XIV. Los bastardos de José Ryder.

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Los bastardos de José Ryder.

Tierra que cavar y otro cuerpo que enterrar.

Con el tiempo hacer aquello, ya me resultaba una cosa normal, como levantarse y cepillarse los dientes, justo así me resultaba cavar para enterrar otro cuerpo. Y es que viviendo en la mansión beige cruzando el puente, todo lo relacionado con sangre y muerte era cosa normal.

En está ocasión Temo Narit sí me ayudó a cavar para enterrar a una irreconocible Míriam Villaseñor, la mujer la cual la ambición le hizo perder primero al amor de su vida, para después acabar con su vida.

—Agh, los ricos son tan asquerosos —murmuro Temo para después soltar un suspiro y secar el sudor de su frente.

Imité su acción.

—Solo llevas un mes y medio aquí Temo —le recordé—. Yo llevo años, nací y crecí aquí, he visto de todo.

—Créeme que con lo que he visto, ha sido suficiente para dictaminar que estás personas están locas.

—Ni te imaginas, amigo —le respondí para después seguir cavando junto a las demás personas que habían sido víctimas de los arranques de locura de los Ryder.

En muchas ocasiones hemos presenciado verdades que nos hacen enloquecer o que nos hacen añicos en segundos; como la infidelidad de la persona que amas, o saber que tus padres realmente no lo son. Hay verdades que hieren y otras que reparan, la verdad de la cual yo me enteré me desequilibró a tal grado que me llevó a gritar tan fuerte que sentí que mi garganta se desgarró.

Eran las cuatro de la tarde del día 15 de Julio de 1940, y había calor, demasiado calor. Aquel día el señor José Ryder tercero había mandado a llamar a su hijo, Clemens. En cuanto el comandante Clemens llegó entró a la mansión para llevarse la sorpresa de ver a mi madre y a mí sentado en esos caros sillones de terciopelo, en aquella sala de estar triste y opaca, miró con la frente arrugada a su padre para después mirar a su hermano, Alberto, el cual por cierto estaba hinchado del rostro, por los golpes que él le había proporcionado hace tres días atrás.

Cielo Ryder estaba en silencio, sentada alado izquierdo de su padre o amante, como quieran llamarle, estaba quitada de la pena, viendo el retoque que le había hecho al esmalte de sus uñas.

Las había pintado de rojo; su color favorito.

Ella había hecho como si nada hubiese pasado, como si tres días atrás no había hecho tal asesinato.

Esa chica me sorprendía.

Don José Ryder se miraba ido, pero por mí madre sabía que él estaba más cuerdo que cualquiera de los que estaban sentados en aquella sala.

Sentí la presencia de Temo Narit, él no había sido llamado, más sin embargo allí estaba, asomándose y viendo lo que estaba a punto de ocurrir.

—¿Qué clase de festín de cuarta es este, al que he sido invitado?

Despotricó el comandante, alzando su mentón y mirándonos a mi madre y a mí de una mala manera. Cielo volteó a mirar a su tío y después a mí, su mirada me traspasó como solía hacerlo antes, cuando ella no quitaba sus ojos de mí y me dañaba.

—Ha sido idea del abuelo —respondió Cielo echándole una mirada a don José.

El comandante giro sus ojos hechos furia en dirección al viejo José.

—¿Padre...

—Cállate bastardo —respondió al fin el viejo.

Todos allí, incluyéndome, nos sorprendimos por la manera en la que calló a el comandante para después ponerse de pie y erguirse frente a Clemens tercero de una manera que amedrentaría a cualquiera.

Alberto se puso rígido y su rostro hinchado y amoratado palideció a tal grado que vi exactamente el momento en el que tragó saliva y su manzana de adán subió y bajó. Clemens volteó a mirar a Alberto de la misma manera y compartieron una mirada de complicidad y a la vez de terror.

Su juego se había terminado, sus mentiras igual.

—¿Qué dices? Llamaré al médico —dijo el comandante e hizo intento de girarse para caminar fuera de la mansión.

Su escapé falló.

—Tú no vas a ningún lado bastardo. Hoy van a pagar lo que han hecho durante muchos años, tú y tú —señaló primero a Clemens y después a Alberto.

Mi madre estaba nerviosa o ansiosa, no sabía en realidad cómo estaba, porque yo igual me sentía desequilibrado.

—Já, pero qué dices —sonrió Clemens tercero.

—Ustedes, bastardos me encerraron en las mazamorras luego de aquel primero de marzo de 1935 cuando salieron a cazar y acabaron con la vida de mi hijo unigénito —señaló el viejo José, para ese momento ya tenía los vellos de mis brazos y cuello erizados, sentía la boca seca y estaba demasiado impaciente. Mi madre, a un lado de mí apretó mi rodilla, mientras el viejo José proseguía: — y quiten esas caras de estúpidos, aquel primero de marzo salimos a cazar todos al bosque, ¿recuerdan? Yo iba contigo Clemens, malnacido, te di mi nombre y mi apellido, ¿y qué hiciste? —siseó José Ryder— me amordazaste mientras Alberto, disparó la escopeta en dirección a Andrés, mi hijo...

Las siguientes palabras que el viejo José siguió diciendo dejaron de escucharse por mis oídos, dado que entré en un limbo oscuro, donde me encontraba solo yo, viendo como una película todo lo sufrido aquel primero de marzo de 1935, y viendo mi sufrimiento los años posteriores a ese, las humillaciones que me hacían pasar y todo lo que mi madre me hacía por ello.

—... más sin embargo, no lo mataste ¿verdad? Porque eres un cobarde miedoso escupió José Ryder— tan miedoso que solo cerraste los ojos al momento de apretar el gatillo y el disparó salió desviado, pero entonces, Clemens terminó lo que tú no pudiste hacer, mataron a mi hijo, ambos lo hicieron... tú Alberto —señaló al hombre— ayudaste a Clemens a arrastrar su cuerpo hasta la zona peligrosa donde los lobos habitan, y así hacer pasar la muerte de Andrés culpa de un animal salvaje, ¡cuándo los únicos animales son ustedes, malnacidos! Les di techo, comida, mi apellido, un hogar y amor de padre, para que me pagarán así... pero hoy mismo van a pagar lo que hicieron, van a pagar por la muerte de mi hijo.

El comandante intentó huir, pero Temo Narit había salido de su escondite y se abalanzó sobre él y lo derribó, le proporcionó un golpe fuerte que lo desmayó, yo me escondí, estaba en shock, no sabía que jodidos hacer...

Ellos habían matado a mi padre, y nos habían hecho sus sirvientes, cuando en realidad éramos más dueños de esta mansión que ellos.

Alberto en su intento de salvarse, corrió y se arrodilló frente al viejo José, pero eso solo aumentó la irá del viejo José y en sus ojos color azabache se observó, le hizo una señal a Temo, que cómo cual bestia, cargo el arma que tenía en manos y apuntó a la cabeza de Alberto Ryder.

—Lo siento tanto, no quería hacerlo —fueron las últimas palabras de Alberto antes de que Temo Narit apretará el gatillo.

Esa noche José Ryder segundo mandó a encerrar a Clemens tercero a las mazmorras, lo dejaría morir sin alimentos.

—Yo aguanté cinco años, vamos a ver cuántos aguantas tú, infeliz bastardo...

Fue la sentencia que dictó Clemens José Ryder segundo al comandante.

Pero esa noche de Julio en la cual la verdad sobre mi padre se supo, no había terminado aún.

Quedaba una integrante de la familia Ryder a la cual dictar sentencia.

Y aunque yo quise impedirlo, fue inútil.

La noche que Cielo murió [COMPLETA] #WATTYS2019Where stories live. Discover now