El estanque de los Enamorados.

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El príncipe no recordaba haber estado tan emocionado de hacer un viaje desde que su hermana mayor lo había llevado a conocer el Castillo Hyliano por primera vez. Era como ser un pez de diez años nuevamente, bajo el cuidado de sus dos grandes amigos ¿Qué podía salir mal? Se despertó apenas los rayos del sol tocaron el agua helada y comenzaron a entibiarla, decidió que iría con Link a cazar y le contaría sobre lo que vio en la flor la noche anterior. La mística planta le había revelado colores y suspiros que casi sonaban como un nombre y quería explicárselo a su mejor amigo para que le ayudara a encontrar al objetivo de su loco amor.

Por fin salió de la cabaña el rubio muchacho, estirándose y bostezando fuertemente. Se acercó al árbol junto a la casa y le hincó el diente a una manzana mientras descendía la ligera pendiente a donde descansaba Sidon.

—Amigo tengo que contártelo. —sonrió Sidon con emoción.

—Buenos días. Venga, vayamos a conseguir el almuerzo.— dijo, dándole una mano.

Tras los largos preparativos previos al inicio de otro largo viaje, Link y Zelda volvieron a ensillar sus caballos para la partida. Zelda se dirigió a algunas tiendas locales a hacer acopio de víveres y en su regreso fue interceptada por los niños del pueblo.

—¡Zelda! ¡Zelda! ¿Te vas otra vez?— le decían.

—Sí, esta vez iremos a la ciudad Gerudo, en el desierto.— sonrió a los pequeños.

—¡Ya les dije que le hablen con respeto a la princesa! — los reprendió su madre.

Zelda rió y le hizo un ademán con la mano a la mujer, indicando que estaba bien con la manera de hablar de los pequeños tan familiar. Después de todo, viviendo fuera del castillo no era más que otro civil más. Cuanto más se acostumbraba a esa ajetreada vida de viajes y trabajo duro más distante y extraña se le hacía la vida de la aristocracia. Se preguntaba a si misma cómo no se había vuelto loca viviendo de esa manera tan aburrida durante diecisiete años.

—Princesa, ¿Nos traerás algo de tu próximo viaje? —rieron los niños.

—Por supuesto, de mientras... —Zelda sacó de su mochila un libro de cuentos que había traído con ella del castillo. Desde que había empezado a conocer a los habitantes de Hateno se había comenzado a encariñar con ellos y casi siempre intentaba traer un obsequio para los niños. —¿Qué les parece esto que traje del castillo? —

Los niños lo tomaron felices, todos querían tener el libro en sus manos pero acordaron que el mayor de todos debía tenerlo porque era el más apropiado para leer a los demás. Agradecieron a la princesa con un abrazo cuando Link llegó junto a Sidon halando las bridas de los caballos listos para partir. Zelda se despidió de ellos con un gesto y partieron al sur. El plan era seguir hasta la costa y, después de eso, seguir por mar a espaldas de Sidon (que ya estaba cansado de viajar por tierra y quería ser de utilidad a sus amigos quienes se esforzaban tanto por él) hasta llegar a las playas de la villa Lurelin y de ahí seguir a pie a la colina de la montaña Tuft, donde se encontraba el tan aclamado estanque de los enamorados.

Durante el camino, Sidon y Zelda platicaban sobre los niños de la Villa Hateno y de lo mucho que a ambos les gustaban los niños.
En el reino Zora, los pequeños siempre se mostraban muy encariñados con Sidon, pues al príncipe le gustaba jugar con ellos y cuando tenía tiempo enseñarles algunas cosas emocionantes del mundo en el que vivían. Sidon siempre había pensado que ser padre sería tremendamente emocionante pero no se sentía preparado para esa responsabilidad. A pesar de saberse muy capaz creía que lo ideal era hacer las cosas en el orden en el que estaba descrito.

—Eso me hace pensar un poco, creo haber leído algo sobre los procesos de cortejo Zora pero no estoy muy segura.— comentó Zelda. —Sonaba demasiado complicado para mí dada la dificultad de sus sistemas de género.—

Para que no quedemos en el olvido.Where stories live. Discover now