Donde crecen las flores.

2.6K 131 107
                                    

Durante el viaje, Zelda se esforzaba demás para no quedarse dormida. Al no ser quien llevaba las riendas se limitaba a recargarse en la ancha espalda del héroe y disfrutar del paisaje tan vasto que representaba Hyrule.
Tras cruzar el puente Proxim, siguieron el curso del río Squabble de la Necluda occidental. Acto seguido, cruzaron otro puente hasta el rancho de los Picos Gemelos donde se detuvieron a tomar la comida.

Como Link era un cocinero experto, ni Sidon ni Zelda se atrevieron a acercarse a intentar irrumpir en su labor. Ambos se limitaron a conseguir los ingredientes que el rubio les pedía.
Sidon logró atrapar un par de róbalos staminoka enormes en el río, y Zelda se encargó de comprar la mantequilla y recolectar algunas yerbas de Hyrule. Cuando la comida estuvo lista todos se sentaron al rededor de la fogata y platicaron tranquilos de las cosas que habían estado aprendiendo de los libros. Sobre sus vidas pasadas y algunos hechos que Link y Zelda habían comenzado a esclarecer a lo largo de los últimos días.

—De hecho... Aquí cerca fue donde me morí, ¿No Zelda? —rió Link.

—No te rías, estaba aterrada, ¿Sabes?— refunfuñó de regreso.

—Yo también lo estaba. En ese entonces, el saber que estabas en peligro y yo no era suficientemente fuerte para protegerte... —

Link bajó la mirada, serio. En ese entonces, él no estaba muy seguro de si mismo ni del porqué luchaba. Sabía que había sido elegido por la espada, sabía que había sido aceptado y reconocido por el reino y, sin embargo, en ese momento un mar de dudas lo ahogaban y eclipsaban con su tinta negra. Lo lastimaban por dentro y lo convertían en un recipiente. Hueco. Dejando toda la oportunidad a la oscuridad de adueñarse de su cuerpo y hacerlo colapsar. Él no sabía si era el héroe que Hyrule necesitaba, pero estaba seguro de que debía proteger a Zelda desde el fondo de su corazón.
Zelda colocó su mano en la mejilla del héroe y lo empujó a mirarla de frente, sonriéndole con dulzura.

—Oye... Ya basta.

—Perdóname por no poder protegerte.

—Perdóname tú a mí. Si hubiese sabido antes... Si hubiese podido admitirlo en ese entonces... —

Zelda comenzó a ruborizarse. Las palabras del árbol Deku volvieron a su memoria: "Las palabras del corazón deben decirse en persona, ¿No cree, princesa?".
Lo que había activado sus poderes no había sido coincidencia. No era a causa de su arduo trabajo con las plegarias a las Diosas, no era a causa de una iluminación divina. El poder que había emanado de ella había estado latente dentro de ella todo el tiempo: El poder emanaba del amor en su corazón, el poder emanaba para proteger aquello que amaba.

—¿De qué hablas? — interrumpió Link sus pensamientos.

—Uh... Bueno, yo... — las escenas de la noche anterior se repetían en su cabeza una y otra vez, se cuestionaba a si misma ¿Cómo pudo haber dicho algo tan vergonzoso? — Ya sabes... Lo que te dije...

—Lo que... ¿Dijiste? — al héroe le pasaban las indirectas como flechas fugaces que nunca tocaban la diana.

—¡Ah por el amor a Hylia, Link! ¡Lo que te dije anoche!

—Anoche... — el héroe recapitulaba los sucesos pasados con lentitud, los sopesaba lentamente desgranándolos uno a uno en su memoria.

—Hermano, hasta yo sé a qué se refiere y ni si quiera estuve ahí. — interrumpió Sidon, tratando de apoyar a su amigo y no sabiendo del todo cómo hacerlo.

Link estaba seguro de que Zelda había dicho muchas cosas, pero pasaba desapercibida la más importante de ellas porque no creía que fuese posible. Cuando la idea de que lo fuera se posó en su cabeza cual mariposa, levantó el vuelo inmediatamente y se desvaneció después de haberse clavado en la mente del héroe, tiñendo sus mejillas y la punta de sus largas orejas hylianas de sangre caliente.

Para que no quedemos en el olvido.Where stories live. Discover now