12.

13.4K 596 29
                                    

I hope you dare to shoot.






El tiempo seguía avanzando y tú cada vez te portabas mejor conmigo. Y con portarte mejor me refiero a que parecía que te daba igual tener novio porque no te cohibías en nada al estar conmigo. Lo que te apetecía hacer, lo hacías sin pensar. Y lejos de parecer arrepentida, se te veía feliz. Cosa que se alejaba a cómo estaba yo. Que fueras así de cariñosa conmigo me hacía tener cada vez más esperanzas en que lo nuestro podría volver a ser lo que era. Esperanzas que desaparecían cuando os veía juntos pero que volvían cuando él no estaba. Y así todo el rato, como un ciclo vicioso del que no sabía, ni estaba segura de querer, salir.
Pero, ¿qué podía hacer? Te quería, te quería muchísimo y no estaba dispuesta a sacarte de mi vida. A pesar de todo, siempre habías sabido hacerme mucho bien. Y, aunque me jodiese no poder tener contigo lo que yo quería tener, te tenía en mi vida y seguías siendo una persona muy importante en ella. Seguías haciéndome bien a pesar de todo.
Nos hacíamos mucho bien.
Siempre estábamos para la otra, éramos como ese punto de tranquilidad que sabes que siempre que lo necesites, va a estar ahí. Éramos hogar.
Era de noche. Muy de noche. Con que era de noche me refiero a que estaba en la cama mirando el móvil esperando a que me entrase de una vez el sueño porque eran las tres y yo seguía sin poder pegar ojo. No me solía pasar eso de no poder dormir, pero esa noche sí. Qué casualidad, ¿no?
Sonó el telefonillo, asustándome. ¿Quién cojones estaba llamando a mi puerta un domingo a las tres de la mañana? ¿Había pasado algo? ¿Os había pasado algo a alguno de vosotros? Sólo de pensar que esa posibilidad podía ser real, pegué un saltó de la cama tirando el móvil a ella y, literalmente, corrí hacia el telefonillo. Y me contestaste tú, pidiéndome que te abriera. Tú. A las tres de la mañana en mi casa. Un domingo, sabiendo que tanto tú como yo teníamos clase al día siguiente. Algo importante era seguro.
Abrí mi puerta esperando verte aparecer y, cuando lo hiciste, me dejaste totalmente descolocada. Estabas con un pantalón de pijama, una chaqueta fina, tapándote lo que supuse que sería la parte de arriba del pijama, unas deportivas y la cara pálida. Tenías los ojos hinchados y una tristeza reflejada en ellos increíble. Te acercaste a paso lento hacia mí y, cuando estabas delante mía, me miraste a los ojos y esbozaste una sonrisa triste.

–Lo siento, ¿te he despertado?, –preguntaste. Yo negué rápidamente, mirándote con la cara descolocada al no entender qué estaba pasando. –¿Puedo pasar?, –yo fruncí el ceño al escucharte, ¿qué pregunta era esa? Me aparté, dejándote entrar y, pasando un brazo por encima de tu cabeza, cerré la puerta. –¿Y me puedes dar un abrazo?, –preguntaste a la vez que se te rompía la voz.

No esperaste mi respuesta porque te abrazaste a mí, escondiendo tu cara en mi pecho. Yo pasé rápidamente los brazos alrededor tuya y dejé varios besos en tu cabeza. Te escuchaba sollozar escondida entre mis brazos mientras yo te acariciaba lentamente la espalda, dejando que te desahogaras. Estuvimos así cerca de cinco minutos hasta que tus sollozos dejaron de escucharse y te noté respirar más pausadamente. Dejé otro beso en tu pelo y me separé lentamente de ti. Te quedaste con la cabeza agachada y yo no dudé en levantártela para que me mirases. Te sonreí de lado y tú me devolviste el gesto. Te cogí una mano y te llevé hacia el sofá, haciendo que te sentases y sentándome yo después.

–¿Quieres hablar?, –te pregunté aún con tu mano entre las mías, acariciándotela.

Tú negaste mirando hacia nuestras manos y, antes de hablar, me miraste.

–¿Me puedo quedar?, –preguntaste con un hilo de voz y yo te sonreí como respuesta. –Pues prefiero que me abraces e intentar dormir.

Me acerqué tu mano a la boca para dejar un beso en ella y te hice levantarte, tirando de ella, para ir a la cama. Te quitaste la chaqueta que llevabas y nos metimos a la cama. No dudaste en abrazarte a mí y yo no tardé en rodearte con mis brazos.
Te hice cosquillitas en la espalda hasta que noté que estabas dormida y estiré un brazo, intentando no despertarte, para alcanzar mi móvil y quitar la alarma, suponiendo que ese lunes ni tú ni yo íbamos a ir a clase. Me acabé durmiendo contigo abrazada a mí y con la cabeza llena de posibles motivos por los que habías aparecido así en mi casa.
A la mañana siguiente, mientras desayunábamos, me contaste que simplemente estabas agobiada. Que se te habían juntado muchas cosas y habías explotado. Y que, cuando sentiste que no podías más, fue cuando decidiste ir a mi casa.
Yo no te hice más preguntas, no quería agobiarte más. Me limité a estar contigo aquel lunes de finales de abril, intentando mantener tu cabeza lo más ocupada posible para que no pensases en lo que quisiera que estaba pasándote.
Pero, la que realmente no dejaba de pensar en lo que te estaba pasando era yo. No estabas bien, eso era obvio, pero, ¿por qué? No te veía feliz, no eras la Alba sonriente, alegre y libre que yo conocía. No estabas bien y me jodía no saber cómo ayudarte sin agobiarte. Por suerte, aquel día, supe que si de verdad necesitabas algo, sabías que contabas conmigo siempre, para lo que fuera. Y sabía que, cuando estuvieses preparada para contarme lo que estaba pasando en tu vida para haberte arrebatado la mejor versión de ti, me lo contarías. Mientras tanto, me limité a hacerte saber que estaba ahí. Estaba ahí de la forma que fuera, pero estaba ahí para ti.

Volver. // Albalia.Where stories live. Discover now