31. Sócrates

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—Dime que estoy bajo efecto de las drogas

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—Dime que estoy bajo efecto de las drogas.

—Tú no consumes drogas —recuerda Bernardo.

—Tú eres mi droga personal. No puedo tener suficiente de ti.

Me lanza una mirada socarrona.

—Buena jugada, pero olvidas que estás ante un jugador experto. Necesitas más que metáforas que involucren sustancias estimulantes para impresionarme, primor.

Me lanza un mordisco juguetón al tiempo que Inko asoma su cabeza entre nosotros. El conserje lo mira asustado y estira el cuello lejos de él, temiendo que nuestro amigo se haya volcado en el vampirismo o canibalismo.

—¿Por qué estamos jugando a morder al otro? —indaga el recién llegado cuando doy un paso a un lado para que estemos los tres a la par.

Cuando un grupo camina por la calle siempre hay alguien que se queda atrás por falta de espacio en la primera o segunda línea. Detesto eso.

—Porque necesitamos verificar si estamos despiertos o soñando. —Hago un ademán al salón principal del centro de recreación—. Es no se siente real para nada.

—¡Real se va a sentir la patada entre las nalgas que te daré si no sales de mi camino!

Bill Shepard sopla su silbato en mi rostro al pasar con un séquito de ancianas pisándole los talones, todas con las faldas subidas y amarradas para exponer sus pantorillas. Llevan pompones hechos con retazos de diversas telas que también usaron para atarse el cabello. Algunas tienen carteles escritos a mano y una de las señoras le guiña un ojo a Inko, que se esconde detrás de mí cuando otra le muestras las garras en un gesto travieso.

—¿Son porristas de la tercera edad?

—Sí, y su seguridad es intimidante —dice observando el grupo sobre mi hombro, indispuesto—. Bernardo, creo que una trató de darte una nalga... ¿Bernardo?

El lugar que ocupaba está vacío, pero emerge del centro del grupo de ancianas sacudiendo dos pompones robados, marcas de labial en las mejillas y rodeando a una señora con cada brazo.

—¡No se queden atrás, perras!

La sala está abarrotada de abuelos con almohadas amarradas al pecho y espalda y monederos rellenos con tela a los hombros y codos a modo de protección. Se quitan las dentaduras, se suben los pantalones y calcetines, y atan los zapatos, preparados para el show. Están divididos en dos grupos, diferenciados porque unos tienen sus corbatas atadas alrededor de la frente y los otros se han quitado las camisas, razón por las que las ancianas y Bernardo aplauden con euforia.

—Claro que Bill Shepard iba a montar un juego de fútbol americano porque se aburría como una ostra aquí adentro. —Rio—. El hombre es un... ¿Inko?

Oficialmente estoy solo.

Trato de buscarlo en la aglomeración, y ya que la mayoría está encorvada a causa de problemas de espalda, no debería ser difícil encontrarlo, pero no lo veo por ningún sitio.

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