30.

14.3K 632 76
                                    

Hace rato que llegué a Madrid y me vine a casa tras despedirme de Alba. Tanto, que me ha dado tiempo hasta a ducharme, colocar la ropa y a comer.
Al ver que son más de las cuatro, decido tirarme un rato en el sofá con el portátil, viendo cosas random en Youtube hasta que me da por entrar a Skype.
Busco a mi madre y, tras casi un minuto, su cara aparece en la pantalla de mi ordenador haciéndome sonreír.

–¡Anda! Si estás viva, –dice vacilona, sonriéndome.

–Hola, mamá, –la saludo, sin poder dejar de sonreír y dejando el portátil en la mesa para inclinarme hacia él y poder hablar mejor con mi madre.

Tras varios minutos contándonos cosas –ya que llevo sin hablar en condiciones con ella desde antes de irnos a Galicia–, le cuento que me han ofrecido hacer un bolo, que he compuesto otra canción y que acabo de llegar de Elche.
Cuando le cuento lo del bolo y la canción, mi madre se pone a aplaudir como una loca y a decirme que ella sabía que esto iba a acabar pasando. Sonrío. No sé si es porque es mi madre o porque realmente ve algo especial en mí, pero desde que de pequeña le pedí apuntarme a clases de guitarra y de baile me apoyó. Y con todo lo relacionado a la música en general también me ha apoyado. Siempre ha estado ahí, confiando ciegamente en mí. Qué suerte tengo.

–¿Cómo que te has ido a Elche y me acabo de enterar?, –me reprocha divertida.

–No sé, mamá, fue tan inesperado que no he tenido tiempo de contártelo. Literalmente llegamos de Galicia y Alba me dijo de irnos al día siguiente, así que...

–¿Cómo que Alba?, –me interrumpe, frunciendo el ceño pero sonriendo al instante. –¿La chica del tatuaje?, –pregunta y yo asiento, llevando mi mano hacia él inconscientemente. –¿Te has ido con ella?, –pregunta emocionada, elevando el tono de voz.

–Claro. Me dijo que quería que conociese a su madre y a su hermana, –explico, sabiendo hacia dónde va esta conversación.

–Ya podrías aprender, que yo también quiero conocerla, –se queja y ambas sonreímos. Nos quedamos en silencio unos segundos, yo pensando y ella mirándome. –¿Te gusta mucho?

Resoplo, apoyando la cabeza en mi mano y dirigiendo mi mirada hacia la pantalla.

–Muchísimo, –digo casi susurrando.

Mi madre me sonríe.

–¿Y tú a ella?

–No lo sé, se supone, –respondo, haciendo una mueca y encogiendo levemente los hombros.

–Natalia, cielo, no creo que te lleve a su ciudad, a su casa, a conocer a su familia, si no siente nada por ti, –me dice, mirándome con ternura.

Yo la miro a ella, alzando las cejas en un gesto dubitativo.

–¿Qué crees que tengo que hacer?

–¿Te hace feliz?, –pregunta, haciendo que yo me muerda el labio para contener la sonrisa que lucha por salir. Mi madre no la contiene y me sonríe. –Te hace muy feliz, –afirma, haciendo que yo asienta.

–Me hace muy feliz, mamá.

–Pues, cariño, creo que es obvio lo que tienes que hacer, –dice y, al ver que le hago un gesto con la cabeza, continúa. –Lucha por ella, arriésgate. Hacía mucho tiempo que no te veía así.

Sonrío.
Quizás mi madre tenga razón.
Quizás ya va siendo hora de arriesgarme y dejar de contenerme cuando podría estar siendo el triple de feliz de lo que ya lo soy.

–Gracias, mamá, –digo, sin dejar de sonreír y contagiándoselo a ella también.

–Gracias a ella por hacer que estés así. Díselo de mi parte. Bueno no, mejor, tráemela algún día aquí para conocerla, –propone, guiñándome un ojo. –Ah, y a la Mari. Con la Mari quiero tomarme yo unas cervecitas, –añade, haciendo que ambas nos empecemos a reír.

Tras unos pocos minutos más, cuelgo la llamada, prometiendo hacerlo más a menudo y me echo hacia atrás en el sofá, mirando al techo.
Ya es hora, Natalia, pero lo tienes que hacer bien.

Volver. // Albalia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora