12. Gallo de departamento

69.6K 9.7K 10.6K
                                    

—¡Billy Anne Beasley Shepard!

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¡Billy Anne Beasley Shepard!

Me siento de golpe en la cama al oír el grito del abuelo cuando irrumpe en mi habitación. Es el despertador más eficaz que he conocido nunca, cuya pila es la pasta.

—¡Malversación de fondos! —chillo, aún sin terminar de despertar de mi sueño.

Tengo el corazón alterado, y estoy segura que el coach podría infartar a alguien un día de estos con su griterío.

—¡Abuelo! —espeto enojada, apartándome el lío de cabello mañanero fuera del rostro—. ¿Por qué tienes complejo de gallo de granja? Son las cinco, deja dormir al prójimo —espeto mirando la hora en mi teléfono.

Enseguida me arrepiento porque no le bajé el brillo anoche y ahora siento que estoy por perder el setenta por ciento de la visión. Las neuronas interconectadas que conforman mi retina me están madiciendo en su idioma celular.

—Nada de eso, saca tu trasero fuera de la cama, iremos a correr —sentencia cruzándose de brazos—. Bueno, tú y el zoquete del cuarto siguiente correrán —especifica.

Estoy a punto de preguntarle por qué no despertó a Jaden cuando oigo la puerta de su habitación abrirse. El abuelo se da cuenta que iba a cuestionarlo y sonríe con satisfacción al momento que el moreno arrastra sus pies hasta él.

Es una mente maestra.

—¿Con qué autoridad me va a obligar a hacer ejercicio, señor? —inquiere Ridsley apoyando una mano en el umbral de la puerta y bostezando, mientras la otra permanece en su cadera.

Sin camiseta y con los pantalones de pijama grises algo bajos:  linda imagen.

—Con la que el poder de mi pie me ha dado —replica el abuelo—. El desayuno está casi en la mesa, apresúrense si no quieren que añada más kilómetros o los haga correr hasta Botsuana —advierte ajustándose su gorra de los Chiefs antes de marcharse.

Me dejo caer de espaldas otra vez y suspiro mirando el techo. Cierro los ojos y respiro hondo. Odio correr y el abuelo a veces me altera y pone de malhumor, así que me recuerdo que lo amo y que puedo hacer esto.

No falta tanto para que se marche.

—Hazme espacio.

Abro un ojo desconfiada y veo a mi compañero de pie junto a mi cama, haciendo un ademán con la mano para que me corra.

—¿En esta cama? —pregunto—. ¿Acaso quieres morir?

Él no me hace caso y deja caer su gran y pesado trasero en el colchón, empujándome con él hasta que estoy casi al borde. Se recuesta, flexiona un brazo tras su cabeza para usarlo como almohada y deja su mano libre sobre su estómago. Gira el rostro para mirarme algo somnoliento y sonríe. Su descaro no me sorprende.

—¿Cómodo? ¿Se te ofrece algo más? —indago con una cortesía ácida.

—No, de hecho estoy muy bien —asegura—, pero gracias por la atención. Si fueras un hotel de Trivago te daría cuatro estrellas. Se te resta una por la adustez.

Game overDonde viven las historias. Descúbrelo ahora