24. A mi modo

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—Te lleva como una década, Naima

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—Te lleva como una década, Naima.

—Para el amor no hay edad. —Sus cejas se arquean con interés cuando Inko se dobla por la cintura.

Sus posaderas son bonitas, como un durazno.

—Para la cárcel, en su caso, sí.

Una arruga aparece en un entrecejo. Hoy lleva libélulas enredadas en los rizos. Quiero creer que son hebillas y no insectos disecados, pero uno nunca sabe.

—¿No te gusta ninguno de tu edad? —Robo una dona de la caja abierta en su escritorio.

—Los chicos de mi edad no han terminado de madurar. Creo que ni siquiera empezaron. —Mira a Inko como alguien que pasa frente a una vidriera todos los días, pensando en lo genial que se vería y sentiría teniendo ese abrigo encima—. La próxima semana hay un baile en la escuela, ¿crees que me acompañaría si hago que mi madre le aumente el sueldo? Una amiga arregló para que mi acompañante fuera el idiota del capitán de fútbol.

Mastico más lento. Pensar en Berta me recuerda que estoy enojada. En diez minutos terminará su reunión, y en cuanto entre a su oficina, le diré que no soy algo que pueda usar. Soy alguien que lo único que pide es ser considerada en cuenta por su potencial.

—Mi abuelo y tío fueron capitanes, por no decir mi padre.

Ella le quita las chispas a una dona. Si Tyra la viera, escribiría una carta al Presidente para que la exiliara del país.

—Sabes a lo que me refiero...

—¿Estereotipos? —Me limpio las migajas de la comisura de los labios con la muñeca—. No voy a negar que existen, pero tampoco puedo dudar que todos vimos una estrella fugaz.

—¿Qué tiene que ver la astronomía con mis problemas adolescentes?

—Mucho. ¿Sabías que las estrellas fugaces no son estrellas en realidad? Solo polvo o una piedra que, al ir tan rápido, brilla y se calienta cuando del espacio golpea la atmósfera y la atraviesa. Se llaman meteoros, son diferentes, pero por costumbre y no saber, la gente insiste en que vieron una estrella. A veces las cosas son distintas a lo que aparentan, igual que las personas, para mejor y para peor.

—¿Me estás diciendo que la estrella del equipo de fútbol podría ser una mugrosa piedra? —Me mira a través del agujero de la dona, usándola como telescopio—. Porque me gustan las piedras. A diferencia de las estrellas, las puedes atrapar.

Su telescopio comestible se desliza en dirección al jardín trasero de Inko, por lo que me muevo para obstruir su visión.

—Busca una piedra que te quepa en la mano.

Sus labios forman la cuarta vocal achatada y baja el producto de panadería, anonadada. Empiezo a reírme al ver que lo malinterpretó. Nunca se me había ocurrido referirme al órgano sexual masculino como una piedra. He leído que la gente lo describe así a veces, sobre todo en algunas novelas románticas, pero en lugar de sexy se me hace algo vulgar y gracioso.

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