso de ambas manos y las dirigió con cuidado a su pecho. Mientras Link agradecía a todas las diosas que en la escuela de caballería les hubiesen enseñado a masajear las partes sensibles (pues durante los calentamientos solían ser heridos), la princesa se dejó llevar por él en ese momento.
Volvió a tornarse de frente a él, con la gracia de un felino asechando a su presa, y tratando de esconder la vergüenza comenzó a quitarle las hebillas de los cinturones a Link.

Link estaba sorprendido por la repentina iniciativa de la princesa, solía ser ella quien lo detenía en el pasado. Ahora estaba siendo ella la que parecía llevar prisa. Le causó un poco de gracia aquel pensamiento, después de todo, desde ese momento en adelante tenían toda la vida para pasarla juntos.
Presionó ligeramente los pasadores que Zelda llevaba en el cabello, soltándolo por completo. Ella había terminado ya con su tarea, y se detuvo a observar a Link, expectante.

Para que no quedemos en el olvido.Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora