3.

19.3K 686 30
                                    

Temping love on blurry friday nights.





Aquella noche no fue nada del otro mundo, pero para mí fue una de las más especiales que pasé a tu lado. Fue una de las noches más nuestras de todas las que acabamos viviendo, fue el principio de todo, fue totalmente nueva... no sé, el caso es que para mí fue inolvidable.
Cenamos en aquél restaurante italiano tan pequeño al que tantas veces fuimos a partir de entonces, nos fuimos de cervezas para empezar la noche a un garito súper guay que eligió María y acabamos cantando todos a pleno pulmón en un karaoke medio desierto hasta que nos echaron de allí porque se nos echó el tiempo encima.
Congenié a la perfección con todos, eran gente majísima. Pero, creo que no hace falta ni decirlo, contigo fue otro nivel.
Desde que empezó la noche estuvimos juntas, hablando, conociéndonos. Me contaste que tenías 20 años y que, al igual que yo, a los 19 viniste a Madrid a empezar la universidad; querías estudiar Bellas Artes desde pequeñita y también tenías claro desde hacía bastante tiempo que iba a ser en la capital. Querías cambiar de aires, Elche te traía demasiados recuerdos que no te hacían más que daño. Me recordaste tanto a mí... Es que mientras me lo contabas no podía pensar en otra cosa que no fuese que lo que tú habías vivido lo estaba viviendo yo, en que aunque no lo pareciera éramos tan parecidas que asustaba. Me contaste también que desde que te acordabas, te había gustado cantar. También habías dado clases de baile. Estabas ligada al arte y, la verdad, no me sorprendió. Te pegaba eso de ser artista, de tener talento.
Cuando me contaste que te gustaba cantar, no dudé en pedirte que me cantases. Te reíste y te negaste. De verdad pensabas que no tenías tan buena voz como para ser algo más en el mundo de la música, pero es que cuando te subiste al pequeño escenario de aquél karaoke me dejaste tan atontada que no entendía cómo no eras capaz de ver el talento que tenías.

–¿Natalia?, –dijiste pasando una mano por delante de mi cara al verme tan empanada.

Sacudí la cabeza y te miré.

–¿Eres consciente de lo que acabas de hacer?, –fue lo único que me salió decir, de verdad que estaba flipando.

Escucharte cantar, desde aquél momento, se convirtió en una de mis cosas favoritas en el mundo.
Te reíste y te limitaste a decir que era una exagerada mientras Marta y María hacían el payaso encima de aquél escenario. Y, en cuanto acabaron, literalmente me empujaste hacia él para que cantase algo. No me negué, pero tampoco acepté hasta que te convencí para que subieras conmigo.

–¿Qué quieres cantar?, –te pregunté.

–¿Me estás diciendo que me has hecho subir aquí para no saber ni lo que quieres cantar?, –te intentaste escabullir de tener que cantar otra vez, pero te lo impedí y no dejé de mirarte hasta que resoplaste. –Vale, vale, tú ganas, –aceptaste empezando a mirar las canciones de la lista mientras esperábamos nuestro turno. –¿Esta?

Sonreí al ver que habías elegido una de mis canciones favoritas, pero me callé y me limité a asentir.
Nuestro turno llegó y subimos al mini escenario bajo los vitoreos de las cinco personas que acabarían convirtiéndose en mis mejores amigos en aquélla ciudad, los cuáles iban ya bastante pasaditos de rosca. Nos miramos divertidas al darnos cuenta de que las únicas que seguían en un estado decente éramos tú y yo y la instrumental empezó a sonar.


La canción acabó y, para mi sorpresa, me abrazaste. Ese fue nuestro primer abrazo, el primero de tantos, el abrazo en el que descubrí que estar rodeada por tus brazos era de las mejores sensaciones que sentiría jamás.
Bajamos del escenario y seguimos bebiendo y riéndonos con todos. De vez en cuando subía alguno otra vez a hacer el chorra, hasta que a eso de las cuatro, cuando sólo quedaba una versión nuestra en un estado pésimo dentro del local, un camarero nos anunció que iban a cerrar y tuvimos que irnos de allí.
Aquél karaoke no estaba lejos de la zona en la que vivíamos todos, por lo tanto decidimos ir andando hasta casa. Éramos un puto cuadro. Es que, ahora que lo pienso, cualquiera que se cruzase aquella noche con nosotros habría flipado. Pero bueno, lo pasamos tan bien que no nos importó a ninguno ir dando la nota.
Me quedé un poco por detrás vuestra para encenderme un cigarro y, cuando me quise dar cuenta, te tenía a mi lado.

–No deberías fumar, –dijiste. –Tienes una voz preciosa como para jodértela.

Giré la cara para mirarte y me diste muchísima ternura. Ibas abrazándote a ti misma, mirando al frente y estabas haciendo un puchero cuando te miré. Sonreí.

–¿Tienes frío?

–Un poco, –me contestaste girando la cara para mirarme.

No lo pensé demasiado y, con la mano que tenía libre, te atraje hacia mí y pasé el brazo por tus hombros, pegándote a mi cuerpo y frotándote el brazo para que entrases un poco en calor. Te miré y estabas sonriendo. ¿He dicho ya que tenías una de las sonrisas más bonitas que había visto?
Cuando llegamos al punto en el que habíamos quedado y nos despedimos, haciéndome prometer que quedaría más veces con vosotros, Miki y Joan se fueron por un camino, Marta, María y Famous por otro, y tú y yo tuvimos que coger otro camino distinto para ir a casa.
Tú y yo vivíamos relativamente cerca ya que tu casa estaba a un par de calles de la mía. Decidí acompañarte aunque insistieses en que no hacía falta. La verdad es que sabía que no hacía falta pero no podía desaprovechar la oportunidad de pasar un ratito más contigo. ¿Quién me aseguraba a mí que iba a volver a verte? Tenía que aprovechar entonces que podía.
Cuando llegamos a tu portal, quité en brazo de tus hombros y te miré. Me sonreíste.

–Déjame el móvil, –dijiste extendiendo la mano. Alcé una ceja sin entender para qué lo querías, pero te lo dejé. Lo cogiste y, a los pocos segundos, me lo devolviste. Miré la pantalla y comprobé que habías apuntado tu número. –Más te vale llamarme, –dijiste señalándome con un dedo.

Yo asentí y tú volviste a sonreír. Te acercaste a mí y me abrazaste. Y, entonces, la que no pudo evitar sonreír fui yo.
Te separaste de mí y sacaste las llaves.

–Descansa, rubia, –dije antes de darme la vuelta y emprender el camino hacia mi casa.

Joder, Alba, cómo me podías estar ganando tan rápido.

Volver. // Albalia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora