9.

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I don't know, I just go.







El día de reyes siempre fue de mis favoritos: me levantaba con todo nevado, con regalos que abría con mi familia, había roscón –ya sabes que soy muy de dulce– y después me iba con mi familia a casa de mis abuelos, donde pasaba el día con el resto de mi familia. Siempre he sido una persona muy familiar y por eso me gustaba tanto.
Pero, sin duda, aquélla mañana de reyes me gustó muchísimo más que cualquier otra.
Me desperté al sentir peso sobre mi cuerpo. Fruncí el ceño sin abrir los ojos ya que estaba muy cansada pero no entendía por qué tenía peso sobre mí si vivía sola. Empecé a sentir besos por toda mi cara y, cuando sentí el olor de tu colonia, sonreí acordándome de dónde estaba y de por qué no estaba en mi cama. Estaba en la tuya ya que, después de lo de la noche anterior, me pediste que durmiera contigo. Y, realmente, lo que hicimos fue dormir –después de tantos besos que perdí la cuenta, claro, pero dormir al fin y al cabo–. Levanté los brazos de la cama para abrazarte y pegarte más a mi cuerpo, ya que seguías sobre mí. Sentí como apoyabas los brazos en mi pecho y abrí los ojos, encontrándote medio despeinada, recién levantada, con una sonrisa enorme, los ojos levemente achinados y con la cara apoyada en tus brazos, mirándome.

–Buenos días, –dijiste, sin dejar de sonreír.

–Y tan buenos, –te contesté, aún sin terminar de creerme la situación que estaba viviendo, era demasiado bonito para ser real.

Te acercaste un poco más a mí y, cerrando los ojos, juntaste nuestros labios. Yo te imité y cerré los ojos, sintiendo, otra vez, el zoológico que descubrí que me provocabas cada vez que me besabas.
Nos tiramos así un rato, entre besos, abrazos o piques, hasta que te incorporaste.

–A ver, que yo venía a despertarte porque he hecho el desayuno, –dijiste. –Pero es que me entretienes y ahora seguro que está frío, –te indignaste, levantándote de la cama. –Levanta el culo, guapa.

Y saliste de tu habitación, dejándome a mí allí, con una sonrisa de imbécil en la cara.
Me levanté yo también, con mis pintas mañaneras. Por suerte, me robabas tanta ropa que siempre que me quedaba a dormir en tu casa tenía alguna camiseta con la que dormir, porque llego a tener que dormir con la ropa que llevaba la noche anterior y me hubiera dado algo.
Entré en la cocina, encontrándote poniendo todo lo que habías preparado en la mesa. Te giré mientras estabas cogiendo un plato y, tras darte otro beso, te cogí el plato y te obligué a sentarte para poner yo lo que faltaba.
Cuando cogí lo último que faltaba, me giré y te pillé mirándome de arriba a abajo, mordiéndote el labio. Alcé una ceja, chula, y, dejando el vaso en la mesa, puse los brazos en jarra mirándote.

–Córtate un poco, ¿no?, –te piqué.

–Hija, si te pones en bragas delante mía, qué quieres que haga. No puedo evitarlo, –te defendiste, haciéndome reír.

Me senté a tu lado y desayunamos hablando un poco de cualquier cosa sin mucha importancia. Cuando te acabaste tu café, te quedaste mirando mi muñeca. Yo me di cuenta al verte sonreír y puse mi mirada en el mismo sitio en el que estaba la tuya. Acercaste la mano para acariciarme el tatuaje, haciéndome sonreír.

–¿Sabes qué?, –dije, haciendo que me mirases. –A mi madre le encantó, dice que es su favorito de los que llevo, –te conté, acordándome de la cara de mi madre al ver el tatuaje nuevo con el que aparecí en casa.

–¿De verdad?, –dijiste, como una niña pequeña. –Jo, qué guay.

–Y ya cuando le hablé de ti y le dije que me lo habías hecho tú, se acabó de enamorar. Del tatuaje también, –añadí.

Y no era mentira, cuando hablé con mi madre sobre ti, te cogió muchísimo cariño al momento. Yo se lo contaba todo a mi madre, siempre, y lo relacionado contigo no iba a ser menos. Creo que le caíste tan bien porque ella también notó el bien que me hacías, lo feliz que estaba en gran parte por ti.
Pasamos el resto del día en tu casa, en el sofá para ser más concreta. Y, cuando te dije que me tenía que ir porque a la mañana siguiente trabajaba, la carita de cachorro abandonado que pusiste me hizo no querer separarme nunca de ti. Y así fue como acabamos yéndonos de tu casa para ir a la mía a dormir. Bueno, "dormir", porque todo lo que habíamos dormido la noche anterior, se ve que nos había dado la energía necesaria para no necesitar dormir más que el hacer otras cosas. Ya sabes.
Mi alarma sonó y, antes de que diese tiempo a que la escucharas y te despertaras, la apagué. Me giré para verte dormida, abrazada a mi almohada y con el cuerpo mirando hacia mí. Mi día empezó tan bien que deseé que empezase así muchas veces más.
Me levanté de la cama intentando ser lo más silenciosa posible. Me duché, me vestí y, al ver que aún me quedaba media hora para tener que entrar a trabajar, decidí ir a comprarte algo de desayunar a la pastelería que había al final de mi calle.
Subí a casa con los bollos necesarios para que te pudieses alimentar tres años sólo a base de ellos. Te los dejé en la cocina con una nota en la que te decía que te podías quedar si querías, o a lo mejor era una nota casi suplicándote que te quedaras.
Volví a la habitación a por el móvil y dejé un beso en tu cabeza antes de salir por la puerta.
Qué feliz me hacías sin pretenderlo, Alba.

Volver. // Albalia.Where stories live. Discover now