Epílogo: sempervirens

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Algunas personas me pidieron un epílogo, así que allá va. Espero que lo disfrutéis.

En estos casi dos años y medio tras salir del concurso nuestras vidas han cambiado tanto que no tienen nada que ver con las de esas dos chicas a las que el destino caprichoso unió. Las clases y las horas de trabajo en una tienda de ropa o poniendo copas se quedaron en la puerta de la academia. Al salir las cambiamos por horas de teoría musical, de encierro en un estudio grabando, de viajes, de conciertos. Sin embargo, sí ha habido una cosa que se ha mantenido constante en todo este tiempo, y es el amor que tenemos la una por la otra. Ese amor que está compuesto en gran parte por admiración y respeto.

El momento de sacar nuestros respectivos discos fue algo que vivimos con muchísima intensidad. Yo fui la primera. Natalia, perfeccionista y fiel a sus ideas como nadie, quiso participar en todas las fases del proceso y esperar a que estuviera tal y como lo había planificado, resistiéndose a las prisas que la discográfica quería meterle. Al final ambas pudimos experimentar las dos caras de un mismo hecho. Una, la alegría de sacar a la luz algo que has preparado con todo tu cariño e ilusión y de ver cómo el público disfruta de tu trabajo y, la otra, la satisfacción de que tu pareja es feliz con lo que hace y que la gente aprecia su esfuerzo también. En esos primeros trabajos, por cuestiones de marketing, no nos dejaron hacer ninguna colaboración entre nosotras, pero ahora estamos planeando hacer algo juntas en los próximos meses.

Las giras han sido agotadoras, tanto física como emocionalmente. Darlo todo de una misma, vaciarse por completo, en cada concierto ha sido brutal, pero nosotras no sabemos hacer las cosas a medio gas. Si a eso le sumamos tener que estar separadas durante semanas, sin poder abrazarnos ni mirarnos a los ojos sin la pantalla de un móvil de por medio, os podéis hacer una idea del sacrificio que ha supuesto. También he de confesar que esos momentos sin Natalia me han servido de mucho. Alejarme lo suficiente de ese árbol, uno de casi metro ochenta de alto, me ha dejado ver el bosque. En las horas de viaje por carreteras que no parecían tener fin he podido echarla de menos, valorar con su ausencia lo que realmente significa para mí.

Ambas necesitábamos recargar las pilas tras las giras para volver a encerrarnos a componer lo que podría ser nuestro siguiente álbum, así que durante las últimas semanas de conciertos estuvimos planeando una escapada las dos solas para para disfrutar de nosotras y desconectar de todo. Barajamos varios destinos, pero al final nos decantamos por la costa oeste de Estados Unidos. Siempre es un placer viajar a sitios donde somos dos personas más en medio de un montón de gente, donde poder ir a nuestro aire sin intromisiones, por más que sean bienintencionadas. Eso, actualmente, es imposible en España y gran parte de latinoamérica. El primer domingo de abril volamos de Madrid a San Francisco. Allí pasamos cinco días en los que hemos hecho un poco de todo. Hemos podido disfrutar del ambiente de libertad absoluta que se respira en el Castro, visitado Alcatraz, a los leones marinos del pier 39, el SFMoMA, clubs donde disfrutamos de las nuevas propuestas musicales, alquilamos unas bicis para llegar hasta Sausalito cruzando el Golden Gate... un sinfín de actividades en el anonimato más absoluto. Hoy, viernes, hemos venido al parque Yosemite, y el domingo viajaremos al destino final de esta escapada, Los Ángeles.
Llegamos al parque después de comer, y tras dejar el equipaje en la cabaña que hemos alquilado para pasar este par de noches salimos a dar un paseo. Es de agradecer estirar las piernas después de tres horas de coche. Pasamos por la oficina de turismo para coger un folleto con las rutas y un mapa con los lugares de mayor interés y de ahí nos dirigimos a la cascada Bridalveil, que queda relativamente cerca. Resulta un poco chocante como en tan solo unas horas hemos pasado de lo urbano a la más pura naturaleza. Vamos cogidas de la mano paseando por el sendero, las dos en silencio sobrecogidas por la belleza del paisaje. Al rato llegamos a un mirador desde el que se puede divisar la cascada. Nat se pone detrás de mí y me rodea con sus brazos, apoyando su barbilla sobre mi cabeza.

- Es una pasada - comenta.

La luz del atardecer se refleja en las millones de gotas de agua que caen y forma un arcoiris en el fondo del salto.

- El velo de la novia es bujarra.

- Como nosotras - dice y se pone delante de mí para darme un beso.

Nos hacemos un selfie con el paisaje de fondo y nos quedamos un rato más admirándolo. El sol sigue cayendo y es hora ya de volver. Cenamos en un dinner que hay cerca de los alojamientos. No es la meca de la cocina vegetariana como lo ha sido San Francisco, donde he podido disfrutar de la comida como nunca, pero tengo bastantes opciones entre las que elegir. Charlamos en la cena de todo un poco, pero sin mencionar absolutamente nada de trabajo. Uno de los objetivos del viaje era desconectar y de momento lo estamos consiguiendo. Sobre las ocho y media volvemos a la cabaña, ya es noche cerrada. Por suerte, o por el cambio climático, la temperatura es bastante agradable como para estar en el porche un rato aunque sea a primeros de abril. Nos sentamos en un par de sillones de mimbre cubiertas cada una con una manta y nos damos la mano. El gesto me hace tener un flashback a la terraza de la academia.

A pocos metros las secuoyas se alzan majestuosas ante nosotras. El cielo está raso y se pueden ver cientos de estrellas adornándolo. Nat entrelaza sus dedos con los míos. Mi mente empieza a recordar momentos que hemos compartido desde el día que nuestras miradas se cruzaron en aquel vagón de metro, la primera vez que le oí cantar, el primer beso, aquellos macarrones después de trabajar que me dieron la vida y me robaron el corazón, las lágrimas que nos hemos secado la una a la otra, las alegrías... tal es el torbellino de emociones que tengo que el corazón me martillea en el pecho. Me viene a la cabeza la primera vez que hicimos el amor, versos de la canción que le canté esa mañana.

You're just the best thing that happened to me

I want to share my world with you

I wanna spend the rest of my life

Only with you

Me acaricio donde tengo el tatuaje por encima de la sudadera y en ese momento tengo una especie de revelación que acaba por desbocar mi corazón. No tengo ningún anillo ni ningún discurso preparado, pero de todos modos me levanto de la butaca sin soltar la mano de Nat para ponerme delante de ella y apoyo una rodilla en el suelo. Mi gesto le ha pillado por completo desprevenida, pero en una fracción de segundo la expresión de asombro desaparece para dar paso a una sonrisa radiante. Nos miramos a los ojos, las dos con lágrimas a punto de desbordarse.

- only with you, forever.

- and ever.

Nuestro amor es y será como estas secuoyas, siempre floreciente y vigoroso.

Ahora sí, fin de esta historia.
Gracias por leerme!

He empezado otro fanfic, Pieles, si os apetece echarle un vistazo lo encontraréis en mi perfil.

La chica del metro // AlbaliaWhere stories live. Discover now