15.

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Dos semanas. Hoy hace dos semanas desde que le mandé las cartas a Alba a la dirección que me dio María y aún no hay señales de vida suyas. Sinceramente, estoy desesperada. No sé qué más puedo hacer ya para conseguir que vuelva, aunque sea, a hablar conmigo. Pensé en ir a la dirección a la que mandé las cartas, pero lo busqué en google y es un apartado de correos, no una dirección como tal.
En fin, debería dejar de pensar todo el rato en ella y concentrarme, porque es la segunda vez esta noche que me empano y dejo de atender a clientes.

–Nat, –me llama Miki, desde el otro extremo de la barra. –Cuando acaben de tocar esa canción, subes tú.

Asiento y salgo de la barra, entrando al almacén para quitarme el delantal e ir hacia el pequeño escenario del bar, en el cuál desde que publiqué Don't Ask y tomó cierta repercusión, me subo cada semana a cantar un par de canciones. Desde que saqué la canción y los clientes empezaron a saber que era yo, algunos me decían que cantase y, al final, el jefe acabó por tomar la decisión de hacer que cada sábado cantase algo.
Hoy necesito desahogarme, ya que la impotencia de que ni aún habiéndome abierto en canal a ella se digne a aparecer después de medio año sin dar señales de vida, me tiene saturada y me crea un agobio increíble. Realmente llevo así desde el primer día, desde que se fue, pero hoy esa ansiedad se ha multiplicado por diez. Igual es porque hoy hace exactamente un año desde la noche en que se jodió todo, la noche en la que perdimos eso tan nuestro que teníamos. No sé, el caso es que necesito desahogarme y no hay mejor forma que esta canción.
Me acerco a Joan –el cual parece que superó muy rápido a Alba, puesto que a los dos meses de que se fuera ya estaba saliendo con otra chica, ojalá yo superándola así de rápido– y le digo el nombre de la canción.
Acerco un taburete de la barra al escenario y agarro un pie de micro, colocándolo todo en el centro y sentándome ante la espectación de la gente que está mirándome.
Los chicos empiezan a tocar e instantáneamente cierro los ojos, imaginando que está delante.

¡Ay, placer! Puedes tomarte el tiempo necesario, que por mi parte yo estaré esperando el día en que te decidas a volver y ser feliz como antes fuimos, –empiezo a cantar, tragando saliva al hacer la pausa y sin querer abrir los ojos, porque realmente es como si la tuviera delante y no quiero perderla de esta forma también. –Sé muy bien que, como yo, estarás sufriendo a diario la soledad de dos amantes que, al dejarse, están luchando cada quién por no encontrarse, –sigo, diciendo esto último con un poco de rabia al saber que, en este caso, la que parece estar luchando por no encontrase conmigo es ella. –Y no es por eso que haya dejado de quererte un sólo día. Estoy contigo, aunque estés lejos de mi vida, –y, es verdad, la sigo sintiendo conmigo a diario. –Por tu felicidad a costa de la mía, –y, la verdad, no sé si será feliz ahora, pero si es así, aunque yo esté jodida, realmente me alegro. –Pero si ahora tienes tan sólo la mitad del gran amor que aún te tengo, puedes jurar que a quién te quiere lo bendigo. Quiero que seas feliz, aunque no sea conmigo, –aprieto más los ojos, intentando no derramar ninguna lágrima y respirando antes de repetir el estribillo, porque si hay alguna canción que defina cómo me siento ahora mismo, es esta.

Joder, es que me da igual que esté con otra persona. Eso es lo de menos. Quiero que sea feliz, espero que esté feliz. Y, si tiene a alguien en su vida que lo consiga, me alegro. Porque Alba siempre va a importarme, siempre va a ser una de las mejores personas que me he llegado a cruzar y nunca podría no alegrarme de verla feliz. El problema está en que no la veo. Ni la veo, ni hablo con ella ni, tan siquiera, sé si está bien. Porque decidió huír sin pensar en nadie, sin pensar en mí. Porque se acojonó y prefirió eso a quedarse y arriesgarlo todo.
Termino de cantar y, antes de abrir los ojos, me los froto con el puño, intentando que no se noten las ganas de llorar que tengo. Los abro y sonrío a la gente que me aplaude, bajando del escenario y cogiendo la chaqueta del almacén para salir del bar, necesito aire y un cigarro. Necesito que vuelva, la necesito en mi vida pero no está.
Me siento en el banco de la acera de enfrente al bar y lo enciendo, cerrando los ojos al darle una calada.
¿Qué estará haciendo? ¿Seguirá estudiando? ¿Seguirá en Madrid? ¿Seguirá queriéndome? ¿Me habrá olvidado? ¿Habrá leído las cartas? ¿Volverá? ¿O, simplemente, las ignorará y seguiré sin saber nada de ella?
Cuando me quiero dar cuenta, me he acabado el cigarro y sigo igual de agobiada que antes, así que me enciendo otro y, tras darle una calada, resoplo.
Joder, Alba, qué jodida me has dejado.
Miro a mi lado, viendo el banco vacío y acordándome de la noche que me pegó un susto y luego nos fuimos a cenar. Sonrío sin querer. Es que, joder, cuánto bien me hacía tenerla en mi vida.
Le doy otra calada, cerrando los ojos de nuevo. Sigo con ellos cerrados hasta que me acabo el cigarro y, tras expulsar el humo, los vuelvo a abrir, mirando al frente y no creyéndome lo que veo en la otra acera.
¿Qué? No puede ser.

Volver. // Albalia.Where stories live. Discover now