V. El descenso de la oscuridad.

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El descenso de la oscuridad.

Encontré a Temo Narit bajo el gran árbol de manzano, el cual daba una gran y asombrosa sombra, el chico estaba sentado a las raíces del manzano, con la mirada clavada en el horizonte.

Me pregunté, si realmente el había hecho tal atrocidad con la yegua.

La hipótesis de lo que tal vez sucedió transcurrió por mi cabeza; posiblemente Temo Narit, había descubierto los jueguitos que Cielo y Sebastián Gómez se tenían, esos jueguitos perversos y sexuales que ellos guardaban tras la puerta de una habitación.

Cualquiera que viviera en estás tierras y en la mansión, sabía de lo que Sebastián Gómez era capaz para traer colgando de sus manos a Cielo Ryder.

La chica tenía tan solo quince años, pero había despertado su apetito sexual a temprana edad, cuando vio a su padre y a su madrastra, Míriam Villaseñor, fornicar en las caballerizas cuando su madre yacía enferma en una triste cama.

Sigo pensando al igual que ustedes, que Míriam es la peor escoria que pudo haber pisado esta tierra; la mujer era supuestamente la mejor amiga de la difunta Eleonor Ryder, pero claro, eso era solo una apariencia, un disfraz. Míriam Villaseñor era la viva imagen de un lobo en piel de oveja, una vil ramera traicionera, de esas que te dan la puñalada por la espalda.

Así que sí, a mi mente vino la hipótesis que me había planteado, quizá Temo, en un arranque de celos fue a las caballerizas y desquitó su odio quitándole la vida a tormenta, la amada yegua de Cielo.

Pero tenía que confirmar sí yo estaba en lo correcto, no podía solo venir y acusar sin pruebas a un joven chico que acabada de entrar a estas tierras a las que nadie del pueblo quería pisar.

Examiné el horizonte como él lo hacía. A unos cuantos metros del manzano se podía apreciar las siembras en las que el chico trabajaba arduamente cada día.

Pequeñas matas de maíz se pintaban de un verde vívido, tan hermoso verde que con los rayos del sol parecían brillar sus largas hojas. La tierra cubría sus raíces, era tan negra como los ojos del chico que las trabajaba.

Tragué saliva y caminé con decisión hasta él, dispuesto a reclamarle por la muerte de tormenta, yo le había visto furioso y salpicado de sangre, así que tenía algo con lo que argumentar.
Pero me detuve abruptamente cuando vi su mano derecha envuelta en un trapo viejo, el cual tenía pequeños manchones de sangre.

—Me corté con el azadón —fue lo que dijo sin mirarme.

Entorné mi mirada hacia el artefacto de mago de madera que estaba tirado a unos pasos de él y ciertamente, el utensilio de trabajo para la tierra estaba manchado de sangre.

Entonces, ¿Quién había hecho tal atrocidad con tormenta?

Me hice esa pregunta tratando de encontrar una respuesta. El miedo surco mis pensamientos, apenas ayer habían matado a un animal y a Pablo Reyna, y ahora la yegua de la señorita Cielo había sido sacrificada de la manera más horroroza.

—No sabes lo que ha sucedido en las caballerizas, ¿cierto? —Temo giró su cuello para verme, sus ojos negros azabache me miraron sin expresión alguna.

El chico parecía tener serios problemas con sonreír alguna vez.

—¿Qué ha sucedido?

Cuestionó incrédulo.

—La señorita Cielo ha encontrado a su yegua muerta —el desconcierto surcó su rostro, se levantó rápidamente del suelo y corrió en dirección a las caballerizas—. Recuerda tú lugar en esta casa Temo, como también el lugar de la señorita Cielo.

Le advertí tras su espalda. Él se tensó, pero no dijo nada, solo me volteó a mirar con genuina curiosidad en su rostro, como transmitiéndome un mensaje.

No lo capté esa vez. Más tarde me daría cuenta de lo que la mirada de Temo Narit, transmitía.

Cuando llegué a las caballerizas. Todos estaban ahí, los empleados, mi madre, el señor Alberto, su escoria mujer, el pecado capital andante y Cielo, la hermosa y bella Cielo que aún seguía llorando en el charco de sangre de su querida yegua.

Los ojos de cada individuo ahí, veían al animal y a sus entrañas de fuera, esa una escena espantosa.

—Cielo, levántate ya —dijo Alberto tocándole el hombro a su hija.

La chica negó llorando.

Sebastián la miraba con horror, pues su juguete sexual estaba bañada en sangre de un animal, para él y su vanidad como egocentrismo eso era repudiante.

—Tenemos que poner seguridad, Alberto, esto ha sido mucho para dos días —chilló horrorizada Míriam.

Ella era una actriz, así que no le creí su preocupación.

Sí había un asesino rondando las tierras de los Ryder, tal vez la siguiente en morir sería Míriam. No me preocuparía tanto si fuera así.

No obstante... Lo que si me preocupaba era no saber quién demonios era el chistoso que se mofaba y alimentaba del susto e incertidumbre de todos aquí.

Cielo se levantó del suelo, buscó con su mirada alrededor hasta que sus ojos, ahora inyectados de rojo sangre, se posaron sobre mí. Sentí un nerviosismo correr mi espina dorsal cuando la vi levantarse y dirigirse hasta mí con furia y rabia.

—Tú hijo de puta, bastardo infeliz. Se supone que tú... Eres el perro guardián de las caballerizas... Dime, explícame ¡¿Quién coños le hizo esto a tormenta?!

Golpeteó mi pecho con tal fuerza, desquitando su rabia e impotencia, sus manos llenas de la sangre de su yegua mancharon mi camiseta favorita de cuadros, apreté mi mandíbula y dejé que hiciera conmigo lo que quisiera.

Siempre ella hacía lo que quería, siempre.

Yo solo tenía que aguantar.

Vislumbre a Temo Narit apretar con fuerzas sus puños, cuando rodeé a la señorita Cielo con mis brazos para calmar su llanto.

—¡¿Por qué?! —lloriqueó en mis brazos.

Y por breves instantes me tele transporte al pasado, cuando ella y yo éramos unidos. Cuando ella me miraba a los ojos sin repugnancia, cuando me veía más allá de ser solo un simple y pobre empleado.

Suspiré su aroma, a pesar de que ella estaba bañada en sangre, alcancé a percibir su peculiar aroma a chocolate y margaritas.

—Suéltame bastardo, cerdo.

Sí, lástima que el momento duró segundos, y ella volvió a hacer la misma Cielo sin corazón y despiadada que le gustaba menospreciar a las personas que no eran de su clase.

Esa tarde, me tocó levantar el cuerpo de la yegua junto a Temo Narit. El chico no habló en todo el rato que estuvimos con el animal, ni mucho menos cuando comenzamos a cavar para enterrarlo.

La sangre se había adherido a la piel de la yegua y era asqueroso de tocar y más de oler. El calor estaba haciendo de las suyas, el animal estaba comenzando a tener mal olor.

Así que me apresuré a cavar con la ayuda de Temo, para después enterrar a tormenta cuatro metros bajo tierra, para que pasará al olvido en días, cuando el señor Alberto le comprará otro animal idéntico a su caprichosa y checha hija.

Los siguientes días que venían para la mansión cruzando el puente, serían negros para los que descubrieran los sucios secretos que unos a otros se tenían.

Yo estaría ahí para verlos perderse, y Temo, Temo se asomaria a indagar sobre los perversos juegos de Sebastián Gómez y Cielo Ryder, y posiblemente terminaría con el corazón roto y sed de venganza.

La noche que Cielo murió [COMPLETA] #WATTYS2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora