IV. Sebastián Gómez.

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Sebastián Gómez.

       Después de una muerte solían tocar las campanas en el pueblo con tal fuerza que se alcanzaban a escuchar hasta la gran mansión. Pero ese día, en cuanto el sol se puso en el este las campanas no sonaron, ni más personas se vieron caminando por el otro lado del río en dirección al panteón que se hallaba justo a unos cuantos kilómetros de la mansión, pasando los grandes árboles que allí habían.

Solo el canto de un viejo gallo que habitaba en los terrenos fue lo que se escuchó la mañana después de que Pablo dejase el mundo de los vivos, para viajar posiblemente al de los muertos, si es que acaso eso existía. Lo dudo mucho, como también dudo de la existencia de infierno alguno o paraíso alguno.

El infierno no es más que vivir para saber que algún día moriremos, mientras sufrimos en vida esperando el día de nuestra cruel e injusta muerte. Para mí, ese era mi infierno personal; saber que después de luchar por tanto y vivir en la infelicidad, moriré sin siquiera haber probado un trozo del pastel de la felicidad.

Felicidad que solo los hombres con dinero como Sebastián Gómez probaban.

Eran las diez menos cuatro de la mañana cuando un coche negro se vio venir cruzando el puente, los destellos del sol eran proyectados en su ventanal de enfrente, empañaban la visión de quien lo mirase tan fijamente como Temo lo estaba haciendo a unos cuantos metros de mí.

Conocía ese coche y sabía de los problemas que atraería la llegada de Sebastián.

Dejé caer el hacha sobre el trozo de madera que estaba picando para leña, y limpié mi sudor que corría por mis sienes. Era demasiado temprano y después de la lluvia de ayer, el solo salió con gran salvajismo hoy, como reclamando el alma del pobre Pablo.

La policía acudió al señor Alberto por la mañana, a eso de las seis de la mañana, hablaron con él y después se marcharon.

El coche pasó por un lado de mí, no sin antes recibir un latazo en mi costilla izquierda.
Sí, Sebastián Gómez había llegado con sus terribles juegos de adolescente.

Me límite a ignorarlo y seguir picando la leña, pero él no se quedaría callado, no, Sebastián no era de esos.

—Cuanto tiempo sin pisar estás tierras y nada ha cambiado, sigues siendo el mismo perro faldero de siempre, Mateo.

Apreté mi mandíbula y dejé caer el hacha al trozo de leña, para después encarar al chico con la soberbia más grande que jamás pudiese existir en un ser humano.

El pecado capital andante media casi metro setenta y tanto, picándole a los ochenta, tenía cabello cenizo espeso y largo (eso era su mayor y más preciado tesoro, según su vanidad) tenía los ojos color marrón y una soberbia del nivel de la tierra.
Era un estúpido niñato hijo de mami, era el hermano menor de la mujer de don Alberto, Míriam.

Un hermano muy especial que tenía la señora de esta mansión.

Todos guardan secretos y ellos no eran la excepción.

—Sebastián, querido hermano —la voz cantarina de la señora Míriam llegó a mis oídos quitándome la completa atención que Sebastián tenía sobre mí, y también las palabras que pretendía yo decirle al chico.

Sebastián caminó con largos pasos hasta ella, y la envolvió en sus brazos, Míriam como la gran actriz que es chilló con falso enternecimiento de hermandad.

—Te he extrañado tanto, cariñito —añadió segundos después de permanecer en abrazos.

Bufé. Eran tan cínicos y espantosos, quizá eran las peores personas que permanecían con vida.

Otra de las injusticia de esta vida, las personas posiblemente buenas como Pablo; dejaban este mundo sin probar felicidad (lo que posiblemente me pase a mí) y los que son perversos y embusteros, y repudiantes como Sebastián y Míriam, seguían con vida.

—Yo más hermanita querida —ronroneó el pecado capital andante.

Alcancé a divisar a Temo asomarse y mirar con genuina curiosidad al hombre de cabellos cenizo que él desconocía.
Sabía que Temo sentía cosas por Cielo, como todo hombre que la veía, y también sabía lo que pasaría en cuanto Cielo se enterará de la llegada de Sebastián, como también lo que Temo sufriría en cuanto viera la forma de actuar de la chica que lo tenía jodidamente enamorado.

La tarde cayó tan de repente, las nubes estaban teñidas de arrebol, y era una vista extraordinaria a los ojos. Sonreí y caminé hasta la entrada de servicio para ir por mi comida, después de tanto trabajo.

Me topé con Temo Narit en el camino y lo miré ceñudo, su ropa tenía pequeñas salpicadas carmesí y su rostro estaba contraído de manera enfrenada, como suelen decirle a las personas cuando están sumamente enojadas o furiosas.

—¿Te sucedió algo?

No me respondió, se limitó a pasarme por un lado con furia.

Ignoré su humor de perro e ingresé por mi comida, mi madre, Amanda me sonrió de medio lado al verme, me sorprendí, porque ella jamás me sonreía de tal forma; a decir verdad, jamás me sonreía. Siempre me miraba como un trabajador más.

—¿Algo nuevo que contar? —inquirí curioso y en confianza.

—Nada que no sepas, Mateo. Sebastián Gómez ha llegado y con ello la vida de Alberto Ryder se amargará, y sabes bien lo que disfruto de ver rabiar al imbécil cretino que mató a tú padre.

El pedazo de tortilla de maíz que estaba cruzando mi garganta hacía mi esófago se quedó atorado, tuve que tragar agua para que bajará.

Ciertamente, mi madre odiaba de manera fiera a Alberto Ryder; mi padre fue su amigo, y en un día de cacería en el cual ambos salieron al bosque, el único que regresó fue Alberto, papá no apareció hasta tres días después, no del todo, solo partes de él, un lobo se lo había devorado y no había sido culpa de Alberto sino de la naturaleza y los peligros que esta tiene. Y papá estaba consciente de eso, pero mamá sigue diciendo que Alberto lo mató.

Por ello, porque papá era amigo de Alberto, es que nos tiene habitando parte de sus terrenos y dándonos empleo.

—¿Sigues pensando eso, mamá?

—¿Y tú sigues tan inocente, mi querido Mateo?

Me callé. Ella siempre me había visto tan frágil y temeroso, como débil, pero lo que ella no sabía es que esa etapa mía ya había pasado, la había dejado encerrada en un baúl con todos los malos recuerdos vívidos y en su lugar estaba el Mateo silencioso y astuto que pretendía ser un inútil que no miraba más allá de sus narices, pero que en realidad era como un águila feroz, esperando el momento para cazar la presa.

O este caso, develar las verdades que ocultaban los ecos de las voces de esta mansión.

Un grito de horror me hizo saltar de la silla de madera donde me encontraba sentado y mirar a Amanda de manera interrogante.

Otro grito me hizo ponerme en marcha y correr hacia las caballerizas que era de donde provenían los gritos de Cielo.

—¡NO! Tormenta —escuché el grito y ante mis ojos la escena ensangrentada de tormenta y Cielo se pintaba ante mis pupilas.

La yegua yacía tirada, muerta, con el vientre cortado y las entrañas de fuera, Cielo Ryder estaba bañada de la sangre de su yegua.

La imagen de Temo Narit con pequeñas salpicadas de color carmesí en su rostro y en su ropa, me hicieron regresar sobre mis pasos e ir en su búsqueda.

La noche que Cielo murió [COMPLETA] #WATTYS2019Where stories live. Discover now