2.

20.4K 688 71
                                    

No time I was falling, and I wonder if your shape could be melt with mine.



Tercera semana en Madrid. Por fin las cosas iban saliéndome un poco mejor.
Fui un par de veces más después de aquél sábado al bar, y la verdad es que hice muy bien. Hablé con el mismo chico que me propuso subir a cantar y, no sé cómo, le acabé explicando que estaba buscando curro. El caso es que él habló con su jefe y, sigo sin saber por qué lo hizo, consiguió que me contratase tres días a la semana.
Esa misma semana fue cuando empecé. No eran muchas horas y no tenía un horario fijo, pero la verdad es que el ambiente de aquél bar era muy guay.
Miki, el chico que consiguió que me cogiesen, me ayudó mucho. Era extremadamente amable y se le veía buen chaval, además de que trabajar coincidiendo con él era sinónimo de cachondeo. Realmente tenía un sentido del humor que poca gente tiene.
Hablamos mucho las dos veces que coincidimos esa semana. Le conté que esa era mi tercera semana en la ciudad y, al deducir que no conocía a nadie, me invitó a salir con él y sus amigos ese mismo viernes, ya que ni él ni yo trabajábamos. Plan que no tardé en aceptar. Miki era un chaval majísimo y, seguramente, sus amigos también lo serían. ¿Por qué no?
Así que ahí estaba, preparándome una hora antes de la hora a la que tenía que salir por la puerta para llegar puntual. Y, como era de esperar, en menos de media hora estaba preparada y sin saber muy bien qué hacer para matar el tiempo que me quedaba.
Miré a mi alrededor y me fijé en la funda de mi guitarra. No había sacado el instrumento desde que llegué a Madrid. Y, como puedes suponer, me tiré tocando hasta que el tiempo se me echó encima y tuve que salir corriendo por la puerta porque me había entretenido más de la cuenta.
Por suerte, no me perdí y me acabó sobrando tiempo para poder fumarme un cigarro mientras esperaba a encontrar a Miki con la mirada, ya que al resto de sus amigos no les había visto en mi vida.
Addicted to you, de Avicci, sonaba en mis auriculares cuando, al abrir los ojos tras expulsar el humo, te vi. Creo que fruncí un poco el ceño, porque realmente eras la última persona que esperaba ver aquella noche. Di otra calada a mi cigarro mientras te miraba. Para ser finales de septiembre, hacía bastante frío en Madrid, y ese jersey tan ancho que llevabas para abrigarte de las temperaturas de la capital te hacía parecer aún más pequeñita de lo que eras. La sonrisa que tenía dibujada y que intenté ocultar cuando tu mirada se cruzó con la mía, es una de esas que sólo tú eras capaz de sacarme y que aún no sabía que iba a ser así. Le di la última calada a mi cigarro mientras tú seguías mirándome desde el otro extremo de aquella pequeña plaza y di un pequeño salto levantándome del pivote en el que estaba apoyada cuando noté unas manos en mis hombros.

–¡Bú!, –chilló Miki a mi espalda.

Me giré con una cara de asesina increíble hacia él y, tras darle un manotazo en el brazo, empecé a reírme con él.

–Eres idiota, –le dije mientras me quitaba los cascos. –Me has asustado.

–Ya, ese era el plan, –contestó con tono obvio sin dejar de reírse. –Qué puntual eres, me lo apunto.

Ahí fue cuando me fijé en que no iba solo: detrás de él estaba el chico de la guitarra del bar.

–Hola, –me sonrió, acercándose a mí para darme dos besos. –Ya nos conocimos pero no nos presentamos en condiciones, soy Joan.

–Natalia, –contesté sonriendo.

También parecía un chaval muy agradable.

–Faltan por venir cuatro personas más, pero siempre llegan tarde, –dijo Miki apoyándose en el pivote que había al lado del que había saltado yo. –Para que te vayas haciendo a la id...

Pero no pudo acabar la frase porque, a mi espalda, una voz le interrumpió.

–Hola, –saludaste con una sonrisa de esas tan tuyas.

Qué voz más bonita. Eso fue lo que pensé. Y al girarme y verte, no me pude creer que tuviese tanta suerte. Realmente estabas ahí, eras amiga del único amigo, o lo más parecido a uno, que tenía en aquélla ciudad.
Los dos chicos te saludaron y, cuando me miraste, volviste a sonreír. Te acercaste a mí y, teniendo que ponerte de puntillas, me diste dos besos. Yo te sonreí.

–Soy Natalia, –dije.

–Lo sé.

Y, creo, que en ese momento mi cara fue un poco un poema porque te empezaste a reír. Y entonces fue cuando me fijé en cómo se te arrugaba la nariz al hacerlo y, aunque siguiese perdida en aquella conversación, sonreí. Sonreí porque verte reír era una de las cosas más bonitas que llegaría a ver jamás.

–¿Y eso de que lo sabes?, –pregunté.

–El finde pasado, en el bar, –señaló con la cabeza a Joan, –al presentarla dijiste su nombre.

Joan asintió y Miki te miró como si no lo hubieses contado todo, pero lo dejé pasar.

–Qué memoria, –te dije cuando los dos chicos empezaron a hablar de a saber qué.

–Como para no acordarse, me dejaste flipando, –contestaste sin perder la sonrisa. –Por cierto, yo soy Alba.

–No fue para tanto, –dije y, por la carcajada que soltaste, supe que mis mejillas habían cogido un color que no era el suyo.

–Qué mona, –dijiste divertida agarrándome un moflete, gesto que me pilló totalmente por sorpresa, por cierto. –Cantas genial, no seas modesta.

Te encogiste de hombros sin perder la sonrisa y, cuando iba a contestarte, me vi interrumpida por la llegada de las tres personas que faltaban. Marta, María y Famous.

Volver. // Albalia.Where stories live. Discover now