16.

12.2K 603 153
                                    

¿Qué cojones hace ahí, mirándome? ¿Por qué no se mueve? ¿Por qué no deja de sonreír?
Me levanto del banco, nerviosa, yendo hacia ella.

–Hola, Natalia, –me saluda, sin dejar de sonreír. Pero no es una sonrisa como tal, es más una sonrisa triste que otra cosa.

–¿Qué haces aquí, Marina? ¿Cómo está Alba?, –pregunto nerviosa, sin poder dejar de mover la pierna.

–Tengo que hablar contigo, ¿tienes un momento? No sabía dónde encontrarte y supuse que en el bar lo lograría.

Miro el reloj, comprobando que aún me quedan dos horas de turno y resoplo.

–Tengo que currar dos horas más, ¿puedes esperar?, –pregunto nerviosa. Pero, entonces, la neurona que aún me funciona se enciende y comprendo que si Marina está aquí es por algo relacionado con Alba. Y cualquier cosa relacionada con ella no puede esperar. Qué cojones, a la mierda. –No, espera un momento, –digo antes de que me conteste y entro al bar, explicándole a Miki que me ha surgido una cosa muy importante y me tengo que ir. Él no pone pegas, sabe que si me piro es por algo importante porque casi nunca lo he hecho. –Ya está, ¿dónde quieres ir?

Marina sonríe, pero esta vez de verdad, y empieza a andar hasta que llegamos a un pequeño bar, demasiado vacío para ser las once de la noche un sábado. Entramos y nos sentamos en la mesa más alejada de la puerta, pegada a la pared. Marina se pide un café y yo, esperándome cualquier cosa y sabiendo que necesito algo para aguantarlo, me pido una cerveza. Cuando nos lo traen, Marina aún no ha abierto la boca. Simplemente me mira y me estoy empezando a poner nerviosa. Apoyo los codos en la mesa, apoyando a su vez la barbilla en mis manos.

–No sé cómo empezar, –dice ella, poniéndose en la misma posición que yo.

–¿Cómo está?, –pregunto, realmente interesada. Llevo sin saber nada de ella medio año.

–Ha estado muy mal, no te voy a mentir. Pero ahora, dentro de lo que cabe, está bien, –me explica.

–¿Cómo que ha estado mal? ¿Qué le ha pasado?, –pregunto, cada vez más nerviosa.

–Tú, –responde ella, volviendo a mostrarme una sonrisa un poco triste.

–¿Yo?, –pregunto, soltando una pequeña carcajada, demasiado irónica quizás.

–Sí, Natalia, lo que le ha pasado has sido tú, –dice sin cambiar la expresión. –Y por eso estoy aquí. Ha leído tus cartas, –me informa y, antes de que me queje de que no haya dado señales de vida ni aún así, saca un sobre gordo de su bolso. –Y me ha mandado darte esto.

Lo cojo, mirándolo. Me doy cuenta de que estoy temblando y creo que ella también se da cuenta, porque pone su mano sobre la mía. La miro y me vuelve a sonreír.
Trago saliva.

–¿Va..., –empiezo a decir, haciendo una pausa para no empezar a llorar. –¿Va a volver?

–Ahí, –dice mirando el sobre sin soltarme la mano. –Te explica todo lo que quieres, y debes, saber. Cuando lo leas todo, háblame, –dice soltando mi mano y sacando un boli de su bolso para apuntar el que supongo que será su número en el sobre.

Nos quedamos en silencio unos minutos, yo pensando y ella mirándome. Cuando ella se termina el café y yo la cerveza, salimos de ese bar.

–Adiós, –digo sin saber muy bien qué hacer.

–Léelo todo, por favor, –me pide, acercándose a darme un abrazo. Yo, sorprendida, se lo devuelvo. –Gracias, –dice al separarse de mí y, tras sonreír, se da la vuelta y empieza a andar.

¿Gracias? ¿Por qué? ¿Qué cojones pone aquí dentro?
Me giro yo también y empiezo a andar hacia casa a paso rápido, necesito leer esto ya.
Qué suerte que mañana es domingo y no tengo que trabajar ni que hacer algo que no pueda esperar, porque necesito ver qué hay dentro de este sobre y sé que no voy a parar hasta leerlo todo.

Volver. // Albalia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora