Me quiero morir

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Después de dos meses de caos por fin he conseguido tener una rutina. Mudarme a Madrid para estudiar Bellas Artes fue un cambio importante para mí, que había vivido toda mi vida en Elche. Es considerada una ciudad, pero en realidad es más como un pueblo grande. Allí no hay metro, ni ruidos a todas horas, ni tienes que ir esquivando gente al ir andando por la acera.

Gracias al amigo de una amiga había encontrado alojamiento rápidamente y a un precio razonable para ser la capital. Comparto piso con una chica llamada María. Bueno, para mí a estas alturas es la Mari, y para ella yo soy la Reche, ya que le hizo gracia que firmara mis dibujos con el segundo apellido y me llama casi siempre así. Está un poco loca, pero es buena gente. La primera vez que hablamos tenía miedo de que me dijera que no podía llevarme a mi gata y perder la oportunidad de ese alquiler, pero no puso ninguna pega. Todo lo que tiene de macarra, con sus tatuajes random y su ausencia de filtro mental a la hora de hablar, lo tiene de buena persona. Sin conocerme de nada se preocupó por hacer mi inicio de vida en Madrid lo más fácil posible.

Al principio, los cuarenta minutos que tardo en llegar en metro a la facultad se me pasaban rápido. Todo era nuevo para mí y me hacía estar entretenida, pero a la segunda semana ya me sabía el nombre de todas las paradas de memoria y cada vez el viaje se me hacía más pesado.

Fue más o menos por entonces cuando me di cuenta de que una chica se subía todos los días en la parada siguiente a la mía, en el último vagón como yo. Era muy alta, morena, llevaba un septum y tenía un tatuaje en la muñeca derecha que la manga de su chaqueta no me dejaba ver al completo. Siempre iba con auriculares y se quedaba sentada con los ojos cerrados. Cada día que pasaba me fijaba más en ella. No niego que me resultaba atractiva, pero tenía algo misterioso que llamaba mi atención más allá del físico. Yo me bajaba antes, así que no tenía ni idea de cuál era su destino cada mañana. Un día, para matar el rato hasta llegar a la uni, cogí mi bloc de dibujo e hice un esbozo de su nariz y sus labios. Intentaba no ser muy obvia mientras la observaba para plasmarla en el papel, pero como ella estaba la mayor parte del tiempo con los ojos cerrados creo que no se dio cuenta. Lo de dibujarla lo tomé como costumbre, así que después de dos meses prácticamente la mitad de mi bloc son ilustraciones suyas.

Hoy voy cargada con la maleta a la facultad. Me voy a Elche para estar con mi familia el puente de Todos Santos y no puedo pasar por casa después de clase si quiero llegar a tiempo para coger el tren en Atocha. Tengo que aprovechar estos días para estar con ellos, porque a partir de la semana que viene voy a trabajar los viernes y los sábados por la noche y no podré ir tan a menudo. El sueldo no es gran cosa, pero todo lo que pueda conseguir para ayudar a pagarme los estudios bienvenido es, a mis padres no les sobra la pasta. Además, el pub está muy cerca de casa, así que no tendré que andar mucho a las tantas de la madrugada para volver después de trabajar. En esto del curro también le debo mucho a la Mari, ya que me recomendó a su amiga Marta para que me lo dieran cuando esta le comentó que buscaban una camarera extra. Y encima se ha ofrecido a cuidar de Queen, mi gata, estos días que voy a estar fuera. No podría tener una compañera de piso mejor.

Me he quedado empanada mirando a mi morena misteriosa y estamos ya en mi parada, con las puertas del vagón abiertas. Cojo la maleta con una mano, con la otra mi chaqueta y el bloc y salgo disparada justo cuando suena la alarma de cierre de puertas. Para mi desgracia con las prisas no llevaba el cuaderno bien agarrado y se me ha caído. Mientras el metro reanuda su marcha me da tiempo a ver por el cristal de la ventana del vagón que la morena se ha levantado a recogerlo y lo tiene en la mano. Me quiero morir ahora mismo.

En las más de cuatro horas que tardo en llegar a Alicante no dejo de pensar en lo que ha pasado esta mañana. La chica va a creer que soy una psicópata con el bloc lleno de dibujos suyos. Eso no tiene vuelta atrás, así que intento buscar una solución. Ir en bus a la facultad queda descartado, paso de tardar una hora más en llegar a clase. Lo único que me queda es subir en los primeros vagones del convoy y rezar por no cruzarme con ella nunca más.

La chica del metro // AlbaliaWhere stories live. Discover now