29.

12.3K 610 89
                                    

Después de mi pequeña confesión, Alba me llevó a su casa y nos fuimos a dormir. Pero, a diferencia del resto de noches allí, Alba esa vez no se abrazó a mí.
Entonces, claro, imaginaos cómo estaba mi cabeza. Entre que la borrachera seguía estando presente y yo estaba rayadísima, me costó muchísimo dormirme mientras pensaba en si la habría cagado o no.
Por suerte, a la mañana siguiente, no sé si Alba no se acordaba o quiso hacerse la loca, estábamos como siempre y pude disfrutar de nuestro último día en Elche.
Cogimos el coche de Rafi y nos fuimos a pasar el día a la pequeña casa que tenían en Santa Pola. Realmente, más que en la casa, estuvimos en la playa casi todo el día. Volvimos por la noche, hicimos las maletas y nos fuimos a dormir porque estábamos reventadas. Y, sí, esa vez Alba sí que se abrazó a mí y, sí, sí que pude dormir.
Hace rato que la alarma ha sonado y me ha desvelado, pero ni Alba ni yo nos hemos movido desde entonces. Por cómo noto su respiración a mi lado, juraría que sigue dormida. Giro la cabeza hacia el lado en el que está Alba, encontrándomela dormida. Sonrío al ver como están entrelazadas nuestras manos y, sin ser consciente, hago más fuerte el agarre haciendo que Alba se mueva. Me maldigo a mí misma cuando se suelta de mi mano pero se me pasa cuando, seguidamente, busca con su brazo mi cuerpo y se abraza a mí. Sonrío pegándome un poco más a ella y permitiéndome el lujo de quedarme observándola mientras acaricio su brazo hasta que vuelve a sonar la alarma, indicándome que debo despertarla para que nos dé tiempo a coger el AVE.

–Albi, –susurro, levantando un poco su brazo para deslizarme un poco y hacer que nuestras caras queden a la misma altura. Sonrío ante la cercanía y vuelvo a dejar su brazo sobre mí. –Alba, cariño, despierta, –digo con tono suave, acercándome después a dejar un beso en su mejilla.

Tras varios minutos así, consigo que se despierte y me sonría.
Nos tiramos varios minutos más haciendo nada en la cama hasta que decidimos levantarnos para vestirnos y desayunar.
Como yo acabo antes de cambiarme, decido salir hacia la cocina para ir preparando el café pero, para mi sorpresa, me encuentro con que la madre de Alba ya lo tiene preparado y está haciendo también tostadas.
Al sentir mi presencia, se gira hacia mí y sonríe, volviendo a centrar su atención en las tostadas después.

–Buenos días, Natalia. ¿Has dormido bien?

–Genial. En la habitación de Alba no hace mucho calor, –respondo amable. –¿La ayudo a algo?

–¡Natalia!, –se queja. –Te llevo diciendo toda la semana que no me trates de usted y te vas a ir sin dejar de hacerlo, –me regaña con un ápice de diversión en su tono y, seguidamente, se gira hacia mí con el ceño fruncido.

–Joé, Rafi, lo siento. Me sale solo, –me excuso, haciendo que ella suelte una carcajada y yo otra. –Muchas gracias por haberme tratado tan bien estos días. ¡A ver cuándo venís vosotras a Madrid!

–Gracias a ti, cielo, –dice llevando el plato con las tostadas a la mesa de la cocina. –No sé cómo agradecerte que cuides tan bien de mi niña, –me sonríe y se apoya en la encimera, mirándome.

–No hace falta que me des las gracias por eso. Ella también lo hace conmigo, –explico.

Rafi sonríe otra vez y se acerca a darme un abrazo.

–Espero que sigáis juntas mucho tiempo más, –dice al separarse y me guiña un ojo.

Yo, descolocada, sonrío. Por suerte aparece Alba por la puerta y empezamos las tres a desayunar cambiando de tema.
¿Que sigamos juntas? Supongo que en la vida de la otra. Pero, ¿si se refería a eso y no al otro sentido por qué me ha guiñado un ojo? ¿Tan poco disimulada soy que me ha pillado hasta su madre?
Tras desayunar, colocar y despedirnos de Rafi y Marina prometiendo volver a verlas pronto, nos vamos hacia la estación para llegar a tiempo a coger nuestro tren.
Mientras estamos dentro de él y aún nos queda más de una hora para llegar a Madrid, mi móvil empieza a sonar.
Desconecto los cascos que estábamos compartiendo Alba y yo y me disculpo con la mirada, cogiendo la llamada al ver que es un número que no tengo agregado.
A medida que la llamada avanza, mi cara se va convirtiendo en un cuadro mientras Alba me observa expectante. Tras casi diez minutos hablando, cuelgo y miro a Alba con los ojos encarchados.
Ella no tarda en abrazarme y yo empiezo a llorar escondida en su cuello. Cuando me calmo, nos separamos y Alba me agarra las manos.

–¿Qué ha pasado, Nat? ¿Quién era? ¿Qué te han dicho para que te pongas así?

–Alba, que me han ofrecido un bolo, –digo, sin creérmelo. –Hace un par de meses vi un cártel por la calle en el que ponía que una sala pequeña buscaba artistas que estuviesen empezando para hacer bolos. Me inscribí y, con el tiempo que ha pasado ya, ni de coña pensaba que me iban a llamar. Pero sí, tía, que la semana que viene tengo un bolo, –explico tan rápido que me trabo un par de veces.

Alba, cuando termino, con una sonrisa más grande que su propia cara, me abraza eufórica.

–Joder, Nat, te lo mereces, –dice sin soltarme.

–¿Sabes lo mejor?, –digo, separándome para mirarla.

–Sorpréndeme.

–He preguntado que si puedo llevar a alguien, –explico y Alba asiente, puesto que me ha escuchado hablar. –Y me han dicho que puedo subir a quien yo quiera a cantar una canción conmigo, que eso es para promocionarse, –Alba frunce el ceño y yo sonrío. –Y vas a cantar conmigo.

–No, no, no, –dice rápido. –Nat que yo no sé cantar.

–Alba Reche, tienes la voz más especial que he escuchado nunca y la gente tiene que escucharla para enamorarse de ti tanto como yo, –digo y, por la cara que Alba pone de sorpresa ante mis últimas palabras, me corrijo al instante. –De tu voz, digo. Enamorarse de tu voz, que yo ya lo estoy de ella, –rectifico torpemente, haciendo que Alba asienta y me abracé de nuevo.

Volver. // Albalia.Where stories live. Discover now