No puede ser

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Al final la cita con María se retrasa un par de horas porque ha tardado más de lo que pensaba en hacer unos recados que tenía pendientes. A mí también me ha venido bien que se demorase porque cuando se ha levantado mi ahora ex y me ha visto recogiendo cosas se ha puesto como una loca. Al final resulta que lo de que se acostara con otra no es para tanto y yo estoy siendo poco razonable por querer dejarla e irme a vivir a otro sitio, con lo que ella me quiere. Vamos, lo que me faltaba por escuchar. No teníamos una relación abierta, así que meter a terceras personas de por medio es romper la baraja. Estoy tan dolida que no quiero enzarzarme en una discusión que para mí no tiene sentido, pero no puedo evitar hacerle una última pregunta.

- ¿Cuántas veces me has engañado? - cuestiono mirándola a los ojos.

Me cuesta horrores que no se me escapen las lágrimas, pero no se merece verme llorar. No me responde, al menos no verbalmente, pero rehuye mi mirada y fija su vista en el suelo.  Suficiente para saber que no ha sido solo esta vez, que la cosa viene de lejos.

Salgo de casa y empiezo a andar, otra vez sin rumbo hasta que se hace la hora de reunirme con María. Tras llamar al timbre subo hasta el tercer piso en el ascensor, la puerta está entreabierta, así que entro sin más.

- Hola - saludo.

Hay otra chica con María y observo que hay una funda de guitarra sobre la mesa del comedor. Vuelvo a pensar que nos hubiéramos llevado muy bien, yo también toco la guitarra.

- Hola Natalia. Esta es mi amiga Julia - me presenta María - Ha venido a ayudarme para hacer las maletas.

Me acerco a la otra chica y nos damos dos besos.

- Así que tú eres el ángel que se le apareció ayer a la Mari - me dice.

- Bueno, yo creo que fue algo mutuo, para mí poder mudarme tan rápido es también un milagro - respondo.

- ¿Y por qué tienes tantas prisas? - me pregunta Julia, que tiene acento andaluz como Marta.

María le lanza una mirada en plan "no seas cotilla", pero su amiga pasa de ella y me mira esperando una respuesta.

- No los podéis ver, pero llevo unos cuernos que casi no paso por la puerta - contesto sin dar más detalles e intentado ocultar con el tono de broma el dolor que llevo dentro.

- Joder, ya lo siento - me dice la andaluza dándose cuenta de que ha metido la pata.

- Tranquila, sobreviviré - digo intentando hacerme la fuerte. 

Si he superado que mis padres me repudiaran por ser yo misma, esto no va a poder conmigo, aunque me cueste un tiempo recuperarme. María me lleva a la cocina para romper la tensión del momento incómodo que acabamos de tener.

- Mira, aquí en este armario está el pienso de la gata. Hay que ponerle un cazo así de lleno cada día - me muestra - Hoy ya se lo he dado, así que hasta mañana no necesita más.

- Vale, yo me hago cargo.

- ¿Te va todo?

- ¿Qué? - la pregunta me ha pillado fuera de juego, no pienso que vaya con doble intención, pero creo que con esta mujer nunca se podría estar segura.

- Que si eres vegana o alérgica a algo - clarifica.

- No, soy normal.

Justo después de decirlo me doy cuenta de lo mal que me he expresado, para mí el concepto de normalidad es bastante discutible.

- Quiero decir que no tengo ninguna restricción para las comidas - me corrijo.

- Pues si no te importa te dejo en herencia algunas cosas en la nevera, porque no me lo puedo llevar y sería una pena tirarlo.

La chica del metro // AlbaliaWhere stories live. Discover now