23.

13.7K 585 41
                                    

Abro los ojos al dejar de escuchar la música y levanto la cabeza del hombro de Alba, mirando a María con el ceño fruncido.

-¡Pon la radio, imbécil! ¡Que era Billie!, -chillo indignada, haciendo que mi amiga, apagando el motor del coche, se gire hacia mí.

-Ya hemos llegado, pedazo de tonta. Si no hubieses estado roncando todo el viaje no te habrías perdido esta canción las otras tres veces que la han puesto, -y, tras poner los ojos en blanco, se vuelve a girar para quitarse el cinturón y bajar del coche.

Yo la imito y, ante la mirada de diversión de Alba, Marta y Miki, bajo del coche siguiendo a la Mari.

-Eso es mentira, no ronco, -replico, andando hacia ella mientras mis amigos se acercan a nosotras para poder disfrutar de la escena.

-Natalia, por favor, si llevaba la música a tope y a estas dos, -dice señalando a Alba y Marta, -cantando a pleno pulmón y sólo podía concentrarme en tus ronquidos.

-Mentira, -replico, aún indignada. -¿A qué es mentira?, -me giro, buscando la ayuda de alguna de las otras tres personas que iban en el coche con nosotras.

Alba contiene la risa y Marta y Miki se miran entre ellos.

-¿Ves? No dicen nada porque saben que es verdad, -dice María, orgullosa de llevar razón.

-¿Miki?, -insisto, recibiendo silencio por parte de mi amigo. -¿Marta? ¿Alba?, -y, al ver que ninguno me da la razón, resoplo y me giro yendo hacia el otro coche. -¡Que os jodan!, -chillo sin girarme, escuchando las risas de los cuatro.

Serán cabrones. Que no ronco.
Con tanta indignación y tanto saludar a los del otro coche tras las seis largas horas muriéndome de calor en el de María, me doy cuenta de que he pasado por alto mirar dónde estamos.
Me giro, encontrándome la pequeña casa rural que ha alquilado esta gente para pasar la última semana de julio aquí, antes de que la mayoría tengan que volver a currar. Para lo que nos ha costado, está muy bien. Tiene un pequeño jardín con una mesa, que es lo primero que se ve desde aquí, y lo que más me gusta es que está en mitad de la nada. Es que literalmente sólo hay árboles y el camino por el que hemos llegado, ya que el pueblo está a dos kilómetros.
Bua, cómo echaba de menos alejarme de la ciudad un tiempo. Además, nunca había venido a Galicia y sólo con el fresquito que hace para estar en pleno verano y lo verde que es todo, me ha conquistado ya.

-¿Te gusta mi tierra?, -escucho la voz de Sabela a mi lado y, seguidamente, noto cómo se abraza a mí. Yo asiento y dejo un beso en su cabeza, qué mona es y qué cariño la he cogido en este tiempo, hostia. -Pues en cuanto os lleve a ver más cosas, te vas a acabar de enamorar.

A la media hora más o menos terminamos de meter las maletas, comida y bebida que traíamos dentro de la casa y, tras asignar habitaciones -ya que no había tantas como para dormir cada uno en una-, algunos deciden irse al pueblo a comprar cosas que nos faltan y otros irse a investigar los alrededores de la casa. Y, cuando me quiero dar cuenta, me he quedado sola.
Así que, aprovechando que no están ninguno de los gandules estos, cojo mi maleta y la subo a la habitación que comparto con Alba para colocar cosas.
A los pocos minutos, cuando escucho un ruido en la otra planta, decido bajar.

-¡Hola!, -chillo alargando la o al no saber quién ha entrado, esperando que me responda quien quiera que sea. Pero termino de bajar las escaleras y aún no me han contestado. -¿Hola?, -pregunto, asomándome a la cocina y, al no ver a nadie, yendo hacia el salón. -¿Hol...?

-¡Bú!, -chillan detrás mía mientras me tocan la cintura, provocando que pegue un brinco.

-¡Gilipollas!, -chillo girándome, encontrando a Alba descoñonada viva. -Eres imbécil, que lo sepas, -me quejo y, tras darle una hostia en el brazo, me voy haciéndome la indignada a tirarme al sofá.

-¡Nat!, -chilla Alba, intentando parar de reírse, al verme picada. -Nat, jo, -dice alargando las vocales y poniéndose frente a mí en el sofá. Al ver que sigo sin hacerle caso, alza las cejas y, sin dejar de mirarme, se sube encima de mí. -Va, no te piques, -dice sentada sobre mí, recibiendo silencio por mi parte. Pícara, sonríe y se inclina sobre mi cuerpo, quedando literalmente a centímetros de mi cara y provocando que la mire. -¿De verdad vas a seguir picada?, -dice, empezando a darme besos por toda la cara.

Jodida Alba Reche, qué lista es.
La aparto de mí, empujando sus hombros un poco hacia atrás para que deje de darme besos y, al mirarla, no puedo evitar sonreír. Al ver que ha conseguido lo que quería, sonríe y me da un beso en la mejilla para, seguidamente, tumbarse sobre mí.

-Eres una cabrona, -replico, abrazándola y provocando que estemos más pegadas aún.

-Y tú no tienes aguante. Menos mal que vas de malota, -dice, vacilándome.

-Explícame quién se hace la dura contigo, lista, -contesto, provocando que levante un poquito la cabeza y me mire sonriendo. -Qué guapa eres, cabrona.

-Ay, Natalia, -se queja, escondiendo la cabeza en mi pecho.

Me río y la achucho más fuerte.
A las dos horas, aparecen los que faltaban por llegar y, tras cenar, nos sentamos todos en el porche.
Mola un montón porque hay dos sofás y una amaca con una mesa en medio de todo, formando una especie de círculo. Nos tiramos horas y horas bebiendo y hablando hasta que se nos hacen casi las cuatro de la mañana y decidimos irnos a dormir porque mañana queremos ir a visitar cosas.
Y, sinceramente, no puedo dormirme más feliz porque aunque hagan veinti tantos grados, tengo a Alba Reche durmiendo abrazada a mí y eso es todo lo que necesito.

Volver. // Albalia.Where stories live. Discover now