17. Inhibidos

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—El agua de este lugar sabe horrible —digo mirando con desconfianza el líquido

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—El agua de este lugar sabe horrible —digo mirando con desconfianza el líquido.

—Necesitas hidratarte, Annie —replica Ciro empujando la base del vaso directo a mi boca otra vez, obligándome a beber—. Eso es, hidratada te ves más bonita. Todos lo hacemos, ayuda mucho al cutis.

—¿Estás seguro que eso es agua? —se entromete Tyra con el ceño. Gimo al oírle, pero el líquido sigue apresurándose por mi garganta y solo logro emitir un gorgojeo—. Los tres estamos en el mismo nivel de ebriedad, creo que necesitamos consultar con alguien que tenga al menos más de diez neuronas intactas.

—Es transparente, es agua —responde con sencillez.

Niego con la cabeza, aún con el vaso pegado a los labios, pero me ignoran y sigo bebiendo.

—¿Y si es vodka? —Tyra se cruza de brazos y me mira cuando asiento. Él la imita.

—Ves, te dije que era agua —se jacta él, malinterpretando mi asentimiento y pasando sus ojos a ella.

—Cuando teníamos diez dijiste que el conejo de Pascua escondía los huevos de chocolate en la lavadora de tu casa y me encerraste dentro, ¿cómo quieres que no dude de ti después de eso, mentiroso despiadado? 

Extiendo mis brazos para apartar la mano de Ciro y dejar de beber, pero en cuanto la pelirroja comienza a discutirle se olvida de mí y continúa haciéndome ingerir. Podría apartar de un golpe el vaso, pero eso llevaría a que se rompa. Si se rompe hay que pagarlo, además de que puede haber potenciales heridos dado que el 65% de las personas en la discoteca están casi totalmente inhibidas gracias al alcohol en sangre. Alguno podría caerse sobre los vidrios, y teniendo en cuenta que el hospital más cercano está a veinte minutos, la ambulancia llegaría, según mis cálculos, en...

—¡Yo vi chocolate en la lavadora! —insiste él, alejando el vaso en cuanto me termino la última gota. Agua —si era agua—, gotea por mi barbilla y se acerca para tomar el dobladillo de su camiseta y limpiarme, distraído—. Puede que haya dejado una barra de dulce en uno de mis pantalones y que mi mamá lo haya lavado sin querer, y puede que haya sacado la conclusión de que el conejo de Pascua escondía su tesoro anti-diabéticos en mi lavadora porque era abril, ¡pero te juro que la puerta se cerró sin querer! —La apunta con el vaso—. ¿Crees que te hubiera dejado sola con todos los huevos de chocolate? Soy un mezquino, eso no sucedería ni en medio millón de películas de Netflix.

—Me dejaste ahí metida por diez minutos —acusa.

Creo que quiero ir al baño. No estoy segura, pero siento algo en la parte baja del estómago, una especie de presencia natural pero no identificable. No tendría que haberme tomado tanto tequila.

—Me distraje porque escuché el carrito de los helados. Luego te saqué de ahí.

—¡Pero no me trajiste uno! Eras una escoria egoísta.

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