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Long before we met, I saw you under neon lights.




Era septiembre, la primera semana de septiembre para ser más concreta, y yo apenas llevaba tres días en la ciudad cuando decidí salir a explorarla.
Vivir en Madrid siempre había sido algo con lo que soñaba y, cuando me aceptaron en una de las universidades de dicha ciudad, no me pensé dos veces el dejar la comodidad que suponía vivir en Pamplona para irme a Madrid absolutamente sola. No soportaba seguir en Pamplona, no podía seguir allí más tiempo porque dolía, y dolía cada vez más.
No voy a mentir, estaba un poco acojonada. Es decir, estaba en una ciudad nueva sola, sin nadie conocido cerca, y me las tenía que apañar ya que el pequeño estudio que había alquilado lo tenía que pagar yo. Esa era una de las condiciones que me pusieron mis padres cuando les dije que quería mudarme: ellos me pagaban la universidad, pero el piso no.
Tenía ahorros, claro, pero con ese dinero no llegaría a pagar ni el tercer mes de alquiler, así que lo primero que decidí hacer cuando terminé del todo la mudanza, fue salir a explorar Madrid y, a ver si con un poco de suerte, conseguía encontrar algún curro que me permitiese estudiar y tener dinero.
Ese día no fue uno de los mejores que pasé en la que se convertiría en nuestra ciudad: me perdí dos veces, ya que en mi vida había cogido el metro, y, en los tres bares a los que había entrado a preguntar si necesitaban personal, me habían literalmente echado porque era muy jóven.
Como no quería que mi primera salida por Madrid fuese tan amarga y al día siguiente no tenía nada especial que hacer, decidí ir a un garito que había a un par de calles de mi apartamento.
Me pedí una cerveza y me senté en una esquina de la barra, observando así todo el establecimiento. No era un bar muy grande, pero tenía un encanto especial. Además, tenía un pequeño escenario en el que había música en directo, con lo cuál me ganó. Así fue como me enamoré de ese bar y así fue como se me hizo rutina ir allí, por lo menos, una noche a la semana.

Sábado por la noche, segunda semana que pasaba en Madrid. Ya había empezado la universidad pero aún no había hablado con nadie, por lo tanto seguía sola en aquélla ciudad tan grande. Estaba sentada en el mismo sitio de la barra que durante la anterior semana había frecuentado, con una cerveza frente a mí y mirando el escenario en el que cuatro músicos tocaban una versión de crazy, una de mis canciones favoritas, mucho más lenta que la original. Mientras les miraba, empecé a tararear despistadamente la canción y, al parecer, lo hice un poco más fuerte de lo que debía porque el mismo camarero que me había servido la caña, se me acercó.

–Cantas bien, –me dijo, apoyándose frente a mí desde dentro de la barra.

–Gracias, supongo, –contesté algo más seca de lo que debería y devolví la atención al escenario.

Esperaba que el chico desapareciese y volviese a hacer lo que sea que tuviese que hacer, pero no fue así. Siguió en la misma posición, mirándome, y, hasta que no volví a girar la cara hacia él, no habló.

–¿Quieres subir?, –preguntó.

–¿Qué?

–Ahí, –señaló el escenario con un leve movimiento de cabeza. –Que si quieres, puedes subir y cantar. Lo haces bien y no creo que a los chicos les importe.

–Eh, –dije un poco nerviosa, llevaba mucho sin cantar en público. –Creo que no debería, no quiero espantarte a la clientela.

El chico se río y, dejando de apoyarse en la barra, se encogió de hombros.

–Creo que si subieras ahí, pasaría todo lo contrario. Pero bueno, eso ya es decisión tuya, –me contestó con una sonrisa y, tras volver a mirar al escenario, se dio la vuelta y fue a atender a alguien al lado contrario de la barra.

Miré esta vez yo al escenario. ¿Y si subía? Total, nadie me conocía y, para qué mentir, ganas no me faltaban.
Cuando el chaval volvió a quedar libre, le llamé.

–Vale.

–¿Vas a subir?

–Sí.

–Vale, –contestó sonriendo, como si hubiese conseguido lo que pretendía. –¡Eh!, –llamó la atención de uno de los chicos que estaba en el escenario con una guitarra y le hizo un gesto con la mano para que se acercase, cosa que el chico no tardó en hacer. –Esta chica de aquí va a subir a cantar, que os diga lo que tenéis que tocar y le dejáis un micro.

–Vale, –asintió el chico sonriendo y me miró. –Ven conmigo.

Le seguí hasta el escenario y, cuando los otros tres chavales dejaron de tocar, el chico subió al escenario a decirles algo y volvió a acercarse a mí.

–¿Qué quieres cantar?, –me preguntó tendiéndome un micro.

–¿Sabes qué canción es la de all I want de Kodaline?, –le pregunté cogiendo el micro.

El chico me sonrió y asintió. Subió al escenario, les volvió a decir algo a los otros tres y me hizo un gesto para que subiese yo.

–¿Cómo te llamas?, –me preguntó.

–Natalia.

–Vale, –dijo cogiéndome el micro de las manos. –Hola, buenas noches, ahora nos va a cantar Natalia una canción preciosa de Kodaline, espero que os guste, –anunció a la gente que había frente a las mesas del escenario, los cuáles se giraron hacia él y prestaron atención.

El chico me devolvió el micro y cogió su guitarra. Me hizo un gesto con la cabeza y yo asentí, y tras eso los cuatro comenzaron a tocar.
Cerré los ojos y empecé a cantar.

El último acordé sonó y, entonces, fue cuando me decidí a abrir los ojos. Los aplausos inundaron aquel pequeño local, los chicos que tenía tras de mí me felicitaron mientras también aplaudían, pero hubo algo que me llamó la atención por encima de cualquier otra cosa.
Al final del local, apoyada contra la pared, estabas tú. Mirándome y aplaudiendo. Estabas realmente preciosa bajo aquellos neones que alumbraban levemente tu cara.
Al darte cuenta de que te estaba mirando, sonreíste. Y con las mismas que me dejaste cautivada, te terminaste de un trago lo poco que quedaba en tu vaso y saliste por la puerta del local.
Yo bajé del escenario tras dar las gracias y, tras acabarme la cerveza a la que me había invitado el camarero de antes y prometerle que volvería por allí, salí por la puerta del bar y me apoyé contra una de las paredes.
Busqué en mi cazadora el paquete de tabaco y puse un cigarro entre mis labios mientras intentaba asimilar lo que acababa de pasar: por un lado, acababa de cantar después de años delante de gente, y por otro lado acababa de ver a una de las chicas más guapas que había visto nunca y a la que seguramente no volvería a ver, o eso pensaba.
Encendí el cigarro y empecé a caminar hacia mi casa con la sensación de que por fin había disfrutado de una noche en Madrid.

Volver. // Albalia.Where stories live. Discover now