13. Vial

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Bill Shepard nos hizo correr a todos

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Bill Shepard nos hizo correr a todos.

No soy una persona que tiende a los nervios, pero claramente me inquietó que me lanzará esas miradas de no-puedes-ocultar-tu-pasado-de-mí, que me obligaron a acelerar el ritmo.

Tras una ducha estaba listo para salir al trabajo cuando Billy Anne se interpuso en mi camino y preguntó si la podía esperar y llevar.

Eso me desconcertó.

Supuestamente iría con sus amigos, quienes dejarían al entrenador en el centro de recreación, pero les mintió directamente en el rostro.

—Berta nos encomendó convencer a un ex atleta de tener una entrevista y sesión fotográfica, así que tenemos que ir a verlo juntos. Nos vemos luego, ¿sí? —dijo abrazando rápidamente a cada uno de sus amigos y depositando un beso en la mejilla de su abuelo.

Arqueé una ceja pero no dije nada. Se duchó a una velocidad luz. Yo no puedo hacer eso: necesito mi tiempo, concentración para afeitarme y masajes con mi aceite de coco para afrontar el día.

—¿Tantas ganas tenías de estar a solas conmigo en un espacio reducido que tuviste que mentirles? —pregunto ya en mi auto, girando la llave.

—Créeme, compartir oxígeno contigo no es mi prioridad matutina —replica abrochándose el cinturón—. Necesitaba que estuviésemos a solas para hablar, Jaden.

Salgo de la cochera del edificio intrigado.

—¿De qué querías...? —empiezo, pero me interrumpe.

—¿Por qué no estás usando el cinturón de seguridad? —inquiere con tono acusatorio.

—Porque nunca lo uso. —Me encojo de hombros mientras llegamos a la calle y comienzo el trayecto semi desértico a las seis y media de la mañana—. No me... —Las palabras se me quedan atrancadas en las garganta—. ¿Qué estás haciendo, amor?

—No me llames así —advierte estirándose en su asiento para alcanzar mi cinturón.

Si bajo la vista sé que me encontraré con su escote. Lo miro de reojo. Me gustan mucho sus camisas, pero más que nada el...

—La seguridad vial es primordial, idiota —me suelta tirando del cinturón sobre mi pecho—. Ojos al frente.

—¿Por qué no simplemente me pides que me lo ponga? —pregunto—. A menos que esta sea tu excusa para tocarme —considero.

Inhalo hondo cuando, entonces, se agacha y pasa su cabeza bajo mi brazo derecho al volante. Su largo cabello con crisis de identidad cae sobre mi regazo y su boca está tan cerca del cierre de mis pantalones que mi mente queda en blanco por unos segundos.

—Porque, conociéndote poco pero demasiado bien, sé que no lo harías solo para molestarme o terminarías diciéndome que te lo ponga yo —dice al tiempo que se oye el «click»—. Así que me ahorro todo eso, ¿O estoy equivocada? —Desvío la mirada hacia abajo y veo que arquea una ceja, desafiante.

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