X. El color de la venganza.

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El color de la venganza.

Tal pareciera que en la casona beige cruzando el puente no había pasado nada hace casi una semana, los días siguientes después de esa noche fue como cualquier otro.
La mañana siguiente después de lo que sucedió en la última habitación del pasillo, esa que tiene puerta negra, todos despertaron como sin nada, se sentaron en el comedor y desayunaron en silencio.

Sebastián Gómez Villaseñor; tenía el ojo morado y la nariz fracturada, al igual que su labio inferior tenía una rajada que se le abría y cerraba cada vez que hablaba. Sus ojos miraban solo el plato de comida mientras Alberto lo miraba con una genuina sonrisa.

Por otra parte estaba Míriam Villaseñor con los ojos rojos de tanto forzarlos para que derramaran lágrimas.

Créanme señores, esa mujer merecía un premio a la mejor actriz.

Había forzado a sus ojos a llorar tanto para que Alberto la perdonará y así pudiera seguir viviendo en esa mansión de locos desequilibrados.

Por último estaba Cielo Ryder, la linda señorita de ojos bonitos como su nombre.
Ella miraba con un muy notable odio a Sebastián y a Míriam, la mujer primero le había arrebatado la felicidad a su madre, y ahora se la estaba arrebatando a ella, al haberse acostado y revolcado sucia y vilmente con el hombre que ella quería.

Yo estaba reparando un ventanal de la sala, que quedaba a unos metros del comedor, cuando Cielo hizo la pregunta que Alberto no se atrevió a preguntar a su mujer.

—¿Desde cuándo se revolcaban como cerdos?

Sebastián se puso pálido y apretó el cubierto que reposaba en su mano. Alzó su rostro ampratado y miro a Cielo. Ella enarcó una de sus cejas desafiando al pecado andante.

Alberto, en la cabeza del comedor carraspeó llamando la atención de Cielo.

—Quiero saber, ¿es qué acaso a ti no te interesa saber desde cuando te veían la cara de...? —se calló, pero ya la pregunta estaba hecha.

—No es el momento, Cielo.

—Claro que sí lo es -refutó con salvajismo la muchacha—. No pretendes hacer como que aquí no ha pasado nada, y dejar que estos... Viles infelices se alimenten de tú dinero, mientras se reían de ti a penas hace unos días, ¿cómo es qué no te dabas cuenta?

Me percaté de reojo cómo Míriam Villaseñor palideció, y no solo yo me di cuenta de aquello, sino todos los allí sentados en ese comedor.

—Ahora que lo mencionas, cariño, ¿qué demonios me hacías para no darme cuenta de tú maldita y sucia infidelidad?

Míriam si quedo con el pedazo de fruta a medio camino de su boca y trago grueso. Y de nuevo, comenzó la actriz a actuar su mejor papel.

A llorar y tratar de manipular a Alberto.

—Yo... No sé que me pasó, solo... El café —confesó entre sollozos grandes. Sebastián a su lado la miraba incrédulo dándose cuenta de cómo lloraba falsamente con una facilidad inigualable—... Tú café de cada noche tenía pequeñas dosis de somníferos, los cuales... Yo administraba...

Rompió una vez más en llanto.

Me sobresalte cuando los platos fueron aventados con furia y se estrellaron en el suelo haciéndose añicos, cuando gire a mirar hacia el comedor; Alberto Ryder tenía agarrada a Míriam Villaseñor del cuello, el hombre estaba colorado de rabia y la mujer rocía fuertemente tratando de zafarse de las manos del hombre.

Sebastián había salido disparado del comedor escaleras arriba y Cielo Ryder sonreí al ver la escena que su padre estaba montando.
Ella sabía que su padre no era capaz de matar a la mujer que amaba, pero Míriam no lo sabía y estaba sufriendo por la falta de oxígeno y el miedo de morir en manos de Alberto, el hombre que le había arrebatado a su amiga Eleonor.

El karma era jodidamente diabólico y justo.

Para suerte de Míriam Villaseñor, los gritos de José Ryder segundo se escucharon en la planta de arriba, fuertes y demoledores para mí cabeza.

Andrés hijo, los bastardos han venido por mí... Ayuda, ¡sáquenme de aquí!

Escuchar aquello fue como un balde de agua fría para mí y para mi madre quien se apareció por el pasillo de la cocina que daba al comedor, con sus ojos abiertos y su corazón latiéndole con fuerza.
Por otro lado estaba Alberto, pálido y tragando saliva con dificultad mirando hacia arriba, mientras que Míriam tocía con frenesí en el suelo, mientras llenaba sus pulmones de oxígeno que Alberto le había robado mientras le apretaba el cuello.

Señores hasta este punto debo creer que ya deben imaginarse lo que pasó al caer la noche en la mansión Ryder.

Sé que están ansiosos por descubrir que pasó al final de todo, y por lo que han venido a saber, bien, ahí les va...

Después de que el viejo José Ryder segundo gritará aquello en lo que involucraba el nombre de mi padre, el señor Alberto me mando a checar las caballerizas y dar la orden a Juan (el mandadero) que fuera en busca del comandante Clemens.

El hecho de que mandarán a buscar a Clemens era porque José Ryder estaba gritando nuevamente locuras impregnadas de verdades, verdades que involucraban a mi padre.
Algo dentro de mí me decía que mi madre sabía más de lo que me había contado cuando él murió.

Di la orden a Juan, y el hombre salió a todo galope hacia el pueblo, en busca del comandante.

Lo que nadie se esperaba, era que el comandante iba a encontrarse con un cuerpo desangrado y muerto en la mansión.

Nadie se lo esperaba, ni yo.

Al llegar el comandante y estacionar su auto frente a la mansión justo sobre el verde y espeso pasto que adornaba el pateo de la mansión. Escuchó el grito desgarrador de Cielo Ryder.

Esa vez se le olvidaron los modales e ingreso a la mansión sin tocar, subió las escaleras al igual que los demás individuos de la casa, incluyéndome. Corrimos hasta la última habitación, la de la puerta negra, al abrirla mis ojos viajaron por todo el charco de sangre que estaba rodeando el cuerpo inerte de Sebastián Gómez; el pecado andante tenía los testículo cortados al igual que su pene, los tenía metido en su boca, estaba completamente desnudo y sus ojos abiertos de par en par.

Instantáneamente coloqué una de mis manos en mis partes, tratando de protegerme. Qué dolor debió sentir el pobre imbécil.

De dónde antes estaban sus testículo y pene, brotaba la sangre como en una fuente.

—Pero... ¿Qué coños? —manifestó el comandante perturbado viendo a Sebastián muerto, sobre su propia sangre y sus partes en la boca.

Alberto al igual que el comandante estaba atónito, otro que se hallaba ahí y no tan pertubado como yo o como Clemens, era Temo y su sonrisa...

¡Dios santo!

Creí de inmediato que él había sido el culpable de aquello, que él había matado a Sebastián, pero luego estaba Cielo Ryder, con la misma sonrisa que Temo tenía en su rostro.

¿Quién había matado a Sebastián Gómez?

¿Temo Narit o Cielo Ryder?

No sabíamos.

Pero lo que sí supimos aquella noche fue qué; el color de la venganza era rojo, rojo sangre.

Y qué ambos de mis sospechosos tenían algo que vengarse de Sebastián Gómez.

La noche que Cielo murió [COMPLETA] #WATTYS2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora